El futbolarte no se para. Ni siquiera con la pandemia. Hoy mismo realicé mi enémiso entrenamiento de verano para preparar la próxima temporada. En la parte física nadé hasta la boya, y en otro set de ejercicios, me sumergí en agua al menos dos metros de profundidad, al menos nueve veces. El futbolarte es así. No se sabe cómo, pero se está componiendo una pieza de autor con cada gesto. El día es mi lienzo. La noche mi sueño.
Cala Morell. Una vez más intentamos ir a la playa de la Vall, y una vez más estaba petada. Esta vez ni siquiera entramos por el camino de la muerte, sino que directamente nos fuimos a buscar al resto de la comitiva de Ciudadella que había tirado para Cala Morell. Las terrazas. O las plataformas. El primer día que fracasamos en entrar a la Vall intentamos ir a cala Morell, sin saber muy bien en qué sitio estacionar, y si valía la pena bajar. Yo nunca había estado, y Meri recordaba que la playa era muy pequeña. Dimos una vuelta por la urbanización, intentamos llegar lo más abajo posible, y no fuimos capaces de visualizarnos en ese contexto, así que redirigimos nuestro camino para la Cala Galdana, que debe ser la playa más bonita de la isla, si no hubiera sido hostilmente urbanizada por tres o cuatro hoteles de gran turismo, que el mismo Fraga dio lo permisos, y tiempo después, recriminó al responsable de haberlo hecho. Muchas veces no somos conscientes de nuestras decisiones pasadas, ni siquiera si en el futuro seremos capaces de reconocer las intenciones que tuvimos para comportarmos de la manera que no hicimos.
Fuimos a ver a Carlos Cros a Es Claustre. Santi nos dijo que un amigo suyo era colega de Carlos, y que vendría desde Ciudadella. Una peña de Ciudadella cruzando la isla para asistir a un templo de la cultura de la isla. Los dos polos se tocan muy de vez en cuando. Los nobles actúan de manera singular cuando se trata de mezclarse con el pueblo en su salsa. Y en Es Claustre el pueblo de la capital está en su mercado. En su día aquí se congregaban religiosos en actividades en las que se ponían a disposición de Dios para actuar sobre las comunidades que representaban como intermediarios de algo más sagrado que el pueblo requería entender y asimilar como el alimento espiritual que marcaban los tiempos aquellos. El uso pues del espacio sigue siendo el mismo, sólo que ahora también el pueblo asiste a la congregación popular de un espectáculo musical. Un cantautor, guitarra en mano, intentando arengar a un público dividido entre los que centran su atención en el espectáculo, y aquellos que comprometido parcialmente su presencia a los alimentos y la mesa desde donde sus voces compiten con las del hombre orquesta.
Carlos Cros lo dio todo. Llegamos tarde al toquín, pero nos dejaron entrar. Nos buscaron muy amablemente un sitio, con su sana distancia, para poder desvelar nuestros rostros a la noche. La mesas de jóvenes comensales tenían la condecendencia de aplaudir, de vez en cuando, acabadas las canciones. A mi me ganó Carlos con esta canción: me aburro.
También nos deleitó con fuertes relatos de pasión que deja su piel en la tinta con la que escribió un canción, y en cada razgado de la guitarra, y cada verso interpretado frente al micrófono, con en el caso de Pretendes.
Mi cuñado Roger llega a su casa. Le digo que hemos ido a Es Claustre. ¿Quién tocó?—me pgreuntó. Carlos Cros—le contesto—otro barcelonés que vive en Maó con su pareja, que es de aquí. Las ratas de ciudad no encuentran las mismas claves de una capital como Barcelona. Mao, otra capital, como refugio a la pandemia. Y también, como registro desde otra geografía: la isla.
I am a rock, I am an island. Un guiño a Paul Simon, que debió haberle reconocido el gesto a Carlos en su tributo a Gracia: Graceland.
Barcelona y Mao. Barcelona y Menorca. Algo hay entre estos dos puertos que nos lleva más allá de lo habitual. Lo normal sería que la música nos conectara con lo alegórico de un artista. Con la sensación de comprender el momento íntimo que genera una emoción.
Al salir d’Es Claustre fuimos a tomar una cerveza. El futbol salió a la conversación. Y Santi sacó a Golman. Les expliqué que estoy listo para saltar a la cancha. Soy un futbolartista, les dije. Esgrimí mis razones. Mi apuesta. Y mis probabilidades de éxito. Quizás deba tomarme más en serio. Nunca lo he hecho. Quizás es el momento de subri al escenario. Carlos Cros me ha mostrado cómo hacerlo. Y en última instancia si nos convertimos en el Jack de Shinning, que mejor que tener una máquina de escribir para trasladar las emociones primarias de un artista conceptual.