Menorca como pulsión

Ya no estoy aquí. Tampoco importa dónde estoy. Hace tiempo que me fui y al volver, nada está ahí. El recuerdo alimenta una memoria que me miente. Y de pronto se contruye otro capítulo familiar de un tránsito que une Barcelona, Girona, Madrid, Ciutadella y Mao.

Lo mio no está atado a estas ciudades en particular, o sí, y quizás no tenga la perspectiva anterior para saber que desde este horizonte deberíamos abrir una última pugna individual. ¿Quiénes? ¿Dices «deberíamos»? Quizás deberías. ; no yo. No soy capaz de alinear ni siquiera esas personas que represento en el ahora. No se quién soy. Me perdí en una apuesta en la que no se sabe bien cuál fue la disputa, ni lo que me jugaba, ni contra quién. No hay nadie siguiendo la disputa, y en cambio, la maldición se mantiene, por un mandato burocrático que eleva mi situación a la excepción necesaria para que el mundo resista una última vuelta. Despúes ya veremos.

La víctima que llevo dentro no tiene capacidad de superar ningún otro dilema. Una crítica me destruiría. Ya no tengo cabida en ningún círculo esencial. Ni pretexto. Fui yo. Lo admito. Necesito ser culpable en algún juicio que me admita a trámite. Y fracasar de verdad, porque en esta situación impostada en la que mi desgracia no sabe a nada, ya no se permite deambular los espíritus al aire libre, por temor al contagio.

No obstante, estoy dispuesto a un último duelo. Por ver si eso cambia algo. Y asumiré el fracaso que salga de esta construcción imposible. Como si el fracaso sea la solución a mi «calvario». Ya no hay otro camino, mas que la cruz.

Políticamente correcto

Hoy en día todo debe medirse. La censura ya no tiene tan sólo una magnitud corporativa, sino que también la sociedad en la que nos sumergimos todos, sin saber muy bien cuándo, nos ha obligado a silenciar nuestra expresión más auténtica ante el miedo de ser excluidos y cancelados de la vida en general. Estar en desacuerdo con las convenciones sociales hoy en día nos lleva a posturas en las que más nos vale caer en gracia de quiénes tienen el don de la verdad absoluta.

Ante tal situación, nos obligamos a establecer unas normas de conducta que parecen ser más seguras y más normales. No debemos levantar de manera innecesaria la voz, no vaya ser que nuestra opinión llegue a oidos de alguien que se tome nuestro impulso como un gesto discriminatorio y de odio. El hecho en sí nos puede costar la vida. La vida en sociedad. O visto desde la otra perspecitva: el ostracismo. Anular nuestra expresión vagando sin que a nadie le importe por el desierto del destierro.

Ya desde hace tiempo pensaba que un día toparía con pared. Mi manera de expresarme me convertiría en víctima de mis propias palabras. Algún día me arrepentiría de todo lo que dije, porque ya no habría más que ocultar, y si bien algo quedaría entonces en pie, no sería yo, sino la construcción de otra persona que se me impuso, quizás en el sentido inverso de la imposición de lo políticamente correcto. Ese ser políticamente incorrecto que se forma fuera del sistema para reestablecer los límites de quién dice ser, una vez que se ha librado de la espada de damocles que se postró como amenaza continua ante el más mínimo descuido.

Disentir, gustar, repeler. Hater. Esclavo. Thought police. Ya no sabemos si Orwell nos mandó directamente al sitio en el que nosotros mismos perfeccionaríamos la persecusión de lo bueno y lo malo, sin apenas discutir, por el hecho de salir del rebaño, y arriesgarse a afirmar sin tapujos nuestra disidencia. No es un buen momento para los revolucionarios. O quizás, por el contrario, sea este el momento. Lo que debemos es admitir que nuestras palabras tendrán siempre el apoyo de quiénes comparten, en este caso en concreto, nuestra postura, misma que a su vez indigna, hasta niveles insospechados, a ciertas personas que se lo han tomado como la expresión exacta de la medida opuesta de lo que ellos representan. No hay manera de evitar que la masa deje de asumir su postura políticamente correcta a partir de los nuevos tiempos de nuestra era, pero quizás, deberíamos plantear la obligatoriedad de asumir las posturas opuestas a aquellas que han forjado nuestra identidad intelectual respecto a un determinado número de temas. ¿Cuántos temas? Pongamos, por no quedarnos cortos, 99.

99 temas escenciales que determinan la manera en la que debemos pensar. Y antipensar. 99 posturas problemáticas que deberán encontrar una colisión segura en las antípodas de lo que dos polos opuestos están dispuestos respaldar. Las trincheras están ahí y los postulados, de uno y otro lado, consisten en el juego al que vamos a dirigir nuestra atención, durante los próximos 99 días.

