A la media noche, a la hora en la que el Niño Jesús llega a Costa Rica, el niño nació en mí.
Me desperté con un pensamiento inequívoco: ha nacido el Bambino Gesù. Se trata de una tradición adoptada por el pueblo costarricense que se mezcla con el gesto ancestral de regalarle juguetes a los niños en momentos del año, que curiosamente coincide con el solsticio de invierno, y que por tanto, de alguna y otra manera, nuestra humanidad lleva haciendo durante toda su existencia.
No soy yo el que cambiará los mitos y ritos que nos sirven para reunirnos en familia y para reconstruir el tejido sensible que se ha ido modificando día a día durante el último año. Es un momento de compartir en un entorno familiara que nos lleva a sentirnos una vez más parte de esa gran familia de dónde venimos. Nos acordamos de cómo eran las cosas cuando éramos nosotros los niños. Y los niños, viven con una ilusión especial este día que tiene índices de resignificación bien cargados de lo que percibimos como felicidad: más regalos.
A todos, ya adultos, nos gustan sentirnos regalados. Es esa cosa especial con la que sabemos que somos parte de la vida de alguien más. Y que este espíritu navideño tiene varias capas de amor que ponemos en práctica con la congregación de aquellas personas con las que hemos elegido reunirnos. Se trata de uno de los éxodos más rememorados de la historia, y de uno de los mitos que marcan nuestra convivencia actual, pasada y futura.
Tengo un rito especial entrenado durante muchos años en el cuál cuando concibo la dualidad de mi situación, en ese pase de lo onírico a la vigilia, en el que reconduzco la historia incosciente que entretiene mi sueño como espectador de un mensaje que viene de dentro de mi y que tiene un significado inmediato especial para transformar mi vida. Por lo tanto, hay que poder estar ahí sin manipular la función, pero intentado repetir las cuestiones que están sucediendo ahí para transcribirlas en una libreta nada más despertar.
En este caso, la presencia del Bambino Gesù fue el detonante. Curiosamente hoy, 25 de diciembre de 2021, se presenta el Bambino Gesù en el momento en el que mi abuelo, Oscar, habría gritado con aquella potente voz que tenía: «llegó el niño Jesús».
Se trata de una historia de anunciación, pensé. También de renacimiento como bien me recordó Rayo en la felicitación que me mandó cuando estábamos preparando la cena. Es el momento justo para (re)nacer. Como cada año. Para compartir con la familia este último cierre de filas en torno a una mesa, a un árbol, a un nacimiento, vino, y una comida especial.
Las tradiciones familiares mezclan aquello que los anfitriones conocen de sus respectivas historias familiares personales. Y volvemos a los temas recurrente de siempre. La repetición de los ritos nos hace partícipes de las vueltas que le damos al sol, y de las vueltas que da la vida. Los ciclos vitales de nuestros seres queridos y una historia familiar simbólica que nos conduce de nuevo a la bondad.
Durante la pandemia, de una manera extraña, la vida se paró. O al menos esa fue nuestra impresión. La gente no salió de casa. O sí. Hasta que nos dimos cuenta de que esta situación nos ponía en riesgo vital. La muerte se hizo presente y se paró el comercio, las guerras y el neoliberalismo. El sistema en pausa. Nos habían dicho que eso nunca podría ocurrir. Pero cada año, en estas épocas, estábamos acostrumbrados a hacer esta pausa. Y resignificar el años vivido. Recuperar el gesto con el que volvemos a pensar en los demás: regalarle algo que le guste.
La ilusión de los niños. El niño que llevamos dentro no ha muerto aún. Seguimos vivos, con la intención de hacer posible aquellos sueños con los que vivimos. Recuperar las historias de nuestros antepasados para explicarlas una vez más a partir de la memoria de nuestros mayores. Vincular este presente fantástico con el legado que nuestros orígenes. Aquellas otras familias.
Llamé a mi familia a penas pude recuperar el teléfono y la computadora que había dejado en la habitación en la que duerme Pepi, mi suegra. Me presentaría en medio de la cena en casa de mi hermana Alejandra y de mi compadre David, conmemorando la llegada del Niño Jesús. Y les conté la historia con la que me desperté:
¡Hola familia! Feliz navidad. Aquí todo bien. Acabo de despertarme con la llegada del Niño Jesús, como en la tradición tica. El Niño Jesús ha (re)nacido en mi. He recuperado la noción con la que despertábamos de niños para abrir los regalos en aquellas navidades ticas que celebrábamos con los abuelos. Justo ayer envié un mail a mis jefas explicándoles la noticia de que nos habían invitado a participar en un par de convocatorias europeas que el Ospedale Bambino Gesù, que está en Roma, y cuyo jefe supremo a fin de cuentas es el propio Papa Francisco. Kiki, una persona que se unió al curso de iRaise del año pasado (en el que se llamaba Up-rAIHSe) nos convocó a grupo de profesionales de Valencia, Cataluña, UK, Suecia y Roma para conjurarnos a lo que podríamos hacer juntos de cara a innovar y cambiar el mundo juntos.
