En medio de la pandemia

La sensación global se armoniza en torno a un evento disruptivo que nos ha cambiado para siempre: la pandemia. No podemos escapar de ella por más que mucho insensatos sientan la necesidad de cuestionar la autoridad sanitaria por creerla parte de un bulo mastodóntico para instaurar la conspiración final. Evidentemente la conspiración final siempre atenta sobre nosotros. Sobre el que teme. Sobre uno mismo viéndose aplastado por los ministros del a conspiración. Y esto, así en abstracto, aplica para cualquier estructura de poder que en estos momentos esté en funcionamiento. Por lo tanto, es un arma que desde la masa manipulable y sensible, algunos incautos encuentran fácilmente utilizable para establecer la agenda del apocalipsis.

No es algo nuevo. La paranoía siempre está presente, especialmente cuando algunos poderes que antes merodeaban por debajo de la estructura social como una especie de underground oscuro de los intereses estratégicos de los organismos de control de la seguridad de cada estado, y de las entidades globales. Es decir, la era de los espías de postguerra, entreguerras, o en tiempos de los zares, o revolucionarios, si prefieren, para tener las dos perspectivas, los dos polos opuestos, el poder arriba en manos de los de siempre, y el oscuro poder de los comunistas una vez llegaron al poder. La historia tal y como la conocemos hoy en día nos pone a los comunistas como los perdedores, justo a partir de la caída del muro de Berlín. El imperio contendiente colapsó. Y el capitalismo de occidente ganó la batalla global. Desde entonces, el contrapeso se difuminó. Pensamos que todos éramos felices y plenos. Que habían llegado los tiempos de las vacas gordas. Y no fue del todo así.

El capitalismo, o más bien, su principal impulsor y contendiente en la pirámide mundial, los Estados Unidos, marcó la pauta de los años en los que el capitalismo nos llegó a todos en todas las esquinas del planeta. De pronto todos vimos en su entretenimiento, en sus productos, en su estilo de vida, el nuestro. Todos quisimos tener un sueño americano. Y de alguna manera, algo globalizó nuestra consciencia. No es del todo malo. Algo común tenemos como humanidad, pero en el paquete en el que se nos vendió este progreso, nos encontramos rápidamente consumidores de un producto mundial: el marketing. Y debajo, un sistema económico que nos prometió que tras la apertura de todos los mercados la mano invisible lo pondría todo en su lugar. Y aquí estamos. Con todo en el lugar que le dio la gana a nuestro sistema.

Han pasado cosas en medio de todo esto. Cosas grandes. Como las torres gemelas; o su ausencia. Todos recordamos ese momento y también al comander in chief. Y también los análisis de inteligencia que un Colin Powell presentó en un power point en el que se nos enseñaba las pruebas. Actos de fe que creyeron como amenzas reales los presidentes de tres países más. Y entonces cuatro países fueron a la guerra contra el terror. Épico. Y se hicieron una foto. A uno de ellos no le gustó el lugar que tendría en la foto, así que le pidió al único país, de los cuatro, al que podía menospreciar, que se hiciera a un lado. Es el momento de los señores, muchacho. Y el muchacho se corrió. Y la foto nos dejó el nuevo talante de un mundo que se precipitaba hacia un abismo al que todavía hoy no le hemos encontrado el fondo.

Símbolos. Imágenes. Todo había cambiado. Desde la caída del muro, las imágenes nos llegaron en directo. Pero las torres fueron más dramáticas. Y lo vimos todos. El mundo había cambiado para siempre. El shock nos fue inoculado con ese imagen para siempre. Nunca más lo olvidaríamos. Algo primario permitió que el mundo entero dejara a estos cuatro hombres liderar, pese a las protestas de muchos de sus ciudadanos, a ir a una guerra fuera de lo establecido a partir del acuerdo colectivo que nos propusimos en el marco de las Naciones Unidas. Algo había saltado. Las reglas. El acuerdo. El sistema. Un mal menor/mayor.

La cultura de la guerra se impuso sobre lo demás. Sobre todo. Todoso debimos observar como los señores de la guerra, esta vez por su cuenta, se alineaban en torno a un enemigo común, algo difuso, y sobre todo reemplazable, de tal manera que fuimos testigos de su evolución, sus resultados y sus incongruencias. Pese a todo, seguimos bajo ese sistema que nos avisa ahora de más y mayores riesgos. Riesgos a combatir con el ejercito, inclusive si lo que tenemos es una crisis de salud pública. Porque siempre hay personas a las que contener. Y el ejercito, o la militarización de la policia, está ahí para utilizar los recursos que les hemos dado para garantizar la hegemonía de la violencia. O de las armas. O del control. O del pánico. O todas juntas. En ese ente al servicio del poder. Y el dinero que genera. Ese revulsivo económico que inyecta optimismo en los mercados. Una vez entra por los conductos de reciclaje de sus aires de progreso.

Corporate finance. El mundo del dinero sabe que todo es momentaneo. Y que las cosas cambian de repente. Y si el mundo se para y toma otra dirección, habrá que estar atentos. Y mientras tanto los que tienen las armas ¿qué haran?. Sacarlas. Usarlas. Luchar por su superviviencia. Y entonces tendremos guerra. Guerra a guerra. El círculo virtuoso del cinismo armamentístico en el que vivimos.

Brotherhoods of fighters. Ellos se saben en control de los ejercitos. Al comando de los de arriba. A quienes les susurran posiciones. El hombre del dinero y el hombre militar tienen un mismo código: ganar más. Y seguir. A toda costa. Y todo crisis es oportunidad. Y porvenir. Dios está con nosotros. Y con tu espíritu.

Sin duda los cuatro de la foto (¿o eran tres?) se sabían en la cima del mundo. Independientemente de la ONU. Que les den a los demás. Vamos a salvar el puto mundo, oigan. ¿Qué no lo ven? Cowboys. Boys be boys.

Corbatas azules sí; roja no.

Los tres de la foto dejaron al anfitrión fuera de la fiesta. Así son de chulos. O quizás fueron sus medios. Independientes. En sus países creyeron innecesario sumar a dueño de la pelota. Porque tres queda mejor que cuatro. O por lo que sea. Algo en ese gesto de exclusión quedó reconocido en el ímpetu del macho bravo que se come el mundo con su aliento a cigarro y alcohol. No hemos venido a hacer amigos, amigo—le dijo el único con bigote al anfitrión de la isla. La historia necesita tan solo tres. Ya se sabe. Como estos héroes que lucharon por «nuestra» libertad—el hombre del bigote dudó entonces, al no estar seguro que fuera del todo cierta su constantación.

Ellos se vieron así:

En el centro, el americano, a un lado el caballero inglés (estos días recordado por sus proclamas esclavistas) y del otro lado, el del bigote. Los tres tenores de la foto moderna tenían su alegoría del pasado.

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