Uno piensa que esto es eterno. No tenemos pruebas. Más bien lo contrario. Sabemos que moriremos. Algo en nuestra cabeza funciona en el sentido inverso. El pensamiento mágico consiste en dar respuesta a las circunstancias complejas de entender sobre nuestra existencia en este efímero paso por el multiverso particular en el que de manera fortuita aterrizamos.
Llevo tiempo jugando con los algoritmos desde una perspectiva no actuarial, sino más bien ciudadana. En un momento dado intenté hacer lo contrario: justamente ponerme del lado de actuario, matemático, estadista, informático, chatgpt, que desde la perspectiva de la algoritmica y programación, desde el inicio, se plantea un entrenamiento de una red neuronal para ofrecer diferentes estados de la naturaleza, una serie de reglas, y un cierto nivel de autoorganización y capacidad de «aprendizaje» que conduzcan al algoritmo a sus propias conclusiones.
Esto lo hice de manera consciente. Sabiendo que pocas personas tenían la capacidad de entender y ver ciertas cosas en el mundo según los parámetros y las violencias que me cruzan particularmente a mi. No deja de ser un poco egocéntrico y megalomániaco pensar que lo que pueda yo aportar no está por ahí ya dando vueltas en otro sitio, con alguien más capaz, y con una mejor idea para que esto funcione. Lo cierto es que pese a todo lo intenté. Y fracasé.
No sólo fracasé, sino que me arruiné.
Me costó mucho salir, si es que se sale del todo. La vida siempre sigue su curso y su curso acaba un día por atraparte para recordarte las cuentas pendientes que dejaste en el camino. Y pese a querer hacer las cosas de acuerdo a los más solventes estándares de profesionalidad, la ecuación tiene múltiples niveles de incertidumbre que acarrearán riesgos con los que sin duda toparás, y de esto, algunos, puede que te conduzcan con cierta petulancia hacia el valle de la muerte.
Una vez más el conjuro de la muerte aparece como si invocado por la señal acústica del metro hacia el que te dirijes: Barranca del Muerto.
Esa estación, Barranca del Muerto, por un lado, y Copilco, por otro, eran los dos sitios por dónde los estudiantes que viajábamos en transporte público podíamos acceder al camioncito amarillo que había puesto el ITAM para poder llegar a la universidad, cada hora, con la presición Suiza de un trayecto repetido hora tras hora por dos conductores por trayecto. Alguno de estos conductores también se sacó la carrera, trabajando mientras lo hacía, con este servicio que nos permitía a algunos, sin coche, llegar a nuestras clases.
¿Cómo se puede vivir sin coche? Quizás desaprendiendo. Quizás por una vía asceta. Quizás no todo el mundo puede.
De entrada ponerse en el lugar del toro tiene dos direcciones. Esta bidireccionalidad suele contener una vía de transformación en ambas direcciones, y una asimetría de poder que no representa el mismo punto de partida de un lado, que del otro.
La dualidad nos compromete a tomar partido. También a mirarnos al espejo. Y traspasar la ilusión del otro lado. Y buscar en ambas direcciones. Afuera. Adentro. Otra dualidad ineludible.
La vida en contraposición a la muerte. De morir no tomaríamos la vida tan en serio. Seríamos eternos vagabundos. Tenemos poco tiempo y este se consume. Hagamos aquellas cosas con las que podemos comprometer nuestro tiempo, nuestra pasión, nuestro interés, nuestra capacidad de amar, hacia objetivos que permitan desbloquear los sesgos cognitivos que tenemos en cada una de nuestras disciplinas, en cada una de nuestras rutinas, en cada uno de nuestros trayectos.
Sigo siendo el mismo iluso que un día soñó que podía jugar. Y jugué. Sigo construyendo un mundo paralelo a lo que las señales y pulsiones del mercado lanzan sobre mi, y sobre tí, y sobre todo el mundo. No tengo la capacidad para expresar lo que quiere decir todo esto sin dar tantas vueltas. Quizás necesitaría otro alfabeto. Quizás necesitaría otro contexto. Quizás tendría que partir de otro marco.
Voy a comenzar por creerme a mi mismo. Dejar de escribir para someter al mundo a mi ausencia. No publicar, como el padre del personaje de Bardem en Vicky, Cristina, Barcelona que escribía la poesía más bella, pero por su conflicto con el mundo, como poeta maldito, se inhibía de publicar para dar por saco al propio mundo con su desprecio. Un ineludible juego más de la psique de Woody Allen con la que nada más puedo sentirme ligado.
Una vez más la idea de mi rebeldía no resulta ni tan siquiera innovadora. No exista nada que no se haya dicho. No existe un momento eureka. No existe una idea tremendamente innovadora. Todo ya está en la mesa. También el velo del dinero, la fama y el poder que inhunda la mentalidad capitalista con la que, ahora sí, todo el mundo, sueña con ser futbolista, tiktoker, o cualquier cosa entre medio que otorgue prestigio, dinero, y una vida por encima de la media. Como si la capacidad humana de ser-estar no estuviera más relacionada con el paseo que nos obliga a salir de casa, para realizar una función, un trabajo, una rutina, que nos relacione inevitablemente con nuestro entorno, con los vecinos, con unos compañeros, con el que nos una la causa, el equipo, la tarea conjunta, el proyecto, la transición hacia otra semana de vida.
La rutina de vivir nos permite experimentar cada día lo precioso que es estar aquí. No dejemos de maravillarnos con el regalo de estar presentes. De ser bondadosos con nosotros mismos. De darnos un poco de esperanza. Para seguir. Para movernos. Para expandir la posibilidad de volver a creer en aquello que pensamos que no motivaba a gritar. A romper las barreras.
Ha llegado el momento de empezar el día. Que mejor que escribir.
Hace tanto tiempo que pasaba por aquí.
Ayer.
El tiempo y sus dimensiones quisquillozas.
Nuestras hermosas incongruencias y contradicciones.
La capacidad de fallar.
Y volver a intentarlo.
Ahí reside la clave.
El es un día propicio para salir a buscar la emergencia colectiva.
Empezando por aquí.
Por levantarme con este espíritu.
Y compartirlo.
ALLS