Se trata de un ejerecicio de recapitulación del sistema complejo social al que estamos intentando dar una nueva forma. Vamos a asumir nuestra insignificacia como seres humanos, dentro del marco de una colmena que cambia de reina, y se propone construir una sociedad, que pese a sus disparidades físicas, logísticas, intelectuales, funcionales, conseguimos trazar un futuro para la supervivencia de nuestra especie. Quizás nos pasamos muy rápidamente por le filtro de que debemos competir entre nosotros mismos para que aquellos que prueben su darwinismo social con el éxito. Vidas perfectas sin distorció aparente. Los casos de éxito. Como si eso fuera a representar algo más que la aspiración de los demás: en anhelo de un ideal inalcanzable. Lo cierto es que ese darwinismo no nos explica la colmena del mundo de las abejas. La cooperación de los humanos en un contexto social global tendría que valorarse como una opción a la que al menos ahora, podemos poner sobre la mesa. Quizás este sea tan sólo uno de los temas quedebamos discutir. Y así, con todo.

¿Quién decide los temas? Pues quién más… yo. Por eso este juego tiene esta denominación de origen. Haberlo pensado vosotros mismos. Ahora, esto tiene que ver con la manera en la que vamos a descifrar aquello que somos, respecto a nosotros mismos, respecto a nuestro cuerpo, respecto a nuestra familia, respecto a nuestro planeta, respecto a nuestro prójimo, respecto al pasado, respecto al futuro. Repecto al presente. Ahora.

Demos pues comienzo a esta comedia humana.

Bienvenidos al día del inicio de la emergencia.

El tiempo se congela

El sol abrasa. Mientras tanto el camino sigue su curso. Como el reloj. Imparable. La parálisis mental que me sobrecoge es la misma de siempre, tan sólo se vive de manera compartida con un vacio comunitario nunca antes percibido. Al menos no así. De esta manera. La noción de abrir. O de cerrar. O quizás del limbo. Y mientras tanto, el anhelo de la esperanza. Como si esta fuera a presentarse frente a nosotros como un milagro de un testamento más antiguo. Quizás venido de fuera. Del cielo. Como si lo que nos plantea nuestra humanidad fuera otra cosa, o más humanidad. Como dos tasas, más que una, así sea grande.

Estamos en las mismas. Queremos pertenecer a los mismos grupos. Somos la misma familia que tenía el sesgo vital que le transfiere el estatus, o bien, la última actualización de la revisión familiar con la que estamos dispuestos a evadir nuestra herencia. O quizás todo lo contrario. Porque nunca estuvimos seguros. Ni entendimos nada. Pese a todo, lo intentamos. Ahí, y sólo ahí, pecamos de optimismo. Otra vez. Alguien nos lo tendría que haber prohibido. Bendita prohibición, ¿por qué nunca llegaste?

Puede que todo sea mentira. Que no estemos aquí. Que ya hayamos marchado. Siempre queda un registro que nos persigue. Una trampa que hay que cubrir con hojas para camuflar la sorpresa del hueco que se esconde en el fondo. Caeremos, quizás, en esa misma trampa que tendimos. O quizás, nuestra presa, entienda todas las señales que le preparé en su camino. Y nos fundimos por fin en el júbilo de lo esperado.

No se de qué hablo, ni tan siquiera lo que pienso. Me perdí en una esquina de un callejón en el que entendí quién fui, justo en el instante en el que me colé por las alcantarillas de un submundo en el que se desvaneció todo lo que hasta entonces había sostenido mi pesar. No paré de fluir por los oscuros túneles de un drenaje que me llevó al final al mar. Ahí, en otra inmensidad, respiré, y me dormí.

La deuda de una espada de Damocles

Quien quiera ser rey que aguante con la espada sobre su cabeza. Quizás Juan Carlos ya no podía soportar la presión. Creemos que el rey actual sabrá sortear la súbita caída del afilado metal. No se nace sin especial carisma para reinar cuando se lleva sangre azul en las venas. De hecho, la mitad de las venas son azules. O al menos así parecen en las ilustraciones que vemos en nuestras icónicas imágenes del último programa escolar. Y algunas cosas nos resultan muy nuevas. Otras muy viejas. Algunas obsoletas.

El próximo curso no sabremos cómo acabará. De hecho, de saber, no sabemos ni cómo va empezar. Las escuelas tienen autonomía de catedra. Ellos dan el modelo educativo que mejor les viene en gana. Y se asociacian según sus redes de apoyos. Y se ven explicandose frente a un grupo de jóvenes padres de familia, que apuestan por ellos, mientras desde otros ámbitos, hacen ver que siguen adelante con el mundo que un día conocimos.

Lo cierto es que el mundo cambió para siempre. El virus nos lo ha dejado claro. Paramos. Nos bajamos todos del tren. Y ahora estamos repensando qué hacer. ¿Cómo hacerlo? No hubo cupo aquí en donde nosotros nos planteamos esta disrupción social tan potente. No supimos culminar la evolución del sistema. No supimos expresar el sentido de nuestro fin. No supimos coordinar la sinfonía de una sociedad que esperaba ser la armonía que un día sentimos cuando nos vimos reflejados en la suave brisa que baila con las flores de un monte sagrado.

Nos perdimos una vez. Volvimos a salir. Y otra vez nos extraviamos. No dejamos de buscar. Y nunca encontramos lo que pensábamos que desvelaríamos. Pero algo siempre quedó de cada búsqueda. Y nos fuimos acercando a un estado de consciencia colectiva. Y esto fue lo que nos dio alas. Y nos fundimos en un suspiro. Poco antes de volver a abrazarnos, de una manera parecida a como lo hacíamos antes, pero esta vez con ligeros matices que nos ayudaron a acotar los límites de nuestra insignificacia.

