Yo me fui de México después del primer grito del nuevo milenio. Un 17 de septiembre, crudo, tras la mejor fiesta de del grito/despedida en tiempos de ley seca. Este año el zócalo no se llenó de banda, ni el pueblo gritó eufórico en una peda, o en todas las pedas. Las pedas mexicanas todas son iguales, aunque ninguna se parezca. Siempre hay los mismos pedos. Los mismos ronroneos. Las mismas misas. Es como una religión después de confesarnos el domingo, tras tener una cita a solas con la Guadalupana. Respeto, ante todo.
La vida de un mexicano comienza por verse en el espejo y no entender muy bien de dónde proviene eso. Esto. Este país. Y a su vez, saberse poseedor de un orgullo patrio a prueba de cualquier mendigo comunista que quiera desvalijar a este país de su circunscripción en los prescritos anales de la historia oficialista. La postrevolución no está gustando mucho a los partidos institucionales. Ni tampoco a los partidos emergentes. De pronto México se parece un poco a su liga de futbol. Y eso no está del todo mal, si estar bien tampoco. Yo, como buen mexicano, como digo una cosa, otra. Pero ahí nos vamos entendiendo, entre metáforas y poemas cantaditos al oído de una taibolera. No se crea, poli, no era una mordida exactamente a lo que me estaba refiriendo. Si ni sabía que había tortas veganas. No le haga.
Yo de plano me metí hasta el fondo de una barranca del muerto. Parece que se abrieron todas las barrancas y los muertos resucitan ante la sacudida de balazos y pozoles con los que el terror se dejó llevar en las venas de una sociedad adicta a sus demonios. Y no supimos cómo purgarlos entonces, cuando debía venir aquél que nos salvara, y que según la profecía, llegó, y le dimos la bienvenida, pero nos salió rana. Pinches gachupines. ¿A poco los tlaxcaltecas se apuntaron al tiro así nomás contra sus hermanos de piel morena? ¿A quién le andas creyendo las versiones torcidas de los reglones ocultos de Dios Padre Nuestro Señor, ausente de nuestro lado del planeta por los siglos de siglos… ALLS.
Dios Padre desconocía por completo que la tierra era redonda. Es un hecho. Nunca se lo contó a su hijo Jesús, que tampoco hizo mención a sus discípulos. ¿Qué historias del cosmos le explicaba Dios Padre a Jesús en la cuna del Edén? Ninguna, porque Dios Padre no era de este mundo, y en el suyo no había cosmos, ni gravedad, ni electromagnetismo, ni siquiera una fuerza unificada de todo, excepto, claro, Él mismo. Y qué iba a estar autoanálizandose, si está siempre presente, inclusive en el futuro. Dios nos sirve para pensar en las dimensiones a las que no llegamos para entender por completo la física cuántica, y sus múltiples jardines que se bifurcan. Tampoco nos da para leer a Borges, pero ahí estamos. Y mucho menos para entender, por completo, la obra completa de Shopenhauer, pero para eso tenemos facultades de filosofía en el norte de Europa que se llenan cada año de filósofos incapaces de recuperar las energías clarividentes de sus antepasados más ilustres.
Xavier Rubert de Ventós me dijo una vez que no hacía falta que hubiera tantos filósofos en todo el mundo, que nos bastaba con los alemanes. Y puede que tenga razón. Quizás el debate de la ideas ya está desplegado en su conjunto, y tan sólo debemos reconstruirlo de vez en cuando. Barajar las cartas y jugar al texas holdem. Dios Padre es muy dado a tener el control de las mesas en las que juega. Se cree que hace trampas, pero no hay huevos para sacarlo del casino. Y nadie le riñe. Nadie se atreve desde que pasó aquello de Lucifer. Ya ves. Sin Lucifer no hay yang, como tampoco hay cruz sin Judas. Así no vengamos ahora con juicios a destiempo sobre la indispensable labor de estos dos personajes pilares de nuestra sociedas: los satanases y los judas.
España no se entiende sin Franco. Y tampoco sin los republicanos. He aquí el dilema. El dictado que se come el cojón.
Hitler sin bigote no habría sido más que un flautista de Hamelin.
¿Cómo se pasa de la independencia de una colonía las vidas alternativas de un genocida?