Los olmecas, y evidentemente, las olmecas, están en el principio de toda narrativa prehispánica fundacional de lo que es hoy México. O lo que en su día fue la Nueva España. No es trivial encontrarnos que lo que nos representa, en este momento de nuestra historia, es más la parte de nuestra herencia mestificada, como una canción ranchera a la que le hemos agarrado harto cariño. Por tanto, sea esta la verdad que se revela, de ser posible, en medio de una borrachera. Y si puede ser, con mexcal de tierras mixe.
Pero no confundamos al que sabe identificar bien las culturas primigenias, ni tampoco dejemos que esto se vuelva una apropiación cultural sin más. Vamos a tomarnos nuestros orígenes todo lo serio que nos sea posible, mientras dibujamos en un papel en blanco el punto de partida que sirva para proyectarnos, desde el presente, hacia un futuro prometedor. O bueno, hacia otro pinche futuro. Así sea pinche. Al menos será bien pinche nuestro. Único e irrepetible. Propio. Pero esta vez pasando por el filtro de los olmecas. O bien, de las cabezas olmecas, que adquieren una especie de dimensión reconfigurada para adaptarse a nuestro ser del tercer milenio postpandémico. Bien chido. Bien henchido de orgullo de nuestros orígenes indios. Bien pinches olmecas. Como GOLman.
Bievenidos a la campaña de Golman.
Acá le pueden comentar lo que consideren oportuno para la emergencia colectiva, que efectivamente ya llegó, ya está aquí, y empieza ahora su particular cuenta atrás para participar el las últimas serán las primeras elecciones.
La elección de Golman.
Golman, de pijoaparte a presidente. El nou del poble 9: Ticataluña.