Dos polos son sufientes. Los humanos necesitamos las antípodas. Venimos de una pulsión de repelencia. Los campos magnéticos nos son más útiles para entender cómo nos atraemos y nos repelemos con la misma intensidad, pero a la inversa. La complejidad empieza con la dimensión que rompe la unicidad.
El principio de individuación se desquebraja. Ya no somos sólo nosotros, sino que somos todos a la vez. Y en esa deriva líquida de la autoconsciencia absoluta alineada con el cosmos y los dioses, cuando ya no somos nosotros, solos, ya no importa nada la pulsión que nos repelía de aquél némesis. En esa comunión nos fusionamos.
Pero la etapa pendular nos brinda la oportunidad de seguir siendo como somos. Con esa animadversión por el pensamiento en las antípodas de lo que digo ser. Por más que me expliquen las historias que exitan el pensamiento de los «otros». El «nosotros» nuestro es siempre más potente y cegador. Nos sabemos «iguales» a nuestros pares. Sin importar el lema de nuestra canción. El himno de nuestro cretinismo. Hay algo singular de nuestra pertenencia. Quizás nos baste con estar en ambos polos. No a la vez; itinerantemente.