Yo vuelvo a asomarme a un precipicio. Y no pienso dejar que la espada me corte el pescuezo. Antes haré dar vueltas a los molinos. Me seguirán con la música de mi flauta, o quizás con tres trompetas que me acompañan en el performance. Ya no quedan más muertos que convocar. Somos los que estamos y los que fuimos. Los que recordamos con el ímpetu de trascender ante la situación que nos envuelve. No queda más que volver a subir la montaña con la piedra a nuestra cuesta. Imprimirla. Llevarla encima. Cruzarme con Sísifo otra vez. Replantear el mito. Absorber el rito.

Nunca tuve paciencia para la poesía. Ni prosa para la novela. Lo que yo escribo tiene un ritmo propio que se entremezcla entre los caminos neuronales de mis pérdidas fragmentadas en dosis voluntaria de perdición. La tangente sólo es una intersección más por la cuál acudir a este encuentro, a partir del cuál, todo puede continuar tal cual previsto, o bien, permitirs el deber de asumir la ortogonalidad de la otredad.

Un día fui otra cosa. No me culpo. Ni de disculpo. No llevo cargas en mi cruz. La dejé tirada en el ágora en el que una vez más preguntaron si debía ser yo el que preciera por decir lo que pensaba. La masa embrutecida tenía ganas de colgarme, pero ese día, por alguna condición divina de las estrellas, se iluminó el camino alternativo propuesto por el único anunaki presente entre la multitud. De pronto todo giró. Copérnico quedó puqueño para la transformación que en ese momento levantó el último velo de nuestra sociedad de las caretas.

Ciutadella i Mao… ensō

No puc viure mes entre dues ciutats que recelen de lo que no és s’altre. Una, capital, amb un port únic. S’altre, senyorial. Només que no es volen entendre. Sa dualitat menorquina no acaba aquí, pero potser si hi comença. Hi ha prou tela per fer-ne un vestit estiuenc.

Dues realitats que sembla que no es poden barrejar. No és pas una imposibilitat separada per tant sols 40 minuts en cotxe. Són dos pols oposats. S’est i s’oest. Cadascun amb sa seva peculiaritat. Sa superioritat d’uns envers s’altres.

Només uns són rics. Aixó exclou a s’altre des d’un principi. S’historia és així. Sa festa major. Sant Joan. O bé, la Mare de Déu de Gràcia. Qui és mes important en s’historia global? Joan… quin Joan? Bautista? Evangelista? No hi ha concreció. No es pot saber. O bé, será en la Mare de Déu? Sa verge. Sa gràcia que li dona el protagonisme a una només, encara que sigui en aquest cas, concretament, la de Gràçia (I no pas sa moreneta, o sa verge de Guadalupe,… o cap altre). Sa multiversalitat de ses verges, encara que només aquesta, i sa dualitat d’en Joan, ens obliga a mourens fora sa sobrevaluada unicitat.

Mao com primera ciutat de rebre el sol. Sol que vam veure només arrivar. Just abans de perde’l a la Mola. Mao, es port, que comença amb aquesta ciutat, que va resistir els atacs i bombardejos que d’altres ciutats no pas van poder. A s’historia d’aquesta illa hi ha violencia amb bombes, baixells, mariners, peixos, habaneres, poetes, nobles, cavalls, camins, platjes, militars, sants, un Jesús adal de tot, Joan, Jaume, Josep, un monte Toro, i la mare de Déu de Gràcia. Un brau, al mig de tot, en lo més alt. Espanya, França i el Reigne Unit. I grecs i romans. I ruminats que van arrivar per mar, i que arrivant a bon port, s’han quedat.

Tots morirem un dia. Pero haurem passat per Menorca, i ens haurem sentit que sa vida potser val sa pena, tant com un bany a S’Arenal de Son Saura, amb un mar plantxat, que t’absorveix com es glop d’aigua que tempera sa sed.

Avui he mort sobre sa sorra. Pensant que un dia no hi seré. Que potser aquest és s’ultim cop que em banyarè en aquest mar tranquil, d’un blau preciós, i gloriòs, com una abraçada d’en Jaume amb en Joan. Entre dos arenals trovem sa pau. No cal escollir. Ambdos són sa ilusió de continuitat, encara que mai s’acabin de conectar. O fins i tot, si ho aconsegueixin. No cal que tinguem festa, si es sentit de lo que sóm, trascendeix lo que ens envolta, aquí, a casa nostra.

S’equilibri d’aquest pais està justament en sa realitat que trovem a sa seva illa més eloquent: Menorca. Només cal assumir el que som. I som duals, sense por, com un obstinat ruc que sabent que no pertany al ramat de s’altre banda de s’illa, agafa el camí llarg, pels camins de cavalls, per esdevenir conscient de sa circularitat d’un tressor que no s’exaureix mai. Com un etern retorn. Ensō.

