Políticamente correcto

Hoy en día todo debe medirse. La censura ya no tiene tan sólo una magnitud corporativa, sino que también la sociedad en la que nos sumergimos todos, sin saber muy bien cuándo, nos ha obligado a silenciar nuestra expresión más auténtica ante el miedo de ser excluidos y cancelados de la vida en general. Estar en desacuerdo con las convenciones sociales hoy en día nos lleva a posturas en las que más nos vale caer en gracia de quiénes tienen el don de la verdad absoluta.

Ante tal situación, nos obligamos a establecer unas normas de conducta que parecen ser más seguras y más normales. No debemos levantar de manera innecesaria la voz, no vaya ser que nuestra opinión llegue a oidos de alguien que se tome nuestro impulso como un gesto discriminatorio y de odio. El hecho en sí nos puede costar la vida. La vida en sociedad. O visto desde la otra perspecitva: el ostracismo. Anular nuestra expresión vagando sin que a nadie le importe por el desierto del destierro.

Ya desde hace tiempo pensaba que un día toparía con pared. Mi manera de expresarme me convertiría en víctima de mis propias palabras. Algún día me arrepentiría de todo lo que dije, porque ya no habría más que ocultar, y si bien algo quedaría entonces en pie, no sería yo, sino la construcción de otra persona que se me impuso, quizás en el sentido inverso de la imposición de lo políticamente correcto. Ese ser políticamente incorrecto que se forma fuera del sistema para reestablecer los límites de quién dice ser, una vez que se ha librado de la espada de damocles que se postró como amenaza continua ante el más mínimo descuido.

Disentir, gustar, repeler. Hater. Esclavo. Thought police. Ya no sabemos si Orwell nos mandó directamente al sitio en el que nosotros mismos perfeccionaríamos la persecusión de lo bueno y lo malo, sin apenas discutir, por el hecho de salir del rebaño, y arriesgarse a afirmar sin tapujos nuestra disidencia. No es un buen momento para los revolucionarios. O quizás, por el contrario, sea este el momento. Lo que debemos es admitir que nuestras palabras tendrán siempre el apoyo de quiénes comparten, en este caso en concreto, nuestra postura, misma que a su vez indigna, hasta niveles insospechados, a ciertas personas que se lo han tomado como la expresión exacta de la medida opuesta de lo que ellos representan. No hay manera de evitar que la masa deje de asumir su postura políticamente correcta a partir de los nuevos tiempos de nuestra era, pero quizás, deberíamos plantear la obligatoriedad de asumir las posturas opuestas a aquellas que han forjado nuestra identidad intelectual respecto a un determinado número de temas. ¿Cuántos temas? Pongamos, por no quedarnos cortos, 99.

99 temas escenciales que determinan la manera en la que debemos pensar. Y antipensar. 99 posturas problemáticas que deberán encontrar una colisión segura en las antípodas de lo que dos polos opuestos están dispuestos respaldar. Las trincheras están ahí y los postulados, de uno y otro lado, consisten en el juego al que vamos a dirigir nuestra atención, durante los próximos 99 días.

Se trata de un ejerecicio de recapitulación del sistema complejo social al que estamos intentando dar una nueva forma. Vamos a asumir nuestra insignificacia como seres humanos, dentro del marco de una colmena que cambia de reina, y se propone construir una sociedad, que pese a sus disparidades físicas, logísticas, intelectuales, funcionales, conseguimos trazar un futuro para la supervivencia de nuestra especie. Quizás nos pasamos muy rápidamente por le filtro de que debemos competir entre nosotros mismos para que aquellos que prueben su darwinismo social con el éxito. Vidas perfectas sin distorció aparente. Los casos de éxito. Como si eso fuera a representar algo más que la aspiración de los demás: en anhelo de un ideal inalcanzable. Lo cierto es que ese darwinismo no nos explica la colmena del mundo de las abejas. La cooperación de los humanos en un contexto social global tendría que valorarse como una opción a la que al menos ahora, podemos poner sobre la mesa. Quizás este sea tan sólo uno de los temas quedebamos discutir. Y así, con todo.

¿Quién decide los temas? Pues quién más… yo. Por eso este juego tiene esta denominación de origen. Haberlo pensado vosotros mismos. Ahora, esto tiene que ver con la manera en la que vamos a descifrar aquello que somos, respecto a nosotros mismos, respecto a nuestro cuerpo, respecto a nuestra familia, respecto a nuestro planeta, respecto a nuestro prójimo, respecto al pasado, respecto al futuro. Repecto al presente. Ahora.

Demos pues comienzo a esta comedia humana.

Bienvenidos al día del inicio de la emergencia.

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