7. Director de cine

Yo lo tuve claro en un momento dado. Quizás tarde. Seré director.

Un cineasta lo sabe. La idea habita en su cabeza. Y de ahí no sale. Hasta que se plasma en una obra que se proyecta en una pantalla, rectangular, con un sonido de la ostia, profesional, bien capturado y bien mezclado y balanceado, y todas esas cosas que no entiendo, pero que por suerte hay alguien que se encarga de eso: técnico de sonido. Y otro que sabe de cámaras y de tiranías del encuadre. El director de fotografía. Y otro, el productor, que no sólo conseguía el billete, y los contactos que nos llevan hasta esos despachos, en dónde un big shot, y su equipo personal, decide que te contratan a tí. Al precio que tú dices. Pero porque ese precio es un producto. La matería prima es la idea. El qué vamos a conseguir una vez comercialicemos este producto como lo que es: pata negra.

Yo soy mejor 9 que Joaquín. Y encima, con más guasa.

Y sale Maldonado con Buenafuente. O entra a camerinos. El back stage. La gente quiere saber lo que hay del otro lado. Y no hay más que personas extraordinarias: los intérpretes.

Y uno quiere serlo. Desde el primer momento en el que entiende lo que significa el cine en su máxima expresión. Risa. Dolor. Miedo. Sublimación. Ilusión. Humanidad. Insolencia. Surrealismo. Futbolarte.

Un significante nuevo es perentorio.

Mi literatura simplemente quiso decir que no. Como la pinche gallinita. O al revés. El caso es que el resultado es el mismo: revolución. ¿Me vas a hablar a mí de revolución? Mi segundo nombre es revolución. El revolucionario de la montaña baja a la playa, pasando por la lomita del centro de la capital de cara al mar, con penetración en 180º de alternativas para desplegar mi paso sobre tierra en la península. Dejé mi insularidad atrás al entrar por la nueva capital del puerto central de New Barcino.

Lo siento. Hablo mucho de mi ciudad. Me sabe hasta mal enturbiar vuestra fiesta. Soy el tipo que le encanta que lo inviten a las fiestas y cagarse en la puta madre de todo lo que encima tiene el descaro de apuntar su dedo hacia mí. Yo soy culpable. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.


El catolicismo es casi perfecto. Tiende al bien. Y a la corrupción. A lo negro y lo blanco. La opulencia y la pobreza. Nuestro camino hacia la expasión. ¿Qué es la curia de curas como capa intermediaria de nuestro diálogo con lo divino? La teología. No todos practican su desarrollo, menos su lectura, y algunos todavía asisten a las recitaciones público-privadas de las palabras sagradas reconfiguradas a nuestro favor.


Es como todo.

La frase más odiada de Quique. Su repugnacia mancha.

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