La frontera entre el bien y el mal

En tiempos del coronavirus cuesa distinguir cuál es el enemigo. O si necesitamos uno. En realidad está siempre presente. La posibilidad del mal. El hecho de poder ser invadidos secretamente por alguien/algo que nos va a hacer daño. Ya sea un virus, biológico, o informático.

La pandemia se ha propagado con la facilidad con la que los virus se diseminan en una población acostumbrada a tener gripe. Pero esto es algo más que una gripe. Este virus nos ha puesto, por primera vez, a todas, patas arriba. Al menos, a tener las patas quietas. Y desde casa, pensamos que podremos salir de esta, siempre con una cierta incertidumbre respecto al futuro, que hoy cuesta más identificar más allá del confinamiento y estado policial que nos protege.

Hemos sido algo más solidarios esta vez. Y también, hemos sido conscientes de que lo que viene ahora no va a ser lo mismo. Yo lo pensaba desde el 2008. Nada podía ser igual. Y me equivoqué. Todo, menos yo, reasumió el curso planteado por el sistema para subsistir. El capitalismo había puesto de nuevo las mismas cartas marcadas sobre la mesa. Y sus súbditos, consumidores, cayeron de nuevo en la trampa de subsistir y seguir proyectando un tren de vida en el que los gastos, los viajes y la apariencia debían retransmitirse en directo.

La era de los influencers fue corta. O quizás nunca más acabará. La posibilidad de manipular a un público joven para ser parte de un juego pirmidal que nos evoca la ilusión del capitalismo: dinero, fama y poder. Teniendo las tres, la atracción de todo aquél que anhela la cima de la gloria está asegurada. No por lo que es en sí, sino tan sólo por su apariencia. Nada más goloso que eso para una juventud que puede intentar encontrarse a sí mismas, o bien, tan sólo jugar este otro juego de imagenes. No está del todo mal, si con ello damos un paso más a la huida de la trivial, sin que ello implique el desprecio de lo sencillo. Se trata de un balance interior complejo que más allá de lo que la sociedad decida que debe ser, uno debe abrirse un camino que nos somete a encontrarnos en el otro, a través de la lectura, de aquellos que consiguieron profundizar el tunes más viejo: publicar un libro literario.

Muchos ven en la publicación de libros de otro tipo la posibilidad de llegar antes. Un libro útil. Un libro para lectores más ávidos al mundo de la empresa. Los libros de los exitosos. Los libros que me explican cómo ser el rey del mambo de mi industria. Libritos sobre el yo que trabaja con un método. Filosofía laboral. Consejos de filósofos de antaño convertidos en píldoras doradas y simples de fácil digestión. La vida nos abruma con tanta historia, así que debemos asimilar conglomerados más baratos de lo que verdaderamente aspirábamos a ser en el mundo natural. El mundo, desde hace tiempo, ya no es natural.

No se vayan a quedar con la idea de que esto es simplemente una crítica al sistema. Puede ser que sea la ocasión perfecta para hacer un alegato a que los resultados del mismo se han visto mermados por un colapso no programable dentro de nuestros planes. Las proyecciones oficiales de los banco nacionales no tenían este escenario previsto. ¿No? ¿El colapso total no está ya dimensionado en sus modelos? Siempre hemos sabido resistir a la hecatombe. Al menos en la ficción. Muy preocupada por este momento. Por la posibilidad de encerrar a todo Dios. Y dejar fuera a los pocos que deben mantener la sangre bombeando por nuestras venas sociales. El mundo simple sigue en marcha. Y desde la distancia, la producción del resto de la industrias parece ponerse las pilas para redefinir una manera de hacer las cosas. Es un buen momento para eso.

Las escuelas se plantean cómo sería la educación a distancia. Lo más «presencialmente» posible. Se abre la vía de la asistencia al salón de clase. ¿Cómo se organiza la dinámica? ¿Cómo se espera que respondan los alumnos? ¿Qué tanto debemos imitar una estructura de control? ¿Qué tanto se puede estar presente en uno y otro momento? ¿En cuántos espacios-temporales podemos estar al mismo tiempo? ¿Cuál de estos modelos nos exprime más? ¿Quién se puede quedar en casa? ¿Quién no tiene casa? ¿Quién se puede mantener a flote sin salir a vender los tacos de canasta del día?

La economía de subsistencia de antes era el huerto. La milpa. Eso nos daba la posiblidad de ser nuestros propios agricultores. Eso tenía algo de lo lógica. La vida del campo nos permitía comer de la tierra que explotábamos. Y era autoconsumo. Lo más ecológico que se puede plantear un hippie actualmente. Ahora no necesariamente hay tierra para todos, porque nos fuimos a las ciudades, en donde se concentra otra cosa, el trabajo. Pero puede ser que las fronteras de los sitios no habitados nos pueda llenar la nevera lo suficiente para vivir y ser felices. Telecreando. Teletrabajando. Y quizás: cultivando el huerto. Estas dos cosas.

Huerto más un poco de trabajo.

Relaciones colectivas a distancia.

Una casa que represente un espacio para estar bien.

La capacidad de cubrir las obligaciones hipotecarias asociadas.

Podemos crear y vender desde nuestro sitio.

¿Somos todos un producto de consumo?

¿Nos vendemos a todos y en todo momento?

La vida es así.

Una venta ambulante.

Lo que ha cambiado es el producto.

Y tu mirada sobre el otro.

Que así sea.

ALLS