El Santos es mi compadre más añejo. Mi primer paladín. Mi hermano dentro esa otra familia que me recibió. Y que tan bien me enseñó a estar en una sobremesa a gusto. En eso que uno comparte cuando va a la casa de un amigo a comer. De colado. O más bien, de invitado.
La casa de Rodrigo era una extensión de un plan. Estar en un sitio en donde podemos hacer que ocurran cosas estraordinarias. Sobre todo porque hangueamos ahí. Y nos cagamos de risa. Compartir la risa es el elemento primordial de cualquier relación social personal. Lo importante de verdad es reir. Es el indicador de impacto número uno. Y además afecta nuestro caracter. Si reimos estamos en las antípodas del enojo. ¿Pero de qué nos reímos exactamente?
El matiz no es menor. Hay que reirse de lo que vale la pena reirse. Buscar el camino hacia esa buena risa. La razón de estar ahí. Y buscar en compañía de ese complice de la risa, que allá fuera también se puede reir en esa sintonía poco habitual. La de nuestro sentido del humor.
El humor se construye en la escuela. En el barrio. Con los colegas.
Por cierto, he quedado con mis colegas de aquí: de mi montaña. El Carmelo. O mejor dicho: NEWCAR.
Mi lateralidad urbana.
Mi ciclo vital.
Subir y bajar.
Montaña arriba.
Montaña abajo.
RITZ.
Zarautz.
Olatz.
Ion.
Gabon.
ALLS
Agur
Llego tarde a comer con Jose y Francesc.