円相

Avui m’he llevat amb la conversa d’una poeta de 87 anys que des del seu mon em va compartir una petita porta cap a seu interior profund i noble. Un noi de Es Castell que va creuar s’illa per trovar-se amb la neta de s’alcalde de Ciutadella. Dos mons que es troven a cada costat de sa taula, amb un cafe, i una ensaimada.

He tornat a Mao. De camí vaig fer el rite de la immersió en les aigues mentals de s’Arenal. Vaig morir, i de cop, vaig tornar a neixer. Aquest cop més conscient. Perque avui, ha estat un dia senser. Complert. Rodó.

ALLS

Estoy a punto de partir

Hoy se cierra un ciclo. Uno más. Está vez las cosas comienzan a enderezarse en medio del caos. Una vez más la emergencia colectiva se presenta de la manera más natural. Un concurso público para la adjudicación de un trabajo para el cual no sólo estaba capacitado, sino que también muy ilusionado de poder conseguir. Un proceso de selección transparente y profesional, con una fase incial, una carta de intenciones, una encuesta de las que te permiten explicarte en un formulario online, y después de un cribaje inicial, una entrevista. Esta vez se trató de una entrevista por zoom, con varias personas entervistantes. En su momento escribí, expliqué o me inventé, que se me dan muy bien las entrevistas. Tengo la sensación de dominar el arte de la conversación, inclusive cuando esta se trata de intentar ganar la confianza de un equipo que te está evaluando para saber si puedes gestionar el puesto de trabajo que ha salido competición. Y si hay algo que me gusta, en el fondo, es competir. Y jugar. Así que aunado con la facilidad con la que uno puede ponerse a hablar de uno mismo, las cosas parecen haber salido lo suficientemente bien como para ser adjudicatario de tal privilegio.

Vuelvo, tras años en los que había perseguido proyectos personales y de emprendeduría, a la sociedad de los que tienen un trabajo. Ese privilegio que te da saber que puedes contar con un ingreso a final de mes, a cambio de un proyecto al cuál le debes destinar las 40 horas a la semana y toda tu capacidad intelectual, relacional y emocional para aportar algo de valor al objetivo común que te une a un equipo. Tengo muchas ganas de hacer eso otra vez.

Durante mucho tiempo he trabajado en otro tipo de proyectos, en los que picas piedra para crear algo nuevo. Igualmente trabajé en equipo con compañero emprendedores, con tecnólogos, programadores, diseñadores y colaboradores. Ha sido una experiencia muy gratificante y complicada. Ahora vuelvo a reengancharme en la sociedad, en algo que domino, que igualmente comporta nuevos retos y nuevas personas con las que hacer equipo.

Empieza la siguente función.

Imagenes de la muerte

Lee Juan Marsè, en un programa de TV3, en el 2011. Calor bajo los árboles. Voces que gritan nombres. Juan. Joaquina. Más gente viene. Recuerdo correr. Lanzarse al agua. Noches de libertad completa. La nostalgia de puertas secretas. Desnudo y disfraz. Arbitrarias escenas. Viejos sueños eróticos de nuestra adolescencia. Carmina Labra. Asturiana simpatiquísima. Subiendo la escalera con el culo en pompa. El último verano de nuestra juventud. Fue en el coche. No en Barcelona.

Pastillas y alcohol. La muerte de Jaime Gil de Biedma. La sordina romántica de mis poemas. Vengarte de mis sueños, por covardía, corrompiéndolos.

Busco que exista una correspondencia con las imágenes. Como una colección de cromos. Contruir una historia y que construyan algo.

Tu escríbeme una novela en Paris donde tengas una aventura con una mujer moderna.

Una novel sobre París. Algo que explicar. No se puede crear de la nada. Juan Marsé murió hoy. Y ahora le escucho hablar de sus años en Paris. La última tarde con Juan Marsé, desde el barrio del Carmelo, con la noción clara de ser la versión actualizada de un Pijoaparte que vino a esta ciudad a superar sus condicionantes sociales.

Chaval: espavila. De la misa has entendido la mitad.

¿Quién me abre la puerta?

No es moco de pavo.

Lo saco del taller.

Aquél muchacho, esta sombra.

Yo fui aquél muchacho, pero ahora solo tengo sombras. Un día yo también moriré, como hoy Marsé.

La cuina está plena de fums. Olors de refritos. El lector es tafaner, de mena. El tall del ganivet. Els autors a una certa distancia. Llegir-los. Alla està tot.

Últimas tardes con Teresa es el libro con el cual un tipo como yo puede soñar con tener un día la aventura de Manolo, el Pijoaparte, o bien, si se quiere soñar un poco más allá, elegir ser como aquél otro especimen de Barcelona: un escritor de ficción.

Gracias Juan. La literatura de la periferia se abre camino. Me inundan las dudas, pero me alumbra tu literatura.

Orden y caos

Podría parecer una contradicción. Quizás lo sea. Pero mi vida muy a menudo está condicionada por impulsos disonantes que se anulan entre sí. Y no pasa nada. Es parte de la vida. A pesar que nos resulte tan poco intuitivo. Lo simple y lo complejo se hermanan en la la teoría de la complejidad. El pequeño aleteo de la mariposa y el tsunami al otro lado del planeta. Esa condición de sistema interconectado a la que finalmente tenemos acceso y que más o menos sabemos interpretar como parte de nuestra experiencia global. La humanidad está en la punta de nuestra lengua, o quizás en las yemas de los dedos. Y ni una, ni otra, debemos exponer al contacto con el otro, menos en estos momentos en los que nos hemos acostrumbrado a coexistir con un nuevo virus, en medio de una pandemia.

