Papá, ¿qué pasa después de que morimos?

La pregunta de una hija de diez años antes de ir a dormir

Mi hija, Vera, me preguntó si me podía hacer una pregunta. Se había acercado a mi para tomarme del brazo, como buscando que fuéramos juntos. Como queriendo estar presente. Como necesitada de uno de esos gestos de cariño que normalmente busco yo darle, y no ella recibir.

La vida a veces nos da lo que necesitamos, y a veces, no es exactamente así. Me pareció un pequeño regalo, y luego de unos primero pasos, me lanzó la pregunta: ¿qué pasa después de que morimos?

Dejamos de sufrir, le dije.

Ella se subió a su litera y se acomodó para recostarse, sin quedar muy satisfecha por mi respuesta. Mientras tanto cerré la persiana mientras volvía a intentar mejorar la respuesta para satisfacer la inquietud que en ese momento se había apoderado de cada célula viva en la habitación.

¿Qué pasa cuando nos morimos?

Es una buena pregunta. Y quizás la respuesta que podamos darle a tan buena pregunta no sea lo importante. Lo importante es acomodar todo el conocimiento sensible que durante siglos hemos dado a esa respuesta. Los humanos tenemos eso: morimos. Es lo más democrático de nuestra existencia. El único hecho que compartimos, más allá de lo demás. Pero en este caso existen diferentes perspectivas de afirmarnos ante la situación en sí que la muerte plantea. ¿Y ahora?

¿Qué sentido tiene vivir?

Vera elaboró un pensamiento complejo en el que dibujó lo futil de la existencia si todo lo que conocemos dejará de existir, en un momento dado. Es una sensación que cuando uno habita por primera vez, el desasosiego planea sobre el infinito. No es esa dimensión de lo que está más allá de nuestra experiencia sensible lo que alguna vez soñamos cuando pensábamos en las posibilidades de lo infinito. No morir sería una forma más de lo infinito. No es nuestro caso.

La humanidad tiene más bien una connotación finita. Nuestro tiempo está marcado por nuestra propia experiencia, por lo que hacemos de nuestro legado, por lo que construimos para dejar aquí, más allá de que un día, cualquiera, ya no estemos.

No le expliqué a Vera que la muerte es uno de mis temas favoritos. Debería ser un tema crucial para que todos dedicaramos tiempo a su persecusión. La muerte es el motor de la vitalidad. El jing y el jang. La muerte es la vida. Es la gran dualidad por la que asumimos que las cosas existen más allá de las implicaciones más simples que se mantienen suspendidas en el aire que respiramos. La ligereza de vivir sabiendo que la espada de Damocles cuelga sobre nuestro cuello. La muerte, nuestra única compañera, no nos dejes olvidarte.

Hablamos de lo que uno alcanza al morir. Un nivel superior de energía. Un espacio de luz que se proyecta sobre la existencia más allá de lo que conocemos en esta dimensión menor en la que estamos. Nuestro tránsito hacia otra dimensión. Esa es la experiencia vital que debemos experimentar en vida. Quizás unas cuantas veces. Pongamos nueve veces. Porque un día, en una de esas transiciones, nos vamos a ir. Del todo. Y desde ese momento, viviremos en un ciclo distinto. En otra forma energética.

Quizás era un buen momento para hablar de la energía. De cómo no se crea, sino tan sólo se transforma. Por hablar de algo más. Por formular las metáforas necesarias para que nosotros sigamos nuestro camino. Pero atentos a no perder el tiempo. En eso sí insistí: el regalo es estar aquí, vivos. Ese es el milagro. Y ahora es el momento. Hay veces en los que seremos conscientes de nuestra insignificacia, y eso nos hará sentirnos ligeros y volátiles. En esa situación seremos algo así como una bacteria. Transitaremos en un multiverso determinado en el que nuestra vida transcurrirá en un suspiro. Y nos habremos convertido en polvo. O en un organismo transformador. En una mutación. Buscándose la vida.

Le hablé de la importancia de momentos como este. De pensar en esto. No siempre la vida es optimismo y fuga. Al revés. Estos momentos generalmente constituyen un momento de esos que crean una isla que conforma una de estas transformaciones que ahora tú misma estás reconsiderando. Se trata de un momento importante en tu evolución neuronal. Tu mente se reinicia. Esta vez con la configuración preparada para lo que vendrá en esta siguiente fase de la vida. Es lo que vive Railey en Inside Out. Y también te pasa a tí.

Una de esas bolas que formarán parte de tu memoria estimulante se guardará en un sitio en el que la consola de la NEW vera llevará incorporada en la última versión. Este es nuestro templo. Y nuestra mente debe servirnos para alimentar lo que será nuestro camino, nuestro proyecto, nuestra proyección.

