Armando Gallo Pacheco aparece casi sin darse cuenta. De pronto, sin más, colma el espacio entero. La saturación se desborda de inmediato, en su justa medida, como una dosis perfecta en tu cintura. Abrasa. Se alinea a los reflujos de las ondas que nos conectan entre sí a todos los presentes; y no pocos ausentes. La plenitud de gloria se transmite en un rugir sincero de una carcajada co-creada en el espíritu circundante de un ritual del que ahora, todas somos parte.
La palabra precisa encadenada como un proceso estocástico a la siguiente. En destino es conocido pese a desconocerse la ruta por la cuál accederemos todos a la más sublime de las sabidurías de estar por casa. Lo mundano y lo extraordinario se dan la mano en el contexto más singular en el que arte ha poseido a su vehículo. La posesión nos ilumina por completo cegando la intención oculta de trascender lo espiritual para abocarnos, sin nuestro consentimiento, al límite del caos.
Al llegar estamos todos y ya no hay nadie. En la plenitud de todos los sentidos, la dimensión en la que nos desplegamos nos ciega, y desplaza deshilachándose hasta desvanecerse en la estela de un zumbido que cuya parábola se proyecta en la dirección contraria a la trayectoria que ha seguido nuestro planeta en su última vuelta a la galaxia. La reversión del order y la diversión del acto se entremezclan en una doble helix cuyas letras nos desvelan un nuevo códice.