No es cosa menor. Somos la primera generación que vive una pandemia al mismo tiempo. La angustia de la muerte finalmente se convertido en una pulsión compartida ahora mismo por todo el planeta. Se revela la estupidez humana ante la situación que vivimos. Y los miedos aparecen de nuevo, a veces con algo de razón, sobre la situación futura del sometimiento que experimentaremos como individuos en medio de una colectividad. Pero se confunden los argumentos falaces con los científicos. Se confunden a propósito. Ya lo sabemos. Y nos llegan distorciones por todos los frentes. No querría abandonar de buenas a primeras la nomenclatura militar que tan bien sienta en la población para saberse sometida a una cultura bélica dominante. ¿No es acaso ese el heteropatriarcado?

Quizás sean más cosas. Pero me huelen todas a lo mismo. Y el problema radica en pensar que el elemento de seguridad gana al de la libertad. Pero ahora se mezclado un orden más: la salud pública. La salud es un elemento que nos involucra a todos y que tiene que ver con cómo nos comportamos, con como vivimos, con cómo nos alimentamos y con cómo coexistimos dentro de un ecosistema. Uno global, energéticamente cargado por un balance sutil, y otro local, en el que intercambiamos nuestro día a día con las personas que vemos en el espacio público.

Pero hay un componente universal que nos conecta a un nuevo paradigma: la interconexión con el resto de la humanidad. ¿En qué nivel? Eso depende. De muchas cosas. De la capacidad que tengamos de expresarnos, de comunicar nuestros mensajes y de formar parte de la comunidad. Y a su vez, del entretenimiento compartido. De los juegos que jugamos. De las historias que leemos… y que nos contamos. Los libros que editamos. Las canciones que nos identifican como seres imperfectos y frágiles. Las narrativas que nos redefinen. La política en la que participamos.

Todo ello es parte de un sistema que sigue su curso. Venimos de una herencia feudal, en la que los reyes existí… ¿existen?… y de herencias coloniales que dibujan un juego desnivelado que no acaba de reflejar el contexto completo de un expolio profundo que nos pone en uno u otro lado de la balanza, aunque de manera artificiosa. No somos nosotros los responsables por las corrientes universales de pensamiento, ni por las costumbres de las sociedades de nuestros tatarabuelos. O sí. Quizás esa historia familiar sea el único vínculo que nos permita identificarnos en medio de una sociedad viciada que ha pecado más de una vez en nombre de los principios que decía defender, muchas veces, en el sentido opuesto a lo que sus valores pretendían generar. Pero todo ello forma parte de cómo nos explicamos en un contexto histórico temporal, para el cual hemos de fijar una línea en el tiempo hacia atrás, y situarnos en ese espacio temporal para asistir a nuestro juicio histórico particular, y contraponerlo contra el que habíamos establecido en el pasado a partir de las historias que nos fueron narradas. La historia según cómo nos la contaron.

¿Qué sabemos hoy de lo que nos enseñaron en la escuela? ¿Cómo se ha alterado esa realidad comparada con la versión actualizada de los hechos que ahora nos son reeditados? ¿Cómo ha entendido la sociedad las herramientas de dominación empleadas por los poderes sociales que rigen su destino? ¿Cómo florecen a pesar de dichos poderes brotes de pura belleza? ¿Cómo subsiste la insolencia en medio del adoctrinamiento de las pulsiones históricas contrapuestas?

Parece que el sentido de la disputa es nuestro estado más natural. El presente se rige por quién, o qué, representa las antípodas de mi más reciente versión de mi mismo. Y voy encontrandome más a gusto en ciertos círculos que reafirman que mis temores son los más sensatos, mientras los otros, calumnias. Esto serviría para intentar desacreditar la verdad, tanto como la más vil de las mentiras. Con lo cual se podría convertir en un argumento vacio. Una vez más las buenas intenciones podrían ahogar la capacidad de resolver a partir de la manipulación de las herramientas prácticas para desvelar lo que hay de verdad en cada sentencia.

Nos han intentado provocar el malestar espiritual continuamente. No estamos bien pese a tenerlo todo. Y cuando no es así, cuando la precariedad nos ha inundado por fin con su cara más determinate y cruel, entonces ahí encima tenemos una excusa perfecta para afirmar la conspiración en nuestra contra. La vida es así. Ni siquiera podemos sufrir en tranquilidad. Debemos desmerecer nuestra desventura, con el ejercicio simplón de compararnos con alguien más jodido que nosotros en estos momentos. Y entonces, por comparación, nos vemos abocados a un orden de relavitizaciones sociales que nos ordenan de mayor a menor en un mundo en el que pretendemos estar lejos de la desventura. Mientras más lejos, mejor. No va con nosotros. Algo habremos hecho bien. La bienaventura nos sonrie. Amnesia. Burbuja. Aquí, finalmente, estoy seguro.