GOLMAN, desde el Carmelo, en la videollamada de navidad a su familia en la Colonia del Valle, NEWDF.
El Ospedale Bambino Gesù se hizo presente. Y ahora tengo claro cómo debo jugar ésta carta. Hoy ha nacido el niño. Dentro de mi hay un niño Jesús. Jesús vive dentro de mi: ahora lo entiendo. Y el camino a seguir, bro, es el de un (re)nacimiento.
Me quedo sin batería. Todo este texto se perdería. Si me despisto, esto podría pasar. Podría no salir. Podría no decir nada. Ni ponerle atención al niño que me habita. Esta transfiguración pasaría a ser el milagro olmeca del cual cuelga todo el devenir futuro-pasado de nuestra historia. Yo puedo ir en ambas direcciones del tiempo: esto normalmente no nos lo explican.
Mi padre, Olman, me preguntó cuándo me di cuenta de que eran los padres los que daban los regalos. Tendría que ser en Tlalpan. Más o menos a la misma edad que Vera, que ahora tiene 9. Ella también lo ha descubierto este año. Se comportaba con seguridad cuando nos pedía que fuéramos por los regalos para cagar el tio. Pero también siguió la liturgia de «seguir» creyendo en la ilusión. Así que cagaron regalos.
Mi padre me contó que él al vivir en una finca, en la que trabajaban y vivían jornaleros que tenían pocos recursos, que le explicaban a los niños de la edad de mi papá, a muy temprana edad, que el niño Jesús eran ellos, y que no pidieron cosas que ellos no les podrían comprar. Ellos le explicaban a mi papá, que siguió unos cuatro años más manteniendo la ilusión de sus padres.
Mi madre me explicó que su padre, Oscar, el abuelo, se esforzaba cada navidad porque ellos tuvieran cosas, ya que a él el Niño Jesús nunca le trajo nada. Sólo una vez le trajo un globo. Y le dio tanta rabia que sopló y sopló y sopló hasta que explotó. En cambio, a sus hijos siempre intentó que para Navidad el Niño Jesús les trajera algo. Su historia familiar y su familia actual. Mi madre me explicó que a veces la muñeca que tenía desparecía para recibir una chainiadita y encontrarse con la sorpresa de que el Niño Jesús se la había arreglado.
Cuando nosotros éramos niños, el abuelo desperataba a todos mis primos a las 12 de la noche para avisar que ya había llegado el Niño. Era otro momento de (re)nacimiento para él. Como hoy lo es para mi.
Me encantó tu relato y saber que el Niño Dios renació en tu corazón. Que Él permanezca siempre en tu vida. Su misión fue hacerse uno de nosotros, ofrecer su vida, para regalarnos la vida eterna.
Una de las cosas lindas y maravillosas, es que en la Navidad, celebrar el nacimiento de Jesús, congrega en los hogares a familiares y amigos, para compartir, darnos amor y pasar hermosos momentos, donde manifestamos nuestros sentimientos los unos a los otros. Lamentablemente no ocurre en todos los hogares.
Qué bueno que te gustó, Ito. Muchas gracias por leerme y por dedicarle un tiempecito a compartir tan bella reflexión. Acá vos sentite como en casa. Tenés un badge que te confiere poderes especiales. Usalo con la sabiduría acostumbrada que ejercés en cada acto que llevás a cabo.
Te tengo una buena nueva. El Jesús que vive dentro de mi, ya mayor, me acaba de encomendar una nueva misión: hacerme una de nosotras y ofrecer mi vida para regalarnos la vida interna: aquí-ahora. Es también eterna. Pero ya llegó. Ya está aquí. Ya la estamos viviendo. Juntas. Todas.
Así como Jesús nace cada 25 de diciembre, así naceré yo. Cada día. Y sabré que la gracia máxima está aquí, en esta vida eterna que a la que hoy le damos una probadita. Y que lo que más me place es tenerte a vos, aquí-ahí, cerquita, para recordarte que te amo.
La proyección más notable de Jesús no es su parte sagrada, sino su testimonio humano. Al nacer, ese mismo día, no podría saber a qué había venido. Eso vino después. Tras una transformación interior a la que dio forma para reconfigurar el estado de la naturaleza social que entendió que debía replantearse y con su convicción consiguió permanecer eternamente presente.
Su testimonio posterior no tiene voz. Sólo la que escuchamos nosotros mismos en nuestra cabeza. Su íntima respuesta.