Morir y volver

No es la primera vez. Ha habido otras veces que he vencido a la muerte. Quizás es la novena. No se si habrá otra. O la siguiente…

No se si vale la pena regodearse en la vida. O justamente cuando uno consigue una pequeña victoria de lo que podría haber sido el último suspiro. La gente dice: murió tranquilamente en sus sueños. Puede que no haya sido tan tranquilamente. Quizás ese momento final en el que intentas volver, simplemente: no llegas. Lo intentas, pero las compuertas se te cierran. O se te abre la de San Pedro.

Dios está ahí. Pero el cabrón está jugando con vos. Te quiere ya ante Sí. Te está llamando. O dando una señal. Una de esas: aprieta pero no ahora. El man está ahogándome y al final me suelta. Eso es una tortura para que haga algo. Es el llamado de Dios Padre para decirme: ahora.

Así que no me queda más que hacer caso. Por la insignificancia de este hijo de Papá. Uno más que mandó a la Tierra para cambiarlo todo. Oh, qué sacrificio. Todos somos hijos del señor, según la doctrina universalista de la iglesia católica. En la película de Los Simpsons el hijo de Flanders pregunta si estará Buda también. O quizás fue alguien más. Pero el chiste es espectacular. Buda merece estar ahí. ¿O sólo llegaremos a un cielo en el que los que han creído como yo tienen sitio? Arrepiéntete de tu xenofobia y de tu odio, pequeño buen samaritano. Igual todo el bien que profesas lo estás proyectando en la balanza que te precede, como apostol de mi Reino, y que siempre tiene un balance positivo, hasta que metés una de tus bombetas que te ha dictado algún doctrinario de lo que supuestamente no va bien en mi plan maestro. Y soltás alguna babosada sobre el aborto. La vida, decís. Mejor dejá el tema y defendé la salud pública. La mujer decide sobre sus circunstancias. Escuchá: no estamos acostumbrados a darle a la mujer ese rol. Ha sido una prueba. Y la estábamos perdiendo. Toda ese gente en el purgatorio está ahí por pensamientos como el que ahora vos defendés a capa y espada. Por un reflujo de muerte que tienes dentro. Deja que salga. Y nunca más volvás a dedicar un segundo de odio a quién no piensa como vos. Quizás nos hace falta humildad para distinguir la línea que nos separa de quién piensa distinto a lo que nos «dicta» nuestra fe. O lo que nos transmite nuestro pastor. O la doctrina actualizada de mi iglesia. De la cual no soy responsable.

Uno de los elementos más subjetivos de este mundo es la intermediación entre un profeta que trae las buenas nuevas, desde hace años, con su libro sagrado impecable, y lo que ahora interpretamos del mismo, traido a valor presente. Todo nos sirve para seguir. Algunas moralejas nos dejan en situaciones de confort en donde antes había angustia. Y respiramos con más tranquilidad. Livianos. Nos sabemos parte de un organismo vivo que profesa paz. Y no odio. La religión tiene el propósito de darnos aquello que nos falta. Porque el sistema no tiene tiempo de cambiar. Y si lo encuentra, nos vamos rápidamente a la distracción. Como si una pausa de la magnitud de una pandemia no fuera suficiente señal para establecer un tiempo para la meditación. ¿Qué acaso no sabríamos identificar el gesto de Dios si se asomara por una nube con el dedo estirado para que su hijo, vos, lo tocarás con la punta de tu índice?

Nos confundimos con el arte. El arte nos llevó cerca de lo que los clásicos pensaron en su día. Las imágenes celestiales nos llevan a infiernos, purgatorios y cielos que nunca han existido más allá del imaginario del artista. Que entonces lo plasma en un gesto de traer a la tierra lo que existe sólo en aquél cielo propio. Nuestra visión particular de ese cielo es todo lo que importa. El día que me vaya estaré en el sitio en el que no existe la angustia. Ni nada. No estará mal. Estaré seguro de haber vivido lo que la vida me dio. Momentos sublimes de intensos sabores y colores. Todos los que pude percibier en un paisaje recurrente con el que me encontraba cada día en la montaña.

Mañana saldremos a pasear por la montaña. Es la primera vez que saldremos Vera y yo desde que la pandemia nos confinó hace 60 días. Estaríamos haciendo el camino hacía los 99 días que cambiarán nuestras creencias más ancestrales. Quizás ya nada sea igual. Y los políticos lo saben. Pero también lo saben las fuerzas del mal, que se aferran al poder que han tenido sobre nosotras. El heteropatriarcado resiste el embate del tsunami. No se va dejar vencer con la primera ola. Resiste aguantando la respiración en medio de la lavadora que le revuelca sin saber diferenciar si arriba o abajo. ¿Cuánto tiempo más aguantará?

¿Cuántas veces más despertaré cuando la cena se precipite de vuelta mientras duermo?