Ya no tengo salida. La espada se acerca a mi piel mientras ya no tengo más espacio para recular. El éxito de mi fracaso está consumado. Mi historia me arrincona en la huida hacia el final. No hay más. Un último respiro. Un suspiro.
De alguna manera los griegos de la antigüedad tenían el referente presente de lo que les arrinconaba a ellos a salir de un pozo oscuro en el que sus vidas habían escalado en espiral decadente. No es un tema nuevo. La humanidad se topa consigo misma en la inmesidad del abandono que cada individuo perpetua con su angustia. Y ¿cómo salir de sí mismo? ¿A dónde huir? ¿Cómo escapar?
Mi única salida para evitar que la espada me acabe decapitando es tener fe en esa alternativa, por poco probable que resulte, que despeja todas las tormentas. El alivio de los mares tranquilos en los que navego hacia la isla en la que finalmente encontraré mi destino. Alguien se ocupará de amenazar mi porvenir, inclusive en ese último trayecto. Satanás está ahí para asumirse antagonista de nuestra biografía, como un par de Dios Padre, que tiene el poder inmaculado de asistir como contrapeso al desafío del héroe que debe librar la batalla más épica de su existencia. Ese es el destino de nuestro periplo.
La espada de Damocles me amenaza y cada vez más le pierdo el miedo. Si me vas a matar, hazlo de una vez. Hijo de la gran puta. ¿Quién te crees que eres? No puedes conmigo. Ni podrás apagar el espíritu de mi destino. La batalla se libra en la oscuridad del duelo continuo de nuestra psique.
La paciencia sigue obsesionada con su tránsito lento y pausado, a pesar de las palpitaciones extremas que intentan desacreditar su tenacidad.
La perseverancia tercamente se aferra a esa idea en la que nadie cree. Sin duda el fracaso no es una opción, pese a encontranos de cara en cada esquina que doblamos.
La resistencia ha seguido sumida en un estado fuera de sí por mantener viva la pulsión de la pasión con la que se arremete una cima sin temor. Las piernas cansadas ya no saben si aguantarán el próximo reto, pero se aferran a no claudicar.
La prudencia sostiene el mundo sobre sus hombros. Y no saltamos ante la injusticia que escupe en nuestra cara un aliento fétido de recores, envidias y desidias. Quizás no sea el momento.
La concentración se inhibe para dar paso a la locura, que se planta en todas las esquinas que nada tienen que ver con el objetivo central de nuestra esencia. Pero a ratos vuelve, como quién sabe que tan sólo aquí se abonará esta tierra en la que sembramos hace tiempo nuestro porvenir. No olvidemos… ¿qué objetivo? ¿Qué sentido tiene? Anda, vuelve, aterriza una vez más. Enfoca tu espíritu con la pulsión última de crear un espacio dual en el que encontraré lo que intuí un día que sería el puerto al que llegar.
Los pensamientos reflexivos me nublan la consciencia con la ilusión de alcanzar el objeto exacto que buscaba en una metáfora impecable que no deja lugar a esa única esencia desnuda y poderosa que ilumina todo en este punto. Es un espacio al que se accede con la llave de quién cosecha con el tiempo a su favor aquellas preguntas que algún día debía desvelarse ante un yo futuro que no estaba ya alerta de tal periferia. Escribir sin duda ayuda a que esas derivas encuentren su sitio, en este mismo instante, pero más allá, en otros multiversos, y en otros espacios temporales que ni tan sólo nos planteamos controlar. Pero vuelve, y se revuelven con otras que a penas han visto la luz del día, y se confunden, y se funden, con renovados espíritus que se explican, por sorpresa, en el otro. La revelación de nosotros mismos en un acto reflejo que nos aproxima a otra unidad fuera de nosotros. Y todo, de pronto, se asienta en un sentido emergente.
