Me planto en un día nuevo. Un año nuevo. Y todo cambia. Todo igual. Pero todo cambió un día. Ya no recurdo cuál. Mi tormento terminó. El sol salió otra vez a dar la vuelta, y yo, como idiota, le miré.
Sabía lo que pasaría. Mis alas se derritieron. La cultura que asumí me consumió. No pude aportar ninguna cosa más a la discusión. Así que callé. Y nunca más hablé. Se me hizo lo más coherente. En su día. Ahora no se.
Me quedé pensando en otras opciones que no veía por ahí. La cultura popular no las sacaba en sus memes. Muchas veces: déjà vu. Y parecía que una conexión particular se podría generar entonces. Y era verdad. Pero el plano relacional se trastocaba en algún punto. Y la cosa se frenaba por completo. Algo no acababa de resonar del todo. La música se hundía en un pozo sin salida. Nos encontrábamos ahogados una vez más en un plano subterráneo que nunca nadie había transitado. El escaso oxígeno permitía subsistir sin que nadie se percatara de la ausencia. El planeta sigue su curso.
No encontramos la dimensión correcta para nuestro martirio. Un día es demasiado público. Perdemos la pureza. El pudor de antaño. La virulenta resaca de la revolución final. Y todavía algo no funciona del todo bien, pese a la resolución del 99% de las incongruencias. Algo en nuestro ser se resiente una vez más. Duele.
Podríamos prever que nuestra mente nos está poniendo una trampa en el solitario. Que el sistema vive del boicot. Que nunca sabremos quién es el espía. De pronto, la política es algo más que televisión. Ya el debate es lo de menos. La tribu se difuminó en una nube de sinrazones. No hace falta entender lo que no se puede abarcar. Es un contrasentido que muchos averiguan tras nueve pasos hacia el infinito. El trayecto no termina. Nos fija la mirada el porvenir. Exhaustos perdemos el reto. Volteamos la mirada a un pensamiento futil que cruza la calle con popular apariencia.
El partido popular, como el chino. No nos habíamos dado cuenta de esa similitud. De cómo se mueve el capitalismo en las élites corruptas gubernamentales. Aquí no cortan manos. Se organizan operaciones que tienen poco sentido comunitario. Se resuelven negocios para empresarios que no saben más que delinquir y sostener la apariencia de país. Todo esto está muy bien. España, grande, grandísima, infinita, multiversal. Qué va una. Eso es muy poco. La muerte de la unicidad ha llegado.
Bienvenidos a la muerte.
Nunca nadie lo pinta bien. No se asimila. Se nos escapa su dimensión completa. Nos lanzamos a pensar que ya llegamos. Que estamos aquí, presentes. Y la vemos todos en la pantalla. De manera violenta nos la pintan con colores. Nos la hacen ilustrada, festiva, serena, calculadora, disruptora.
Envejecemos porque podemos. Porque antes no nos atacó un virus que nos fulminó con amor. Porque no sabemos cómo, pero aguantamos. Y seguimos. Y la historia se desveló.
Una llamada interrumpe el cortejo.
Vuelvo a la causa.
Salgamos a lidiar con el día. Este es el plan.