9 minutos para una historia completa

Tengo que crear algo. Es un imposición que me impongo. Porque creo que aleatoriamente podemos encontrar los caminos que necesitamos transitar. Entonces no hace falta nada más. Simplemente lo que nos topamos se convierte en lo que somos. Y lo que somos es lo mismo que lo que escribimos. O lo que pensamos. Y a veces pensamos y no escribimos, podría decir cualquier persona malpensante. Es verdad. Así es. Y en ese instante estamos siendo, pasajeramente, desapercibidos. Por nosotros mismos. A no ser que consigamos blindar esa memoria para siempre. Quizás explicando ese pensamiento en el formato de una historia. Contando un cuento. Todos tenemos cuentos que contar. Quizás esa es mi máxima perversión: no contarlos. Quizás debería poder escribir más cosas convencionales. Cosas que se entiendan. Cosas que vayan a alguna parte. Y entonces tendría en mis manos todos los cuentos que me han cruzado por la cabeza. Que no son pocos. Y mi vida tampoco es tan interesante. Pero en cambio, voy tomando de cada cosa lo que puedo para luego escribirla, por un mal hábito, o vicio, que tengo. Escribir como manera vivir. Escribir porque sí. Por lo que dicen que ayuda a centrar las ideas. La cabeza. Para escapar de ellas. Para no volverme loco por completo. Quizás para hacerlo. Quizás por asumir las contradicciones que dictan mi pesar. Y por eso, para ser infeliz, procuro la felicidad que gozo ante un teclado. No de aquellos duros Olivetti. Puach. Escupitajo en verso. Mentira. Todo es mentira. Y ficción. Y un cuento. Pero no amo la escritura. Ella me posee. Y no tengo salida. Ni perdón. Quizás esa es mi cruz. Jesús, escucha: ¿tú qué sabes de escribir?

Jesús medita el mensaje que recién le llega.
Al menos sabe leer.
Escribir, dice.
Hum...
Eso es para los mortales.
No se dan cuenta que no yo soy del todo mortal.
Yo no soy del todo humano.
Al ser algo más que humano, hermanos, no soy como ustedes.
Hermanas, no hablo con vosotras.
Vosotras estáis exentas.
No: esto no saldrá en el examen.
De haber dado clase lo hubiera petado.
Cada sermón fue una lección.
Cada parábola una liturgia.
¿Por qué escribir cuando oralmente puedo explicar el cuento?
De haber escrito se habría manipulado en sentido por construir.
No todo lo que dije quedó grabado.
Ni todos los que me escribieron captaron el sentido.
Pero lo que quedó se mantuvo por los siglos de los siglos.
Gracias a los que escribieron.
Yo podría haber escrito.
Pero opté por no hacerlo.
Escribir, en esas circunstancias, habría maniatado mi performance.
El directo llega más a según qué audiencias.
Mi verso era pobre, y por eso di paso a Mohammed.
Él sabría entender el lazo y la poesía.
Y Dios Padre así lo quiso.
Por eso me abandonó.
Yo no entendí.
Al tercer día se lo dije.
No lo entenderías —me dijo.
Y nunca lo entendí.
Hasta el día de hoy.
Que escribo por primer vez.

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