Noche. 22:57. El tiempo pasa. Y uno en él.
No sabemos a ciencia cierta si un mosquito se da cuenta cuando le echas una luz para ver si te está picando las piernas. Lo buscas para matarlo. Así como él te pica para desagrarte. Contagiarte. Son distintos delitos. Tipificados como dos tipos de muertes distintas. Una es así y la otra es una exageración.
Yo no hablo español, pero me vale pito.
Mientras esta sea la actitud de la ciudad gringa atada en su pasado controversial, que nunca se lanzó a la liberación de narrativa insolente del otro lado de nuestro decrépito muro. Piensa lo contrario. No existe. ¿Qué pasa? No pasa nada. ¿Ves? Déjate besar.
Machismo.
Buenafuente. Medicina. Te explica que Manolo Valls está presentándose a la alcaldía de Barcelona. Se mete con su oportunismo. Se mete con el presidente. Con los corruptos. Con el astronauta ministro, y su futurible sustituto. Esta bien. El criterio de la vida pública es el juicio de una sociedad que va abriendo los ojos poco a poco, hasta que un día, sólo ve luz.
El tiempo pasa y el sueño gana. Me duermo. Intenso. Despierto. Me voy.
El poder de la palabra se extiende en mi cabeza. Y ahí despega. No aquí, en este relato, sino en un sitio en el que no conecto más que con la máquina de descargas electricas que carga de energía el cerebro, a punto de ir a dormir, para acabar de hacer el resto de las conexiones necesarias.
Fem-ho va!