Entro en Facebook y me encuentro con un post de Luis Humberto Crosthwaite, un escritor mexicano al que conocí en Barcelona. Un día le dejé mis boletos del Barça para que Quique lo llevara al Camp Nou. Así que me estuvo muy agradecido, pese a que el gesto, en realidad fue de Quique. Y de Roger, de quién eran los asientos. Quizás también del tío Pepe. Y de Vicente, mi suegro. QEPD.
Barcelona me ha dado una aproximación a las personas que se dedican a contar historias. Los libros ya los conocía. Uno es lector antes que seguidor de sellos editoriales independientes. El mundo editorial y la lectura se dan la mano a la distancia, como el escritor y el editor. Son partes trascendentales de una relación que se estrecha más allá de lo que podemos concebir de manera racional. Hay algo de magia. Y también un velo.
Como el velo de la vida y la muerte.
Desde entonces lo sigo en facebook. Los escritores han tenido una entrada pausada y firme a facebook. Primero con el recelo de todo intelectual, y luego, entendiendo la magnitud relacional de la red, y la respuesta inmediata de quién accede a jugar. La creatividad de la interrelación les hace ser dinamizadores de la partida hacia sitios diferentes. Hacia nuevas crónicas. No deja de ser un espacio de interactividad. Un sitio en el que quien escribe puede recibir el ir y venir de quién lee. Ese velo entre el libro y el lector. El libro, objeto, se proyecta al más allá. Más allá del tiempo en el que estemos aquí. Vivimos en un cerco. Y un día nos dejarán salir. Y entonces, ya no estaré aquí.
Luis Humerto escribió el siguiente post:
Oh… narradores muertos. Mi memoria audiovisual, esa que se desarrolla antes de la lectora, se adelantó: sexto sentido. Lo popular a veces tiene un peso en nuestros estados de la naturaleza. Y mordemos el anzuelo. Los otros. Otra vez. Pero aquí, Luis Humberto Crosthwaite (se debe leer siempre el nombre completo de un autor que tiene un nombre tan elocuente) nos obliga a ir por el otro camino. Por el del guion, primero. Enfatiza que las historias, incluidas las que vemos en imagenes interconectadas, las escribe un guionista. Y aquí el peso lo sostiene el texto. Alguien que escribe cómo van enlazadas cada una de las escenas de la historia a narrar. Y cómo estas tienen un impacto coordinado para llevarnos a un sitio, en el que se condensa la clave del show. El desenlace de una trama que se viste desde el conflicto que nos engancha tras la presentación de nuestro personaje y su entorno.
La recomendación de una película que a un autor le parece esencial. Una película favorita transforma. Y su recomendación nos lleva a establecer las claves del por qué. En este caso: el narrador está muerto. Desde que lo vemos en el inicio de la pelicula lo sabemos. No he visto la película, con lo cual mi gozo es más profundo. Lo que me queda por ver es el universo de lo posiblemente transformador. Lo que todavía no sabemos. Lo que oculta el guionista para su despliegue de decisiones. Y nosotros detrás. Siguiendo las migajas de pan a través del bosque. Hasta dar con la entrada del Parc Guell.
Un rotulador enorme cae de repente, junto con una pelota de papel. Un ruido tremendo me distrae de la escritura. No lo entiendo. Según parece alguien me lo tiró. No ha nadie conmigo. Los levanto y los dejo en su sitio. Me entra la duda de si alguien más podría estar aquí conmigo. Un espíritu. Una fuerza superior. Un fantasma del pasado. Me siento bien acompañado. Ahora sé que está conmigo. Y no pasa nada.
Quizás sea el narrador de aquella historia. Ahora aquí. A sabiendas que hablo de él. O algún espíritu que me acompaña. Que no son pocos. Y de los cuáles, algún día, hablaré. O más bien, de sus historias. De lo que queda de ellas. O de cómo se transfiguran en un espacio temporal, ya sea libro, guion, o película.
Luis Humberto Crosthwaite interpela a su audiencia que le recuerden libros o guiones de narradores muertos. Nos lleva al origen de las historias. Los autores de dichas historias, y las historias mismas. Y luego se da a la labor de buscar las historias publicadas en algún sitio online. Y las podemos leer. Me voy de cabeza sobre Pitol.
Qué bueno es Sergio Pitol.
Y luego pienso: no he leído nunca Pedro Pármo. Qué vergüenza. Ha llegado el momento.