La capacidad de análisis se reciente. De pronto no tenemos más maneras de explicar lo que tenemos enfrente. La vida. La estrategia. Nos vaciamos hace años. Y ya no queda nada. Nada tiene sentido. No hay más vueltas. No hay visión alguna. Ni misión. Ni tan sólo valores. No hay mapa. Ni análisis interno. Menos externo. Todo se perdió cuando volvimos al sitio del que pensamos que nunca debimos haber partido. Pero ya no era lo mismo. Ni había nadie ahí. La vida cambió y nosotros nos quedamos anclados en un pasado que ya a nadie interesa. Nos comió el mandado un ser inferior que no supimos espantar. Záquese. Se nos coló la sanguijuela. Nos arruinó la fiesta un colado. Yo un día pensé que sabía cómo hacer esto. De manera pragmática. Lejos de cualquier floritura futil. Pura síntesis de un proceso contrastado que estudié durante años para extraer la resina del licor más útil de cualquier gesta. Pero un día decidí no hacerlo más. Caí en el fondo del abismo. Y de ahí no me moví. No arrastré mi sombra, ni maldije mi fortuna. Abracé el infierno que las plantas de mis pies lamían. Dejé el otro mundo muy lejos, y desde abajo reconstruí mi vuelta. Mi capacidad de análisis se convirtió en un camino alejado de la luz, en la armonía en la que tan sólo yo podría concebir para volver a aportar otra perspectiva colectiva de la última emergencia necesaria de nuestro sistema complejo social. Me perdí en mi mismo. Me absorbí debajo la piel succionado por los latidos inertes de mi organos vitales. Me convertí en todo lo contrario de lo que habría definido construir, por la simple idea de asistir a lo contrario de lo que habría de ser. Al ser lo que tenía justo aquí para construir con ello algo con sustancia. Me enfermé en la reiteración de las mismas historias que me habían llevado hasta aquí, convecido obstinadamente que no tenía otra alternativa. Me convertí en un camino que se cerró todas las salidas, y me condujo al tunes del cuál todavía hoy no he conseguido salir. Porque un parto dura nueve años. No se deja atrás un paradigma contrastado con un bufido de lobo feroz. Es alrevés. Las historias que conducirán a otros paradigmas serán las que consigan afianzar literariamente la posibilidad de trascender a toda la mierda acumulada que dejamos que se enquistara en el proceso evolutivo de nuestra sociedad, mientras abrimos los canales de comunicación, y las transmisiones de radio, y el entretenimiento de masas, y le tuvimos miedo a las mismas pollardadas que nos inocularon en el esquema educativo en el que decidimos creer y crecer. No fue una elección. Ni tan sólo una democracia. Fue un simulacro perfecto. Y nos llevó a todos un proceso largo hasta llegar a darnos cuenta el sitio en el que nos encontramos con Big Brother. Y resulta que al final, las ideas que contruyen quienes somos están fermentadas con las falacias necesarias para que nos demos cuenta de su existencia, tan sólo para confirmar que preferimos estas a las que los otros, aquellos, nuestros némesis, adhieren sin pensar ni un segundo a los pilares sagrados de su liturgia: su lucha.
El sentido práctico, no se cuando, lo perdí. El surrealismo español me pareció el único proceso creativo que valía la pena rescatar de las cenizas en las que se quemaba toda la añeja tradición de una de las naciones más ancestrales y demenciales de la historia de los reinos de los cielos. Nunca antes una fogata de Sant Joan había llegado a acumular tanta mierda para quemar en una misma noche. La gente se dio cuenta de que valía la pensa que lo abandonáramos todo en este acto final de gratitud. Por la relación que el Altísimo guarda, aún hoy, con el dictador Francisco Franco, sentado a la derecha del padre, habiendo arrinconado a Jesús a su lugar: a la izquierda. El orden sacramental acaba de contruirse con un último grande de España que subió al cielo por la gracia de Dios, en un hospital que llevaba su nombre, y cuyos nobles profesionales de la salud, tuvieron a bien dejar que la providencia invadiera, una vez más, de la mano del Espíritu Santo que tan bien se siente en su capital en la tierra, Madrid, para culminar el acto más alto de la fe católica, apostólica y romana: que un español señalado por Dios Padre acuidiera a su presencia en la asunción del espíritu, y cuerpo, del caudillo. Fue días después. Ya en el valle, uniendo para siempre, la grandeza de España con la comunión del Caudillo con Dios Padre, a su derecha, por los siglos de los siglos…