No le hagas tanto a la mamada

A veces pienso que mi situación no está tan al límite como me parece. Que podría estar mucho peor. Que soy muy desagradecido. Que la vida me está poniendo pruebas para que pueda verdaderamente salir de este aparente atolladero, y que soy yo quien se revuelca en su/mi pesar para seguir aquí. Jodido. Bueno, «jodido».

No soy capaz de asumir mi propia insuficiencia. Si pienso que soy yo, entonces me estoy tirando a un drama que quizás sea así. Y quizás, puede ser, soy yo haciéndole a la mamada. Y yo mismo soy mi propio verdugo. A la que me muevo, la persecusión de la tranquilidad y de la ansiedad me recuerda, alternándose, que no tiene nada que ver. Que bien podría ser justo lo contrario de lo que en estos momentos considero una certeza. Y en ese péndulo, no hay quién sobreviva a la locura.

Es parte del problema. Yo soy el problema. Listo. La solución está en mí. Listo. Tú, y sólo tú, puedes. Órale, pinche huevón. Ya estuvo bien. Man up.

Todo apunta a que es eso. Soy yo al final. Al final sí que tengo responsabilidad sobre esta desazón que me ha llevado por el camino equivocado, una y otra vez, y que me ha conseguido despeñar por el enfiladero de las desgracias. Las desgracias aparentes, claro está. Debería sufrir un poco más para poder considerar mi «dolor» como dolor. Eso que los olvidados sufren en su día a día. ¿No podría ser un olvidado?

Ahí está parte del problema. Quizás la estoy armando de pedo. Pero lo cierto es que no estoy en la cima. Y no me permito llegar a ese nivel. Pero tampoco me es permitido estar considerado como los que vagabundean por los oscuros relingos en los que los desgraciados aran la tierra con las uñas descalzas de sus pies. No soy ese tipo de olvidado. soy consciente. Pero me derrumbé del sistema hace tiempo, y por más que intento, no consigo volver. Y me queda lejos. No tengo distancia suficiente con la realidad para asumirla como tal. O quizás, en medio de esta anormalidad ya no tengo salida, ni excusa, para reconvertirme una vez más.

Ni ave fenix. No hay renacimiento en este calvario. Voy directo a la muerte sin la noción necesaria del perdón, de la fe, ni del pecado particular por el que cargo esta cruz. No tengo valor de preguntar de quién es, ni quién me puso en este lugar, en este injusto juicio en el que no hay absolución. Mi desgracia, por más que quiera, no encuentra ni audiencia, ni perdón, ni tan sólo juicio justo, ni mínima consolación. En cambio, no llega al diario, ni a la portada de una página web de sucesos locales del barrio en el que vivo. Las apariencias me desdibujan en el modelo obtuso que nos representa. Así, borrosos, en las esquinas de las escenas principales. La vida sigue su curso, mientra en los márgenes, los hermanos de Marty desaparecen sin siquiera formar parte de una paradoja espacio-temporal.

La espada de Damocles me oprime

Ya no tengo salida. La espada se acerca a mi piel mientras ya no tengo más espacio para recular. El éxito de mi fracaso está consumado. Mi historia me arrincona en la huida hacia el final. No hay más. Un último respiro. Un suspiro.

De alguna manera los griegos de la antigüedad tenían el referente presente de lo que les arrinconaba a ellos a salir de un pozo oscuro en el que sus vidas habían escalado en espiral decadente. No es un tema nuevo. La humanidad se topa consigo misma en la inmesidad del abandono que cada individuo perpetua con su angustia. Y ¿cómo salir de sí mismo? ¿A dónde huir? ¿Cómo escapar?

Mi única salida para evitar que la espada me acabe decapitando es tener fe en esa alternativa, por poco probable que resulte, que despeja todas las tormentas. El alivio de los mares tranquilos en los que navego hacia la isla en la que finalmente encontraré mi destino. Alguien se ocupará de amenazar mi porvenir, inclusive en ese último trayecto. Satanás está ahí para asumirse antagonista de nuestra biografía, como un par de Dios Padre, que tiene el poder inmaculado de asistir como contrapeso al desafío del héroe que debe librar la batalla más épica de su existencia. Ese es el destino de nuestro periplo.

La espada de Damocles me amenaza y cada vez más le pierdo el miedo. Si me vas a matar, hazlo de una vez. Hijo de la gran puta. ¿Quién te crees que eres? No puedes conmigo. Ni podrás apagar el espíritu de mi destino. La batalla se libra en la oscuridad del duelo continuo de nuestra psique.


La paciencia sigue obsesionada con su tránsito lento y pausado, a pesar de las palpitaciones extremas que intentan desacreditar su tenacidad.

La perseverancia tercamente se aferra a esa idea en la que nadie cree. Sin duda el fracaso no es una opción, pese a encontranos de cara en cada esquina que doblamos.

La resistencia ha seguido sumida en un estado fuera de sí por mantener viva la pulsión de la pasión con la que se arremete una cima sin temor. Las piernas cansadas ya no saben si aguantarán el próximo reto, pero se aferran a no claudicar.

