Aarón: la estrella

No es que cuando te mueres te conviertes en una estrella. Tú, que te quedas, ves el cielo la noche en que te fuiste y observas una estrella en particular. Esa es tu estrella. La estrella del que se fue. Ahí se comunica contigo. Para que la veas siempre.

Esto no le pasa a todo el mundo. Solo las personas con estrella dejan una estrella en el firmamento para toda la eternidad. O al menos hasta la vida de esa estrella, que quizás ya murió, y todavía nos llega su luz, con algo de rezago estelar. Cosas de la relatividad y de la velocidad de la luz.

La velocidad con la que viaja Aarón es sublimada por nuestra incapacidad de enteneder dichas dimensiones. Nos rebasa nuestro entendimiento capilar. Y lo dejamos estar. No vaya ser que nos multiversemos de pronto. Como un gesto transformador.

¿Sí creo en Dios?

-A tí, qué más te da. O como decimos en México: a tí qué chingaos te importa.

La cosa está así. Todos los sistemas están en crisis. Y la vaina va explotar en cualquier momento. Nos están metiendo el pánico por los huesos. No porque se va venir la verga. Ni porque nos va a cargar la verga. Ni por la verga misma. Es otra verga. Qué vergas. Ni a vergas. Pura verga. Ma-ma-me-la-ver-ga.

Vease la expresión: mámame la verga.

En sí misma no es machista. Ni heteropatriarcal. Podría ser bien puto. Y bien. Tampoco se me malentienda por ahí. No quisiera parecer yo intolerante. A mi me gustan todos los moles. No vamos ahora a hacernos los fresitas. Los pinches mochos. Bien que te gusta la verga. Ni te hagas.

El hombre hetero blanco español se retuerce tantito cuando esos pensamientos le invaden el orto. La frontera ortogonal del astro DIOS. Ortogonalmente nos la clavan a todos. Como Dios poseyendo a su pueblo, que es Él mismo, recordemos. No se nos vaya ahora el catecismo. Las sentencias que marcan la doctrina por la cual defendemos creer o no lo mismo en esta religión que estamos organizando. O reorganizando. Si no queremos añadir a ningún otro credo espontáneo.

Imaginaros un nuevo credo. Uno que sea capaz de arrasar con todo. Con todos. La plenitud espiritual de un tiempo colectivo que nos llena individualmente, al mismo tiempo, a todas las especies. En una especie de armonía sólo experimentada por los monges europeos del siglo XV. Quince siglos después de Jesús, finalmente alguien sintió lo que María Magdalena.

La iglesia, Francisco el primero, se indigesta. Felipe VI no puede evitar un tic en el labio inferior, que luego se traslada a un ojo que se le va de vacaciones. Luego vuelve. Y se repite el trance. La madre Teresa de Calcuta, a unos sitios a la derecha de Jesús, en la zona noble del Liceu, observa con detenimiento la reacción del propio Jesús, para saber ella luego como proceder; en contra, como acostumbra, o quizás, está vez, deslumbra al incrédulo auditorio de ateos, purgatorios y condenados a las llamas eternas de los primos del PP. La derecha española copaba todos los asientos del Infierno, del Purgatorio y del Paraíso, y en todos ellos cobraba un sobreprecio por las sillas mejor ubicadas en la zona en la que se sentaban también el Pequeño Nicolás, que ya se había hecho mayor, y Jose María Aznar, que seguía un figurín. La llama de conservadurimos de la España orgullosamente casposa, sin que nadie se ofenda, ni que quisiéramos de pronto convertirnos a la enfermedad degenerativa de los rojos subnormales socios de separatistas venezolanos combatientes en Irak, Irán o Afganistán. La guerra lo trastoca todo. Lo que pensamos hoy nos ha sido traido por el superbowl, por el etretenimiento que ponemos en el intermedio, y por el mercado que responde a los estímulos de las marcas, y se regocija con las retóricas encontradas de los bandos opuetos que se pasean por la política con la cretina actitud de aniquilar a un rival al que desprecian y odian a muerte. Muerte. Guerra. Sangre. Vida.

La muerte en campaña. Temas espinosos que no solían estar en las campañas políticas, más dadas a actos de escapismo. La surrealidad nunca ha mezclado bien con la gesta de que te tomen en serio. O lo contrario: que te voten. Las elecciones de un pueblo que conoce bien a los que opinan que pueden determinar mejores opciones para la cosa común. Más allá de los últimos cretinos. O de las partes. O de cómo nos llevávamos cuando éramos pequeños. En el idioma en el que nos besábamos. O los orgasmos que nos regalamos. La idea de eludir toda responsabilidad. O de asumirla de pronto, sin temor a tomar las riendas del país y determinar el vaciado de todos los sentidos. Por un efecto purga. Como si pudiéramos limpiar la política con una buena diarrea. Una gran caca. Como si esta caca catalana fuera a ser la salvación para el resto de España. Esta vez constreñida. El pudor de cierta España le inhibie ser escatológica. O faltar a la moral. ¿Qué tienen que ver los toros en esto? Vamos. Clásico argumento que utilizan los proetarras bolivarianos. ¿Alguien dudaba que el Chavismo se iba a instalar en todas las iglesias intervenidas por Iglesias?

Los teólogos de liberación ya se habían infiltrado entre los inmigrantes latinoamericanos que llegaron en a principos del milenio. Todo estaba preparado por Dios padre para provocar el último cisma de las religiones. El profeta que vino con la última versión del libro sagrado que nos debía procurar un texto inequivoco esta vez. El sincretismo de todas las culturas que magnifiquemos en este contexto en el que en un futuro se nos juzgará por cómo retomamos la idea de algo más que el hombre. De entrada: la mujer. Y tras sus reflexiones femeninas y feministas, enganchamos hacia las antípodas de este heteropatriarcado de mierda que se puede ir a tomar por culo, con la gracia de Dios Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos… ALLS.

La estrella me ha escogido. Aaron en mi cabeza. Y ahí estará siempre. Mira Marcel, es esa.