La objetividad me fue erosionada con tan elocuentes velos por doquier. Fui víctima de la alteración de la consciencia por vías voluntarias, forzosas y perentorias. Me obligué a comulgar con las antípodas de mis posturas. Sentí la necesidad de transitar al otro lado de la luz. Y llegué a fundirme en el infierno con lo que quedaba de Satanás, que tuvo paciencia conmigo. Y despúes, de la mano de Jesús, conspiré por construir una alternativa a la que un hijo usurpador había venido a construir con falsos testimonios que nublaron la consciencia de mi padre, quien, en medio de la demencia que sufría, suplantó el sitio que tenía mi hermanillo en las cortes que adornaban la eternidad de los cielos. Dios Padre había adoptado a un hijo facha, aunque a él no le gustaba asignarnos etiquetas los unos a los otros, a pesar de que el nuevo se atrevió de llamar a Jesús… rojo. Y ahí no le pareció tan granve a Dios Padre. Como si la eternidad no fuera suficiente, ahora debemos aguntar al hijo usurpador facha, y a un Dios Padre que le ha comprado toda la basura de mentiras con las que papá finalmente ha perdido el curso de lo que significa realmente la comedia humana. Jesús y yo lo hablamos muchas veces: Él no lo entiende: no es humano. Nosotros sí. Conocemos a los Franciscos Francos de nuestros tiempos. Los hemos visto mil veces en los lugares más cotidianos de nuestra surrealidad española. Nos los metieron hasta en la sopa y ahora lo hemos visto claro. Nuestra simple presencia les ofuzca. Nos quieren en la cuneta. Los rojos se borraron de la faz de la tierra, porque a sus ojos, Franco los desterró. Somos lo Caines que una vez más Dios Padre ha asumido que no merecemos ser parte de su rebaño. Hasta aquí llegamos, Papá. No hace falta que lo volvamos a debatir en la cena de navidad. Ya sabemos que le has tocado su cojón sagrado a tu nuevo hijo predilecto. Nosotros ya no tenemos nada más que hacer aquí. Por eso volvemos a la Tierra. Allá a dónde tú no has vuelto. Fuimos nosotros, Papá. Te lo recuerdo. Y es nuestra humanidad, esa mitad, la que tú nunca podrás palpar. Tú no eres como Zeus. Con Él me entiendo mejor. Tú no puedes alcanzar las contradicciones de nuestra construcción social, por más que tu omnipresencia te lleve a dictarle los textos a los escritores de derechas que aún quedan en el sector editorial español. Oh, Papá… ya no me importa que nos hayas abandonado. Al final, no te tengo ningún tipo de resentimiento. Pura gratitud. Y eterno retorno. Porque un día te darás cuenta que él hijo predilecto al que ahora atiendes con tesón, no es más que aquél becerro de oro, convertido en toro Osborne, con un par de cojones. O quizás, por un destino sagrado de su providencia, con uno sólo, por la fijación inmaculada que su piedad le llevó a cargar con esa cruz para levantar el reino de tu santificada y endiosada unidad del reino de los cielos: España. Si un día me extrañas, me encontrarás con el resto de las divinidades fusionadas en la risa eterna con la idea que nos alienó: que eras tú el único.
La disciplina se desmuestra en los entrenamientos. Se juega como se entrena—dice un tribunero. Ni puta idea. A esta gente no se les puede permitir seguir mandando como si de ellos fuera el coto de caza. Su cinismo es inmortal. Y no tiene fronteras. Me ofrezco como ofrenda a los dioses de la pirámide. Si con esto salimos del atolladero, me doy por bien servido. Prometo someterme a un escrutinio del desempeño de mi obra. Y mis resultados hablarán por mi. Usaré el mismo racero con el que medimos a los demás, y servirá, para que nosotros mismos nos demos cuenta de qué manera somos parte de la reconstrucción de un mundo nuevo: un mundo NEW. New Barcino.
Mi psique se desdobló. No tuve manera de detenerla. Tomó las riendas y se desbocó. No la culpo. Todo lo contrario. A partir de hoy, estamos más unidas. Es más, estamos más unidas con Cristo… para siempre.
Se escuchan las risas del resto de los Dioses. De todos los tiempos. De todas las latitudes. De todas las culturas. De todas las presentes…
ALLS