Uno es lo que es; y ya está bien.
La escencia de la vida consiste en llegar a un punto de realización en el que…
—¿Pero qué ase?
—Hola, ¿qué ase?
—¿A dónde vas quillo con tanta movida?
—Aquí nomás haciéndole al guajiro.
—Qué no, qué no, …
—Pus ná.
—Así mejor.
—La verdad es que estaba creyendo yo mismo que podría ir más allá de lo que me es posible andar, observar o intuir. Como si la dimensión siguiente, a la que estamos destinados a llegar, me sugiriera, desde un plano distinto al que nuestra experiencia nos permite asumir, y por tanto, fantasmal, inexacto y efímero para considerarlo algo veraz. Pero ahí estuvo. Tuvo su dimensión. Tuvo su lugar. Ese llamado ocurrió. Vino de otro tiempo. De otro espacio. Y me consiguió ubicar a mi. Justo a mí…
—¿Tú estás bien, quillo?
—Estupendamente. No tengo nada de lo que pueda arrepentirme. Ni nadie tendría que arrepentirse de haber sido lo que ha sido. Circunstancias de la vida nos han llevado a pensar que nuestros grados de libertad nos han conducido a las decisiones que han marcado nuestros destinos. Y que venimos condicionados por la construcción de una leyenda de la que somos co-creadores, según el índice de bienestar acumulado con el que nos etiquetaron al nacer.
—¿Qué me estás contando?
—Nada. Y todo. A la vez.
—Te estás quedando conmigo…
—Todos nacimos predestinados al nacer. No por el porvenir de la santísima trinidad, ni siquiera de la virgen. Me refiero a María. No a Rocío. Ni a Macarena. Ni a la de LA. Ni siquiera a Guadalupe. ¿Dónde estaban las vírgenes y sus avistamientos antes de que llegaran los españoles a «América»?
—Chinge su madre el América.
—Oh qué la canción.
—Puto el que lo lea.
—¿Acabaste?
—Nomás digo.
—El punto de partida de cada persona tiene un código postal, y una marca genética. ¿Qué tan capaces seremos de salir de nuestro barrio? ¿Qué tan capaces seremos de trascender a la marca indeleble que nos ha sido adjudicada al nacer? ¿Qué tanto han conseguido nuestros antecesores hacerlo con el transcurso de sus vidas y las de sus antepasados?
—Asumadre…
—No seamos así. Seamos asado.
—¿Un choripán?
—Dale.
—Un asado, ahora lo entiendo todo. Es lo único que entendí.
—Vos no tenés nada de que preocuparte si el día de hoy podés asumir que podés tirar una pieza de carne encima del carbón para compartir unas dos, tres o cuatro horas con las personas con las que podés hablar paja indiscriminadamente. La convivencia, con uno mismo, y con los demás, es lo que verdaderamente nos tiene acá. Estar juntos. Y tranformar el mundo. Todo lo que podamos. Dale.
—Chimichurri.
—Y sí, ¿qué le voy a hacer?