Mi problema con el arte está siempre en conseguir crear una pieza que tenga un sentido en sí. Nunca voy al punto. Esa es mi cosa. Y por tanto, nunca hay sentido alguno. Ni forma perfecta. Ni final. Sólo se trata de un vómito etereo. Sin más voluntad que amontonar las ideas inconclusas de procesos libres de pensamiento. Por el simple hecho de darles lugar. Para que sean en sí. Y no necesiten de nadie más que los interprete. O les de forma. Ellos ya son la cosa en sí. Los noúmenos felices.
El ser tiene un contenido propio. Su legado está centrado en la parte de la historia que decide contar como protagonista de una película particular. Se trata de un trillado proceso de creación. Se trata de un plan que ya otros ayudaron a construir. Industrias que ya juntan a obreros y burgueses que trabajan en equipos cohesinados por la fantasía de contar historias en diferentes plataformas que están inhunando nuestra existencia. Y no podemos decir que no. Simplemente debemos asistir a una magnificada esencia de nosotros mismos en ese momento virtuoso en el que nos definimos de ambos lados de la cámara: actor/fotógrafo. Actor/Director. Una dualidad consumada por definición misma de un sistema posibilista que se permita superarse a sí mismo. Sin que esto le conlleve un trauma aniquilante.
Como el pavor de los fascistas al otro. Los extranjeros como el mal que viene. Lo que nos acostumbra a pasar cuando perdemos el hilo de lo que verdaderamente importa. Ahí estamos, en ese terreno lodoso que se pinta las aguas de turbios colores en los que no apetece acabar. Una vez enlodados nos olvidamos del asco y disfrutamos del mejor partido de tochito de nuestra vidas. En medio de un valle de Valle de Bravo. Con soldados y caballeros de Cristo, y un colectivo enorme de iniciados en culto posterior al hijo de Dios, a imagen y semejanza suya, con un poco más de deportes, de futbolarte, y de cursos formativos para la vida en una sociedad sana y plena. A tutti pleni.
El futbolarte es así.
ALLS