El feedbacklooper es mi profesión. Se trata de una descripción laboral. De una visión. De la proyección heteropatriarcal sobre el más trillado sueño de un macho alfa. También es un agente de interconexión entre la parte simple de la base de una estructura, cualquiera que sea su forma, de un sistema complejo, para dar paso y comunión con la parte más cercana al límite del caos, aquella parte en la que el sistema se convierte en una emergencia colectiva. Algo inesperado que no es posible predecir. Algo sublime y nunca antes visto. Algo que nace, sin forzar la máquina, y muy a pesar de nuestras intenciones.
El feedbacklooper es una tensión que permite unir dos naturalezas aparentemente inconexas de un sistema. Su estado primigenio y su estado emergente. Pasando por un enlace sutil que se desvela casi inexistente, pero cuya función es indispensable para permitir dicha conexión estelar. Lo sublime se desvela de la locura de una noche que pensó recordar Valle Inclán tras haberla vivido, según le dicta la memoria.
El que se asuma feedbackloopper debe entender la multiversalidad de su versatilidad. Se debe ver así mismo como un servidor público del más grande sistema complejo social: nosotros.
La humanidad nunca se había planteado un sistema como el que el feedbacklooper 9 emitió en aquella histórica primera señal desde el límite del caos.