Eduardo Cadaval: segunda epifanía menorquina

Estoy en un evento de Supercuidadoras. Se organiza una sesión en la que tenemos un asiento. Pero en otro sitio, un colegio de arquitectos, o de médicos, Kai está con un tipo que podría ser el productor de mi película. Y está en esos momentos ahí. Nuestra silla está vacía pero me tengo que mover a aquél otro asunto. Consigo localizar a Alex para que vaya a ese sitio y le digo que me tengo que ir. Me voy.

Salgo caminando. Voy subiendo la calle. En un momento dado estoy dentro de un taxi. Pero yo no me subí nunca. Y de pronto estoy otra vez caminando. Bien. No tengo dinero. Así que no puedo pagar el taxi. Quizás tendría suficiente para pagar a donde voy. Estoy cerca. Me llama Kai y le explico que voy en camino.

De pronto voy por encima de los edificios. Son como azoteas del DF. Me encuentro en una parte de la ciudad que nunca había visto. Es como un oasis en la ciudad. De pronto veo una cascada de camino y me sorprendo. Nunca había visto ese pedazo de naturaleza en Barcelona. El agua filtra por las piedras. Hay más de un riachuelo. Sigo sin creerlo. Vuelvo a ver la imagen de la cascada más grande. Y veo que agua va hacia un sitio en el se canaliza su flujo. Como camino al mar. Y en el van entrando personas, que se desintegran al entrar al agua. O bien se convierten en su caudal. Es una metáfora de las ramblas. Lo que fue. Lo que es.

En ese momento estoy en la parte de atrás de coche. Me lleva Paola, que va con un amigo copiloto. Yo subí intempestivamente. O más bien, transicioné a estar ahí. Mientras recorría el extrarradio de la ciudad. Donde la urbanidad se vuelve naturaleza.

Mientras salto por las azoteas entre edificios pienso en Eduardo Cadaval. Lo quiero invitar a que venga a conocer nuestro nuevo piso. Es un pequeño oasis de algo. Y creo que nuestra pequeña casa es el centro de algo. Un sitio de encuentro. Él hace un chiste como si fuera una especie de catedral pacheca. Lo dice en buena onda. Como si lo que ahí se da es la posibilidad de plantarse en el inicio de un hilo argumental nuevo y de ahí se desenvuelve un multiverso ejemplar. Que bien descrito lo que es. El lo ve como un sitio en el que las cosas trasncurren diferente. Como su propia casa. Sitios de reunión. Sitios que se complementan con el hacer de otras personas. Con la convivencia de la emergencia mexicana.

Lo voy buscando a él. Me doy cuenta en ese momento. Y cuando él me está describiendo así es cuando veo la cascada. Y pienso: es eso exactamente. Un silogismo encadenado a otro. Si eso tiene sentido. Una cadena argumental que puede partir de cualquier lado. De un instante en el que algo se le ocurre a la mente. Y se expresa. Y de ahí se comienza un soliloquio que no está atrapado en ningún trauma de un principe shakespeariano. Es simplemente una broma. Lo que habría descifrado Foster Wallace sin problema. Una vez más. Es la posiblidad de asombrarnos de la nada. Como si un acto de fe se pudiera practicar a partir de un gesto que nos une a todos. De manera ceremonial. De manera desenfadada. De manera espontánea.

Es como siempre ha intentando conectar con las personas. O ligar. Es la herramienta de los que no somos machos alfas. La herramienta de los que se sienten, o son, guapos. Ellos también tienen sus trucos. Y los despliegan ante las mujeres que consideran que son suyas. O ellas se dejan llevar. O no. Algunos subnormales. Otros no. Los hemos visto todos. Los placidos domingos. La gente que tiene poder y carisma. Y duende. En medio de un endiosamiento de quien todo lo ha consegido. No va a conseguir el deleite de una mujer que le idolatra. Es tomar ventaja de su situación de poder. Que sobrepasa algunas rayas. Una y otra vez. Porque le funciona. Ese ha sido el estandar patriarcal de las relaciones. Los placidos domingos de este mundo lo han tenido fácil para follar. Quizás algunas mujeres buscan follarse un plácido domingo. Y buscan el poder que eso les da. Pero no así las mujeres que fueron acosadas sin ellas decir el sí, sí, sí que no le habría hecho falta a la duquesa. Ella, argentina y marquesa, ya tiene abolengo, doña Cayetana. Ahora sólo le falta querer aceptar el cortejo de un toro. Que no tiene sutiliza al embestir. Está ciego del ojo izquierdo. Por eso mejor con la derecha.

De vuelta al sueño.

