La magnitud de la pandemia

En medio de un huracán se encuentra el ojo, en dónde, al menos se intuye, no está el movimiento más violento. Pero está muy cerca. Es como una paz que aguarda la erupción súbita de los tambores de guerra. La tregua de un sociedad obsesionada con el conflicto bélico como base fundamental de un equilibrio inestable. Un espejismo de un oasis en el desierto. Una surrealidad incomprendida.

Lo cierto es que desde dentro de la pandemia nos cuesta ver el final. Ni la ruta crítica. Ni cómo vamos a llegar a buen puerto. ¿Cuáles son los caminos de nuestro plan a seguir? Uno se ve atado de pies y manos, y al mismo tiempo, en medio de un sinfin de senderos que se bifurcan. La noción de una red neuronal que nos puede saturar las alternativas que nos destina el azar en tiempos de certezas inacabadas. Lo cierto es que la vida sigue igual, y nosotros, tan frágiles como siempre, procuramos mantenernos un día más. La única alternativa.

Y mientras tanto debemos pensar en qué centrar nuestra energía. ¿A qué dioses invoncaremos hoy para salvarnos? Ante la espera de su plan maestro, nosotros, por si las dudas, aquí hacemos el nuestro. ¿Qué dicen los intermediarios?


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