La prudencia sostiene el mundo sobre sus hombros. Y no saltamos ante la injusticia que escupe en nuestra cara un aliento fétido de recores, envidias y desidias. Quizás no sea el momento.

La concentración se inhibe para dar paso a la locura, que se planta en todas las esquinas que nada tienen que ver con el objetivo central de nuestra esencia. Pero a ratos vuelve, como quién sabe que tan sólo aquí se abonará esta tierra en la que sembramos hace tiempo nuestro porvenir. No olvidemos… ¿qué objetivo? ¿Qué sentido tiene? Anda, vuelve, aterriza una vez más. Enfoca tu espíritu con la pulsión última de crear un espacio dual en el que encontraré lo que intuí un día que sería el puerto al que llegar.

Los pensamientos reflexivos me nublan la consciencia con la ilusión de alcanzar el objeto exacto que buscaba en una metáfora impecable que no deja lugar a esa única esencia desnuda y poderosa que ilumina todo en este punto. Es un espacio al que se accede con la llave de quién cosecha con el tiempo a su favor aquellas preguntas que algún día debía desvelarse ante un yo futuro que no estaba ya alerta de tal periferia. Escribir sin duda ayuda a que esas derivas encuentren su sitio, en este mismo instante, pero más allá, en otros multiversos, y en otros espacios temporales que ni tan sólo nos planteamos controlar. Pero vuelve, y se revuelven con otras que a penas han visto la luz del día, y se confunden, y se funden, con renovados espíritus que se explican, por sorpresa, en el otro. La revelación de nosotros mismos en un acto reflejo que nos aproxima a otra unidad fuera de nosotros. Y todo, de pronto, se asienta en un sentido emergente.

La capacidad de análisis se reciente. De pronto no tenemos más maneras de explicar lo que tenemos enfrente. La vida. La estrategia. Nos vaciamos hace años. Y ya no queda nada. Nada tiene sentido. No hay más vueltas. No hay visión alguna. Ni misión. Ni tan sólo valores. No hay mapa. Ni análisis interno. Menos externo. Todo se perdió cuando volvimos al sitio del que pensamos que nunca debimos haber partido. Pero ya no era lo mismo. Ni había nadie ahí. La vida cambió y nosotros nos quedamos anclados en un pasado que ya a nadie interesa. Nos comió el mandado un ser inferior que no supimos espantar. Záquese. Se nos coló la sanguijuela. Nos arruinó la fiesta un colado. Yo un día pensé que sabía cómo hacer esto. De manera pragmática. Lejos de cualquier floritura futil. Pura síntesis de un proceso contrastado que estudié durante años para extraer la resina del licor más útil de cualquier gesta. Pero un día decidí no hacerlo más. Caí en el fondo del abismo. Y de ahí no me moví. No arrastré mi sombra, ni maldije mi fortuna. Abracé el infierno que las plantas de mis pies lamían. Dejé el otro mundo muy lejos, y desde abajo reconstruí mi vuelta. Mi capacidad de análisis se convirtió en un camino alejado de la luz, en la armonía en la que tan sólo yo podría concebir para volver a aportar otra perspectiva colectiva de la última emergencia necesaria de nuestro sistema complejo social. Me perdí en mi mismo. Me absorbí debajo la piel succionado por los latidos inertes de mi organos vitales. Me convertí en todo lo contrario de lo que habría definido construir, por la simple idea de asistir a lo contrario de lo que habría de ser. Al ser lo que tenía justo aquí para construir con ello algo con sustancia. Me enfermé en la reiteración de las mismas historias que me habían llevado hasta aquí, convecido obstinadamente que no tenía otra alternativa. Me convertí en un camino que se cerró todas las salidas, y me condujo al tunes del cuál todavía hoy no he conseguido salir. Porque un parto dura nueve años. No se deja atrás un paradigma contrastado con un bufido de lobo feroz. Es alrevés. Las historias que conducirán a otros paradigmas serán las que consigan afianzar literariamente la posibilidad de trascender a toda la mierda acumulada que dejamos que se enquistara en el proceso evolutivo de nuestra sociedad, mientras abrimos los canales de comunicación, y las transmisiones de radio, y el entretenimiento de masas, y le tuvimos miedo a las mismas pollardadas que nos inocularon en el esquema educativo en el que decidimos creer y crecer. No fue una elección. Ni tan sólo una democracia. Fue un simulacro perfecto. Y nos llevó a todos un proceso largo hasta llegar a darnos cuenta el sitio en el que nos encontramos con Big Brother. Y resulta que al final, las ideas que contruyen quienes somos están fermentadas con las falacias necesarias para que nos demos cuenta de su existencia, tan sólo para confirmar que preferimos estas a las que los otros, aquellos, nuestros némesis, adhieren sin pensar ni un segundo a los pilares sagrados de su liturgia: su lucha.

