K – RASTAMAN

Palabra de Marley

El ritmo se apodera de la parte más sútil que domina nuestras conexiones neuronales más sensibles. Son calladas y serenas, pero en el momento en el que se les excita, con una cadencia, un ritmo y un ir y venir de altos y bajos, hasta que nos damos cuenta que ya no estamos aquí. No de la misma manera. Estamos plenamente sustraidos y en un dimensión posterior a la que estabamos tan sólo unos momentos antes. Se trata de un trance. Ya habíamos estado aquí. El Señor está con nosotros; y con su espíritu.

La comunión con los rastafaris se produjo en el momento en el que entendimos el traslado del otro. Ese otro que viene de África, y que ahora está en otro sitio. Y cómo llegó ahí. Y tomó consciencia. Y se vio a sí mismo como parte de una historia no contada. Menospreciada y sometida. De pronto se presenta desde la escencia caribeña de un pueblo que vibra en otra esfera que aterriza sobre nosotros en forma de música. El otro está en nuestro cuerpo; pleno. Sabemos que es un agente externo que se ha presentado arrasando con todas las nociones previas.

El maestro RASTAMAN me habló con la consciencia plena. Se transporta con el beso sagrado en un ritual del cuál te hace parte. La costubre de estar en comunidad, en medio de una rueda, ante la noción indiscutida de que se vendrá sobre nosotros la gracia superior de la consciencia colectiva de Dios en la Tierra. El Dios rastafari está en la noción de añorar el pasado y el territorio de donde venimos. La certeza de volver con un viaje insólito ipso facto que nos transporta al bienestar de quién sabe que pueblo es el mundo. El RASTAMAN se sentó con nosotros a comulgar. Y nos fundimos en el porche del Gran Hotel de Puerto Viejo. Bajó Jesús y sentó entre nosotros. Hablamos juntos del porvenir. De la escencia plena de nuestras vidas. Ahí-entonces. El RASTAMAN recibió el regalo más súblime de uno de los presentes: una camiseta de futbol del mítico Ámerica de Beenhakker. El número de François Oman Biyik. Se cerró un círculo sagrado. Nació el futbolarte, con la bendición del RASTAMAN, y la comunión de Golman.