Estoy en el coche y pienso que estoy cerca de casa de Eduardo. Pido que me dejen ahí. No tengo dinero para pagar. Pero me han hecho el favor. O pago como puedo. El copiloto me intenta cobrar. Paola, la arquitecta, le dice que ya pagué. El copiloto suelta un billete de cinco euros que de algunas manera cae cerca de mí. Lo pillo y lo meto en la cartera. Me despido y dejo varias cosas en el coche. Voy muy despitado. Pero ya estoy fuera. El coche marcha. Salto a la calle para poder avisar a Paola por el retrovisor que me he dejado algo. De pronto el coche salta por los aires. No he tenido que ver en el asunto. Pero el coche vuela. Como carrero blanco. O no tanto. Pero salen ilesos. Es simplmente un fallo mecánico. El coche vuelve a estar en pie. O volcado en el patio de una claustro de la calle Jorge Juan. Entro a buscar lo que me había dejado. El bolso de Meritxell. Menos mal que lo recupero. De la que me libro. Mi libro. Mi libro era lo que me había dejado que era importante. En los márgentes de ese libro hay un libro mio. No es una pérdida cualquiera. La humanidad se habría quedado si ese libro mío que aun no he escrito. Por desidida. O porque no ha sido todavía su momento. Pero si se pierden esas anotaciones al margen no hay nada. Sólo pérdida. Ya estaba en medio del luto cuando la providencia me solucionó el problema. Lo recupero y me voy.

Paola está consteranada con su coche. Al menos ha pasado en el un barrio en el que hay mecánimos. Y uno de ellos ya se ha puesto manos a la obra. Así que eso queda encaminado. Yo me voy a buscar a Cadaval. De pronto entra en escena. Me saluda. Va con prisa. Saluda a unos colegas. Le llamo por teléfono. Él contesta y comenzamos a hablar. Nos damos cuenta del absurdo de estar hablando por teléfono pero al menos he conseguido captar su atención. Él va con prisas. Pero me atiende. Le propongo que colgemos para hablar en personas. Y nos saludamos. Pero él tienen un clase o seminario. ¿Vienes a la clase? No se lo que se está departiendo. Me ha invitado pero no se si estorbo. La gente, de diferentes edades toma asiento. Comienza a dar su clase. Yo me siento fuera de lugar. Me ha invitado. Estoy parado en la puerta. Pero se que quizás estorbo. Aunque su ofrecimiento fue sincero. Me excluyo. No entro.

Eduardo les dice a los presentes que vamos a iniciar una sesión más. «Lo que no se es cuando vamos a dar por cerrado este proyecto». Se tira las manos a la cara. Es como cerrar una operación cuántica. No sabe en qué momento será el adecuado por dar este experimento social por acabado. Y me doy cuenta de que debería estar ahí dentro. Pero me he quedado fuera. Ya no escucho más. Cuando venía justo a eso. A explorarla posiblidad de expandir mi multiverso particular a uno ejemplar. Y su catedra iba de eso. Un tema universitario que tenía como objetivo la experimentación social de un sistema complejo en emergencia.

Le cuento a Montiel que he venido a eso. Que debería estar ahí dentro. Estoy que me lleva la chingada. Veo un mapa de outputs en el que se iluminan puntos de luz que representan estados, o elementos. Potasio. Cosas medibles que a su vez se asocian a circunstancias, como por ejemplo el nirvana. Es un tablero de control que tienen forma de constelaciones. Puntos que se unen y forman líneas. El nirvana cuando se llega implica tal elemento, tal conexión eléctrica, tal elemento. Como si la experimentación, o el mapeo, de diferentes situaciones nos hubiera dado todo el tablero elemental de los sitios a los que podemos llegar. Como si la vida se pudiera resuimir en esos estados de ánimo, que de alguna manera representan nuestro estar-ahí. Estar-aquí. Nuestro presente. Ahora. La ruta final al despliegue cuántico de un modelo que nos permite proyectar cualquier experiencia humana.

Al ver ese tablero pienso que debería estar en ese grupo. Exponiendo mi proyecto. Que busca a partir de mi experimento social que todos seamos capaces de llegar a ese nirvana. Y que midiéndolo podemos iluminar el tablero cuántico. Es una nueva tabla periódica. Y los estados a los que podemos llegar son los que ahí se proyectan.

Pienso que yo debería organizar ese grupo de experimentación. Pero no compito con Eduardo. Sino que busco que llevemos esta reflexión a otro nivel. Otro estado de la naturaleza. Y debo reproducir este sueño para darle sentido y forma a lo que en mi cabeza se ha ordenada a partir del caos.

Supercuidadoras. Ese es el proyecto que lo sintetiza todo. Porque buscamos ayudar alguien más fuera de nosotros mismos. Y porque a su vez, podemos desplegar quienes somos. Y por qué lo hacemos. Sin pasar por los filtros que otros nos impongan. Porque lo hemos pensado otra vez. Porque esta vez todo está dispuesto. Y sólo nos falta presentarlo en sociedad. Pieza a pieza. Con una narrativa que nos presente a todos frente al tablero cuántico de quienes somos, en este mismo instante. El yo-ahora. Pleno. Puro. Plácido. Como un domingo.

Me levanto de la cama a buscar el ordenador. Está en sala. Roger duerme hoy ahí. No tengo dónde escribir. Me encierro en el baño a hacerlo. Y aquí acaba el sueño.

Debo llamar a Cadaval y quedar con él cuando vuelva a Barcelona.

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