El sentido práctico, no se cuando, lo perdí. El surrealismo español me pareció el único proceso creativo que valía la pena rescatar de las cenizas en las que se quemaba toda la añeja tradición de una de las naciones más ancestrales y demenciales de la historia de los reinos de los cielos. Nunca antes una fogata de Sant Joan había llegado a acumular tanta mierda para quemar en una misma noche. La gente se dio cuenta de que valía la pensa que lo abandonáramos todo en este acto final de gratitud. Por la relación que el Altísimo guarda, aún hoy, con el dictador Francisco Franco, sentado a la derecha del padre, habiendo arrinconado a Jesús a su lugar: a la izquierda. El orden sacramental acaba de contruirse con un último grande de España que subió al cielo por la gracia de Dios, en un hospital que llevaba su nombre, y cuyos nobles profesionales de la salud, tuvieron a bien dejar que la providencia invadiera, una vez más, de la mano del Espíritu Santo que tan bien se siente en su capital en la tierra, Madrid, para culminar el acto más alto de la fe católica, apostólica y romana: que un español señalado por Dios Padre acuidiera a su presencia en la asunción del espíritu, y cuerpo, del caudillo. Fue días después. Ya en el valle, uniendo para siempre, la grandeza de España con la comunión del Caudillo con Dios Padre, a su derecha, por los siglos de los siglos…

La objetividad me fue erosionada con tan elocuentes velos por doquier. Fui víctima de la alteración de la consciencia por vías voluntarias, forzosas y perentorias. Me obligué a comulgar con las antípodas de mis posturas. Sentí la necesidad de transitar al otro lado de la luz. Y llegué a fundirme en el infierno con lo que quedaba de Satanás, que tuvo paciencia conmigo. Y despúes, de la mano de Jesús, conspiré por construir una alternativa a la que un hijo usurpador había venido a construir con falsos testimonios que nublaron la consciencia de mi padre, quien, en medio de la demencia que sufría, suplantó el sitio que tenía mi hermanillo en las cortes que adornaban la eternidad de los cielos. Dios Padre había adoptado a un hijo facha, aunque a él no le gustaba asignarnos etiquetas los unos a los otros, a pesar de que el nuevo se atrevió de llamar a Jesús… rojo. Y ahí no le pareció tan granve a Dios Padre. Como si la eternidad no fuera suficiente, ahora debemos aguntar al hijo usurpador facha, y a un Dios Padre que le ha comprado toda la basura de mentiras con las que papá finalmente ha perdido el curso de lo que significa realmente la comedia humana. Jesús y yo lo hablamos muchas veces: Él no lo entiende: no es humano. Nosotros sí. Conocemos a los Franciscos Francos de nuestros tiempos. Los hemos visto mil veces en los lugares más cotidianos de nuestra surrealidad española. Nos los metieron hasta en la sopa y ahora lo hemos visto claro. Nuestra simple presencia les ofuzca. Nos quieren en la cuneta. Los rojos se borraron de la faz de la tierra, porque a sus ojos, Franco los desterró. Somos lo Caines que una vez más Dios Padre ha asumido que no merecemos ser parte de su rebaño. Hasta aquí llegamos, Papá. No hace falta que lo volvamos a debatir en la cena de navidad. Ya sabemos que le has tocado su cojón sagrado a tu nuevo hijo predilecto. Nosotros ya no tenemos nada más que hacer aquí. Por eso volvemos a la Tierra. Allá a dónde tú no has vuelto. Fuimos nosotros, Papá. Te lo recuerdo. Y es nuestra humanidad, esa mitad, la que tú nunca podrás palpar. Tú no eres como Zeus. Con Él me entiendo mejor. Tú no puedes alcanzar las contradicciones de nuestra construcción social, por más que tu omnipresencia te lleve a dictarle los textos a los escritores de derechas que aún quedan en el sector editorial español. Oh, Papá… ya no me importa que nos hayas abandonado. Al final, no te tengo ningún tipo de resentimiento. Pura gratitud. Y eterno retorno. Porque un día te darás cuenta que él hijo predilecto al que ahora atiendes con tesón, no es más que aquél becerro de oro, convertido en toro Osborne, con un par de cojones. O quizás, por un destino sagrado de su providencia, con uno sólo, por la fijación inmaculada que su piedad le llevó a cargar con esa cruz para levantar el reino de tu santificada y endiosada unidad del reino de los cielos: España. Si un día me extrañas, me encontrarás con el resto de las divinidades fusionadas en la risa eterna con la idea que nos alienó: que eras tú el único.

La disciplina se desmuestra en los entrenamientos. Se juega como se entrena—dice un tribunero. Ni puta idea. A esta gente no se les puede permitir seguir mandando como si de ellos fuera el coto de caza. Su cinismo es inmortal. Y no tiene fronteras. Me ofrezco como ofrenda a los dioses de la pirámide. Si con esto salimos del atolladero, me doy por bien servido. Prometo someterme a un escrutinio del desempeño de mi obra. Y mis resultados hablarán por mi. Usaré el mismo racero con el que medimos a los demás, y servirá, para que nosotros mismos nos demos cuenta de qué manera somos parte de la reconstrucción de un mundo nuevo: un mundo NEW. New Barcino.


Mi psique se desdobló. No tuve manera de detenerla. Tomó las riendas y se desbocó. No la culpo. Todo lo contrario. A partir de hoy, estamos más unidas. Es más, estamos más unidas con Cristo… para siempre.

Se escuchan las risas del resto de los Dioses. De todos los tiempos. De todas las latitudes. De todas las culturas. De todas las presentes…

ALLS