Ñ – Postcinematografía

La tiranía del encuadre es el espacio en el que atrapo la surrealidad de un tiempo presente-pasado-futuro.

Llena eres de gracia. El Señor no está contigo. Eres tú. Y tú, EL/ ELLA. Algo más que tan sólo Él. ¿Lo ves? Dios Padre es claramente heteropatriarcado. Es la razón por la cuál seguimos atados a una serie de costumbras que obraron un bien realitvo, hasta cierto punto vanguardista, hasta que nos dimos cuenta de que quedaban cosas por encima de otras. Y el Señor encima nuestro. Con una fuerza desmedida que no atendía a nuestros ruegos: déjame en paz.

La postcinematografía se define, según Armando Gallo Pacheco, como el futuro de la cinematografía que murió en 1983, cuando de acuerdo con Peter Greenaway, el control del VHS mató la industria del cine. Han tenido que pasar más de 40 años, los mismos que separan, años más, años menos, la etapa entre los Lumiere y Einseinstein, el creador de la industria de la cinematografía, según una ve más Sir Peter Greenaway. El concepto de postcinematografía había sido acuñado por Armando Gallo durante la práctica de su método de creación, mediante el cual capturaba el tiempo y el espacio dentro de su tiranía del encuadre, siguiendo las circunstancias de la narrativa que se desvelaba en tiempo real a través de la intermediación tecnológica de la cámara.

Cuatro cosas, apunta Greenaway, padece la industria del cine para escapar de la muerte que el control del VHS llegó a causar, ante la alteración de quién puede acelerar o detener el tiempo en el que se observa una película. Las cosas se han movido desde entonces, pero persisten cuatro tiranías: la tiranía del texto, la tiranía de la cámara, la tiranía del actor y la tiranía del encuadre. Por un lado, el texto, es decir el guion, marca de una manera definitiva la creación cinematográfica como un dogma de fe que es evadido, por otra parte, por quienes hacen cine dogma. La tiranía de la cámara nos dicta la necesidad tecnológica de utilizar una cámara para la creación de la cinematografía. La tiranía del actor nos lleva a tener que depender de ellos para que la acción suceda. Y la tiranía del encuadre nos fuerza a un rectángulo que condiciona la experiencia sobre la que se marca un canon geométrico ineludible que nos ata a un espacio determinado que no hemos transgedido del todo. De todas estas tiranías, la virtud de Armando Gallo fue contestar ese discurso con un gesto performativo que quedó grabado, tautológicamente, en una pieza de postcinematografía iniciática, en la que queda de manifiesto la ruptura de dos de las tiranías, y la consagración de dos de ellas: las tiranías del encuadre y de la cámara.