Insultos sublimes

Corría el año de 2014. El mundial se jugaba en Brasil. Las redes sociales ya habían llegado. Costa Rica no sólo estaba presente, sino que sería protagonista en la contienda. La vida era bella. Como cada cuatro años.

Insultar nunca es un item de los programas de educación. Se enseña lo contrario. A ser respetuoso, inclusive con aquellos que piensan distinto a nosotros. Inclusive cuando se puedan estar refiriendo a uno. O directamente cuando utilizan a tu persona para hacer una metáfora. Un ejemplo común. Siempre es más fácil utilizar una referencia que crear un argumento sin ella. Pega más. Llega más rápido.

Evidentemente esto no es una apología al insulto. O qué cojones… sí lo es. Porque nos encontramos ante el insulto más sublime de todo el milenio. Dos personajes públicos arrancándose el pelo, como si de hermanas Kardashian se tratara, se enfrentan en un coro dialéctico frente a toda una audiencia global. O como mínimo española. Ya se sabe que los españoles entienden que el mundo gira alrededor de ellos. De cada uno. Y de todos juntos. Como si este fuera, todavía, una calavera de Colón, navegando por los mares desconocidos con el alma henchida y la confianza ciega de los patrones: los reyes y las reinas, y por añadidura, y gracias a su enorme fe, de Dios Padre, Nuestro Señor, que controla todo en las alturas; allá donde dichas alturas se ubiquen en el tiempo-espacio surreal.

El surrealismo español es insuperable. Podría competir con aquello que Bretón y Dalí suscribieron respecto a México. Quizás todo viene del mismo origen, si es que podemos descartar que el surrealismo de la Nueva España pudiera recibir influencias locales de los surrealistas indigenas en términos poblacionales, sociodemográficos y artísticos. Pero no se preocupe: nunca un académico se ha posicionado por la cultura previa a la que esta lengua defiende. La cultura, según creen algunos (gran parte) de los españoles, proviene de sus raíces europeas, y de las aportaciones que España, Grande y una, ha hecho a occidente, y sobre todo, a la Iglesia Católica. España se bate a duelo en Europa contra las grandes potencias mundiales: Inglaterra y Francia. No le interesa medirse con nadie más. Con dos vecinos tan poderosos tenemos suficiente en nuestro plato, como para despreciar al vecino del sur, como por corroborar que somos europeos.

Si tenemos una historia común nos sirve para saber cómo os ilustramos. Barbaros. Salvajes. Incultos. Gracias a nuestra empresa, a la Corona, y a la gracia de Dios, sois quien decís ser. Ahora, si os va bien, os presentamos nuestras marcas multinacionales para que sigamos nuestros lazos fraternales de negocios. La vida sigue su curso. Y nuestro cinismo no tiene fronteras. Vamos más allá. Que ahí, estaremos mejor que aquí.

Insultar nunca está bien. Pero llegado un punto en el que no queda alternativa, hay que saber apretar el botón correcto. No por nada. Sino por cultura popular. Y aquí tenemos el ejemplo más sutil de nuestra lengua: Maldini, cómeme los huevos. Es internacional, sabroso, conciso y metafórico. Vemos a un pelón y a un «melenudo» llegar a ese punto de no retorno. Los dos hombres de paz, con carisma y personalidad. Ensalzados por la verborrea flácida de una metáfora inoportuna. O de un juicio fuera de tempo. Como nos sucede a todos. Y ante tal situación: snap. Calentón. Ritmo. Poesía. Cómeme los huevos.

Un canario y un madrileño. Nunca mejor expuesto el centralismo y el extraradio. Rosalía no lo hubiera cantado mejor. Esto es la New Spain. A quién le guste bien. A quién no, ya sabe: cómeme los huevos.