Si pides dinero prestado, un día, vienen a cobrarte. No vienen los mismos. Vendrán otros. Y te ayudarán. Más bien, te «ayudarán». Ya sabes. Siempre hay una manera para resolver cualquier conflicto, más allá de cómo tengamos que ponernos de acuerdo. Pasa el tiempo. Y el cerco se estrecha. Las fuerzas del mal están a la vuelta de la esquina. El mundo te acecha. No quedan más rincones para esconderte. Expuesto ante la esclavitud que viene a pertenecerte. Y en sus manos, caes en el hueco del olvido.
Los esclavos en las galeras tenía sus sueños y su realidad no parecía corresponder con los caminos para establecer otra situación más allá de la subsistencia. La vida a diferentes niveles del estrato en el que fuiste depositado al nacer. La surrealidad de las catacumbas están diseñadas para la subsistencia de sus moradores, y también, de paso, para asustar con el porvenir desbocado de aquellos que caen en desgracia hacia lo más profundo del precipicio, más allá de la superfecie contra la que se estrellaron, en los submundos bajo tierra que rehuyen la luz del sol, el aire puro, y la convivencia con los impolutos.
Las cicatrices de la marginalidad aparece en la epidermis con la doble función de marcar al desgraciado frente a su propia insolvencia, y como mecanismo de alerta para el resto de los mortales, que de entrada deben temer por sus vidas al estar presentes ante una de estas marcas de satanás. El miedo a caer queda simbolizado en el pavor de llevar una de esas marcas imborrables frente al resto de los seres del «bien». La fragilidad dermatológica de nuestra capa protectora nos delata y nos pone frente al riesgo más tenaz que encuentre el porvenir más a la mano para clavar la flecha de cupido. El amor puede ser muy cabrón.
Desasosiego. Qué más da si voy volando y acelerándome cada vez más hacia mi destino con la gravedad que me propulsa a ese último encuentro con la tierra. Gaia y yo nos abocamos nuevamente a fusionarnos en un solo gesto. El impacto final del meteorito que nos borra como humanidad de la faz del multiverso particular que solíamos habitar. Tiempo después, en otro lugar, el espacio se concentró para encontrar en el DNA desperdigado de los restos de la humanidad como conjura desde el polvo estelar de este nuevo big bang, estableciendo una emergencia cámbrica en la reunión de las especies moleculares ensimismadas en una amalgama particular de interacciones post-mortem. Algo de vida, o de información, quedó ahí, latiendo en medio de la fusión nuclear más brillante que el sol habría percibido en su corta vida.
Todavía recordaba el sol aquél otro meteorito que le privó de seguir dorando las pieles de los dinosaurios que tanto placer obtenían aquellas tardes de verano. Los ciclos de la mecánica estelar que condicona nuestra vida, esas 24 horas, esos 365 días y tantito, que ni siquiera percibimos, salvo cada cuatro años. O las 13 lunas. Lo mismo da. Los giros sobre los que nos movemos como Gaia, como quien domina el arte del hula hoop. Los condicionantes de nuestra coexistencia con la luna, en ese juego romántico entre dos amantes que no se tocan. ¿No sería más fácil que la luna se precipitara un día sobre la tierra en un arrebato de amor fatal?
Seguro, pero ese es otro cuento.
Un día dejas de pagar. Lo que debes supera lo ingresas. El trabajo se esfumó hace mucho tiempo. No había más salida que para adelante. No hubo más caminos que seguir. Yo seguí el mío, y me fui encontrando de nuevo con la vida. Pero era Oz. Y no tenía sentido alguno con lo que debía de ser. Percibí la realidad desde las afueras. Como quien se pierde por completo del chiste que ha hecho reír a una multitud entregada. No pude sucumbir en paz ni destapar la farsa. No sólo no tuve las fuerzas, sino que el espíritu me corrigió. No lo hagas; no ahora. Espera. No es el momento justo. Nunca lo es. Salvo cuando estás ahí. Metes la punta del botín, rozas la pelota, cambias la trayectoría del meteorito, y desencadenas las circunstancias del futuro… gol.
ALLS