No es el mismo estado de ánimo. Ni la misma situación. Menorca representa todo: al fin y al cabo es una isla, y todo el mundo sabe lo que abarca el simbolismo de uno mismo, y por tanto, de una isla. El mar nos espera. La fuga sólo tiene una vía, si descontamos el camino de Ícaro. Pero aún así, lo que vinimos a hacer a una isla sólo lo sabemos quienes en ella nos convertimos en algo más. Aquello que devenimos es nuestro «yo» illenc.
No todas las islas son iguales. De hecho todas son distintas. Y cada una representa lo mismo. La unidad y la multiplicidad coexisten en la isla. No se trata de una metáfora de reality desgastada, por más que vivamos en una situación hipersaturada de realidad de cartón-piedra. Lo vanal es lo más, y lo demás, existenicial, no existe. Por tanto, hemos relegado los ritos más significativos a una escala elitista que construimos a partir de la cultura. Y no dejamos permear a todo el mundo. Unos pocos son los bendecidos. Y eso también queda registrado en discurso que elegimos proyectar de nuestra transformación isleña. Se trata de una inmersión sublimada por los mismos cielos, las mismas aguas, los mismos soles que en la antigüedad saciaban a los habitantes de los bosques y las urbes mediterráneas. Algo eterno subsiste en el verano que se desvela en las calas de la isla.
El baño. Bañarse, como si debiéramos bautizarnos una vez, al menos, para ser dignos de estar en la presencia de este Dios que nos ilumina con su luz. ¿Acaso, sol, no te suspiré mi último halago desde la posición de plegaria flotante? La nubes acompasaron la ilusión de estar sumergido en las aguas en las que me transformaba, otra vez, en ese último baño. La nube estaba ahí, en eterna deformación, hasta que en un momento dado se esfumó. Y mi yo anterior, con ella.
No cabe duda de que vuelvo a elegir esta vida. La contemplación de una oración que persiste pese a los intentos de banalizarlo todo. Los sentidos desde el interior de las aguas en las que mis oidos se han fundido con la experiencia subacuática, mientras los ojos mantienen su visión periférica dual azul cielo. La frontera nos lo da todo, y ahí, sobre el muro, construimos un instante de conexión incuestionable y permanente, pese a su obstinada reinvención acto seguido.
No preciso volar si puedo disolverme en los estados de mi «yo» illenc. Nomás que aquí se escribe una mutación singular sin fin ni solemnidad que valga de representación. No es lo mismo estar aquí que en otro sitio. Cualqueira que quiera ser esto, sólo puedo conseguirlo en este estado mental. Y en esta isla se aprecia dicha gracia, más que en ninguna otra. No hay duda. Y pese a ser esta la puerta correcta, todas las puertas de las otras islas conducen, a su manera, al eterno retorno que las islas prometen. Esa circularidad define la costa de la isla, como también isla es, el continente, si se tiene la suficiente paciencia para recorrer todo el perímetro de sus playas.
El agua se mece intermitente con la obsesión del latir de un corazón paciente. Escucha el latido, al ladito, dónde estás, que no te siento. Me distraigo con cosas superfluas que me aislan de mi mismo, hasta que vengo aquí y me reencuentro, en otro «yo». Vuelta a empezar. Una vez, más, y no falla. No hay más recurso que volver.
Ya no me quedan más islas para escribir desde este día. Sólo tengo un rato más antes de partir. El puerto de Mao me espera para recorrerlo, una vez más, de principio a fin. Y su manto protector, embriagado por la habanera de despedida que se perdió la noche anterior en cala Corb, desde un Cau que ruge con nostalgia de lo que aquí un día se reconfiguró, como el aliento pestilente de un poeta, o la trompeta mesiánica de un desgraciado familiar, como quien intenta suplantar con alegría la alegoría militar que nos despide entre Sant Felip y la Gola.
Una vez más arrastramos nuestra sombra por el mediterráneo, de vuelta a la capital. La urbanidad de un puerto que nos llama con los cantos de la Sirena Caballé encaramada en lo alto de una montaña desde donde se distribuyen las ondas expansivas de un campo magnético posterior que se regenera simultaneamente a nuestro devenir colectivo resultante. Otra vez la misma historia.
ensō: vuelta al origen.
ALLS