Los hombres que se sienten amenzados por el feminismo no han acabado de entender de qué se trata. Tampoco le toca a los hombres hablar mucho sobre el feminismo o la desigualdad de género. Eso le toca a las mujeres. El diágolo de las experiencias sufridas es lo que genera una conversación diferente a la que no habíamos sido llamados. Y de hecho, ahora mismo, tampoco nos toca a nosotros hacerlo. El rol masculino del feminista hombre es más bien asumir el papel secundario que tiene dar paso a lo que las mujeres, como mucho valor han sabido generar por sí mismas. Esa fuerza para oponerse al poder heteropatriarcal es sin duda la máxima esperanza de nuestros días.
La causa me parece la más justa y necearia de nuestro mundo en decadencia. Los pilares de nuestra sociedad se están tambaleando y nosotros apostamos todavía por los viejos valores: el varón primogénito blanco y capitalista. Por ir a lo seguro. El don de mando de toda la vida. Boys will be boys. Pues las mujeres han dicho basta. Y todavía quedan lugares en los que las mujeres, sus historias, sus cuerpos, deberán ser re-conocidos. Habitar tu cuerpo sin los lastres de los condicionantes que la religión, la moral y la sociedad heteropatriarcal les/nos ha lastrado a ser cómo somos. Sometedores del cuerpo de la mujer, de manera vedada o con el más putrefacto cinismo de nuestra cremallera abierta.
El terror de la violencia que se mantuvo en silencio tanto tanto tiempo. Lo que hay que aguantar como mujer ante según qué circunstancias de la vida. Los límites de las cuestiones inomrales de los hombres machos de nuestras biografías familiares. Todas las historias de machismo están acuñadas en nuestras cuatro paredes. La cuestión intrafamiliar, y la dignidad del apellido ha sido el pretexto más utilizado para que algunas mujeres hayan callado hasta ahora, cómplices de los silencios que enmascaran las vejaciones, las violencias, hacia cuerpos de mujeres indefensas, que no están dispuestas a vivir con el temor y el miedo de formar parte de esta sociedad viciada.
Quizás no lo podamos entender. Nuestra educación nos llevó a transitar por estos caminos, y no nos dimos ni cuenta. Quizás hay que borrarlo todo y volver a empezar. Con un cuento nuevo. Como si eso fuera a dejar el relato hasta ahora vigente en fuera de lugar. Puede que las inercias del heteropatriarcado sean demasiado fuertes para tambalearse con el suspiro de una multitud de mujeres que se presentan libres ante nuestra pasividad acomodada. Lo que pasa es que cuando su voz se levanta con la fuerza colectiva de otra manera de pensarnos juntos a partir de las antípodas de lo que no puede estar permitido, ni solapado, ni pasado por alto. Basta. Nos lo han dicho de la manera más audaz. Con un ejemplo de cómo luchar. Con el foco puesto en las minorías que no tienen esa representatividad que en otros momentos pensamos que había resurgido del fondo de nuestro armario. La sociedad que se integra a partir de esta construcción colectiva del futuro representa la posibilidad de sanar en comunión a nuevo credo. Ya no hay liturgia, pero sí amor. Y en este proceso, lo que queda atrás puede que se regenere en forma de otro fenix. No hay problema. Todos nos habremos transformado en el proceso. Y el día de mañana lo que antes no nos era evidente, ahora, por siempre, nos retumbará en la cabeza como esta canción:
La violencia que viene de todos los hombres que han conocido: hermanos, padres, hijos, tíos, primos, novios, desconocidos, maestros, padrecitos,…
Los hay quienes se ofenden. Quizás sienten pasos en la azotea. Quizás las consciencias del heteropatriarcado se sienten fuertes ante las nociones que desvelan los pecados de sus violencias. Quizás dicha tranquilidad que guarda el feminicida le permite seguir como si nada. La sociedad estaba dispuesta a solapar estos pequeños deslizes de los hombres fuertes del poder. Porque no es que se pervirtieran: eran así. Así habían sido siempre. La fractura del macho que debe ser macho por seguir alimentando al monstruo. El machismo no tiene fondo. La virilidad como valor, como las historias de todos los hombres de nuestros mitos fundacionales. Como si la costilla fuera tan sólo una casualidad. O que Dios Padre sea hombre. Y macho. A imagen y semejanza nuestra. Quizás por eso el hombre piensa que tiene un rol más particular y sagrado. Si Dios fuera madre sería otra cosa. Dios Padre no puede ser Dios madre. Ni con una madre tierra. Claramente ella es la vida. Y nosotros ellas. Tenemos claro que el Sol es un astro heteropatriarcal. Y la simbología que arrojamos sobre nuestra devoción a la estrella más brillantes del firmamento nos ciega ante la posibilidad de estrellas más grandes más allá de nuestro marco de entendimiento. Los multiversos no sabemos demostrar. Lo único que se me ocurre, como siempre que pienso en la necesidad de una demostración matemática, es en ir por la vía de la reducción al absurdo. Pero son cosas que sólo me sirven a mí. Son parte de mi singularidad ante el deseo de transgredir la norma, las reglas establecidas, y el entendimiento generalizado por diversos subconjuntos de la sociedad que se asimilan a sí mismos como miembros de una misma cosa.
Quizás debas escuchar de nuevo esta canción de Vivir Quintana. Así, en bucle, entrar a un trance final.