Tenemos una historia que contar. Un relato vital único e irrepetible. La vida es esto, querida. Reflexiones complejas que nos acompañan en momentos de alegrías y pesares. Angustias, enojos y asco. Pese a todo, nuestros sentimientos se conjuran para que cada uno lleve por dentro una procesión que nos acompaña con cada pálpito de nuestro corazón. Con cada conexión neuronal que irriga un camino determinado hacia alguna parte. Quizás una idea. Quizás un poema. Quizás una ilusión. Mientras tanto pensamos. O actuamos. Ejercemos un proceso introspectivo para proponernos hacer algo. Salir de este maldito lugar. Atrevernos a aquello que realmente perseguimos. Estar ahí, en donde queremos estar.

Querida, es aquí en donde estoy. De ahí que escribir sea algo más que una herramienta. Es también la única salida mediante la cuál puedes crear algo más allá de lo que te carcome. Lo harás con la certeza de que aquí tendríamos que abordar un tejido más sublime que trace una ilusión. La posibilidad de otras vidas. La trascendencia de otros seres, en otros tiempos, otras dimensiones, que no son exactamente estas en las que transitamos ahora, sin darnos cuenta.

Lo que has preguntado esta noche, de este día tan especial, es la consecuencia de tu espíritu que se ha topado con su porvenir. La muerte no es ninguna quimera. Ni una maldición. Es una oportuna compañera de viaje que nos marca el destino con un único objetivo; vive tu vida como quieras vivirla. No te quedes en la superficie de las cosas. Aborda lo que te apasiona y busca los caminos que te permitan desbordar los límites por allá por donde tu pulsión te permita reconfigurar los límites trazados para que puedas entender en contexto de lo que hasta hoy existe. No es esa la dimensión máxima a la que puedas aspirar. Mueve montañas. Sueña en esas otras dimensiones. Transita por cada una de ellas. Construye los códices de un multiverso único e irrepetible. Usa tus demonios para transitar con ellos por los temores que te sofoquen la ansiedad que produzca tu verdad. Trasciende a los oscuros sitios en los que la luz no necesita penetrar para darte una señar de escapatoria. Vivimos entre esos dos polos. Y de un lado al otro. No los quieras ocultar. Ni siquiera negar. No reniegues de lo que es, de lo que hay, de este tiempo que nos ha tocado.

¿Te acuerdas de la bisabuela de tu madre?

No lo se. Pregúntaselo a mi madre. Le contesté a Vera. Por saber quién fue aquella persona. Por saber recuperar la memoria de quién fue. Y lo que hizo para que hoy estemos hoy aquí. Ella y yo. Y mi madre. Y la suya. En su recuerdo. En el mio. En el de todos los que quisimos a mi abuela. Escribe esto y conviértelo en literatura. Trasnciende a tu reflexión. Crea con ello. Es entonces cuando encontrarás los textos más sinceros. Esos momentos son los que te sirven para revertir el día. El tiempo se difumina entre las sombras. Respiro.

Vera se quedó dormida. Produndamente. Ya no preguntó nada. Seguí hablándole. Del privilegio de estar vivos. De la suerte de estar aquí. Con ella. Los dos. En estas mismas circunstancias. Pensando sobre la existencia y nuestra insignificancia. Un día leerás este recuerdo. No será el tuyo. Será el que contruí aquél día en el que una bola dorada se guardó, según tus propias coordenadas, en un sitio preciso de tu memoria. Un día tomarás prestada esa bola y la revisitarás. No es un tema que se cierre con una única pregunta. Con un pequeño río de lágrimas. Habrá libros enteros que deborarás porque expresan situaciones que te harán repensar lo que creías. Y otros que complementarán tu cosmovisión. Lecturas que conformarán quién eres. Más allá de lo que te expliquen. Más allá de lo que te cuenten tus padres, tus amigos, las religiones que estudies.

El espacio de la religión es un sitio de acogida para este tipo de preguntas. Pero no es una ciencia exacta. Se trata de un ejercicio de fe. De creer. De creer más allá de nuestra comprensión. Es un tema que está estructurado de varias formas, algunas más oficiales que otras, que a su vez generan códigos de convivencia. Maneras de vivir la vida. Y seguimos buscando los mecanismos para vivir de una manera cordial en sintonía. Con un transitar alerta, adaptativo y holístico. Como si nuestro credo fuera la bondad, la compasión, la empatía.

Es esta mi fe. Esta es la fe de mi iglesia. Que a su vez pertenece a otro reino. A un reino nuevo. Un reino que redefine el tiempo y el espacio. De manera circular. En un eterno retorno retorno. Todos somos uno. Y hay un gran organismo que palpita con nuestro aleteo. La paradoja de vivir. La existencia sublime. El regalo de un nuevo Dios. Uno mismo (con)sagrado.

Yo creo que hay un lugar en el presente que nos transporta al lugar primordial del límite de nuestra experiencia más sublime: ALLS. Esta dimensión existe aquí, ahora, y por los siglos de los siglos, en un plano continuo. Hacia delante y hacia atrás. Como la vida misma. Como la reflexión de mi tatarabuela.

ALLS

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