Vergüenza ajena

La vergüenza en España es que te vaya bien. Lo demás es lo que sufrimos la mayoría. Pese a todo. Pese al ciclo económico. Pese a tener techo. Pese a tener poco frío. Aquí siempre se ha sufrido en los inviernos, en la cuesta de enero, en verano porque quién trabaja con ese sol infernal, en el paro, en el deshaucio, en la calle. No hay pan para tanto chorizo. Ni chorizo para tanta vaquilla. Expediente de regulación. Ala, pa la calle.

Y la gente sale a la calle. Ferrol en los ochentas. A vivir el día. Los lunes al sol. La cara al sol. Como siempre. Con el titubeo de quién se pueda pensar que estás ahí con alegría, como si ser español te permitiera esta extravagancia: ser feliz. Pese a todo. Pese a todos.

El trabajo es un concepto que ha ido cambiando. Nate Davis fue el primer negro en triunfar en España. Al mismo tiempo, en Banyoles, otro negro te miraba fijajamente a los ojos, inmovil, cuando lo ibas a ver, como pieza antropológica de museo. O premio de caza. Como las cabezas pequeñas que colecciona en Bruselas un tipo que ocupó el espacio público y lo convirtió en Zoológico. Cuando podías ir a ver a Copito de Nieve al zoo de la Ciudadella, y sentirse orgulloso. Como orgullosos estaban en Banyoles de tener al negro y el lago. El hombre y la naturaleza. Y Olot a un paso. ¿Qué más puede pedir un garrotxin?  Nobleza capital: Besalú. Benditos sean: les va bien. Vergüenza.

En Ferrol en cambio en los ochentas tenían a un negro vivo en su equipo. Un tipo estelar. Un fuera de serie. Algo que venía de otro mundo. Como en la postguerra una estrella de cine en el Madrid, o un trompetista en el barrio chino de Barcelona. Como Ocaña en el Raval. Nate Davis revolucionó lo que aquí se había visto en una cancha de basketball. Como una chilena de Hugo. El mexicanito en la capital y el negrito en Ferrol.

México y Estados Unidos en los ochentas. Indios, negros y blancos. Blancos de aquí. Blancos de allá. Blancos españoles y blancos anglosajones. Cruzaron el mar. Tras la gesta de Colón. ¿Quitamos su estatua? ¿La hacemos cañón? Las prioridades bélicas, cuando se presentan, lo arrasan todo. El pensamiento de defensa de una violencia extrema salpica cada familia por igual. Excepto aquellas que con la violencia y la guerra les va mejor. Por industriales o generales. Depende de patriarca. Su rol. Su peso específico. Su aportación.

El futbol y el basketball no son lo mismo. Los que lo ven tampoco. Ambos, el indio y el negro, son dos prejuicios en la mente obtusa de un español patriota que no ha salido de su estrechez mental para identificarlos como a un hermano, vecino, amigo. Él es otra cosa. Será lo que sea. Abrá venido de donde haya sido su tránsito familiar. Pero él, eso, no es. Existe una falta de humanidad en ese cerebro. Y hay que vestirlo. Ayudarlo. Darle confort. El racista hoy día tiene la sensación de que el perseguido es él. Como el hombre ofendido por no poder seguir siendo macho. Y los mensajes se tuercen en la boca de quién no sabe bien el guion dictado por las nuevas generaciones de nuestro partido tradicional. Como una mujer alta de buena familia cántabra, blanca, claro, que triunfa por su excelencia deportiva para saltar más alto que cualquiera en unos juegos olímpicos. Beitia. En su debut político, nos enseñó que el dolor animal, de una mujer o de un hombre es el mismo. La pregunta sería, ¿para quién?

No existe indefención ante la ley en España por llamarle violencia machista a la violencia que sufren las mujeres a manos de hijos de la gran puta que piensan que pueden amedrentar a su conyugue con estilo machista hetero-patriarcal. Los abuelos autoritarios que sacaban la faja para darle, ya no al hijo, sino al nieto. Porque a ellos les tocó peor. Y de alguna manera se enderazan los críos. Alguien les debe marcar la pauta y los límites. ¿Los hacemos autómatas?

De pronto existe la sensación de que no sabemos ni criar niños. No podemos proveer como el padre de familia siempre lo ha hecho en árbol genalógico de nuestra familia en el pueblo. La tradición que carga el hijo mayor, varón, en nuestra estructura familiar católica tradicional. Igual en todo el mundo. Universal al dotar de un relato y una estructura semanal que acaba con el domingo en misa, y los pecados en las cloacas, mientras la casa respira nuevamente la gracia de Dios, que hasta a los pobres da esperanza.

No está mal. Algo tiene ese modelo que funciona. Como a todas las familias que en esa estructura social les ha seguido yendo bien. Los que han sabido mantener su estatus. Los que tienen trabajo. Los jefes de los trabajos. Los hombres y pocas mujeres de los comités de dirección. Los listos. Los enchufados. Los que hacen que este país salga adelante. Los que pagan hacienda: trabajadores y autónomos.

¿Repartimos beneficios o pagamos a Hacienda?

¿En A o en B?

¿Subsistir o morir?


Quizás morir. No lo hemos intentado. De momento, hoy sufrimos. Porque para vivir hay que sufrir. Eso también nos lo enseñó la iglesia con esa  canción que cantan las viejitas pías en las primeras filas de la congregación. 

Los de arriba. Como los grandes de España. Iluminados directamente por la gracia de Dios, y por la de sus apellidos nobiliarios. España lo tiene todo. Arribas y abajos. Izquierdas y derechas. Aquí siempre encontrarás un némersis a tu medida.


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