El freno de mano

De pronto todo se paró. Y nos quedamos inmóviles pensando que quizás esto podría alterar aquello que nuestro planeta sufría. Como si la pausa por un virus que nos mataba nos iba a dar la posibilidad de luchar conjuntamente contra las lacras que marginan nuestras posibilidades por un mundo más igualitario y justo. Quizás desde la desigualdad nos vemos destinados a perpetuar las diferencias que nos marcan al nacer. O no. Siempre podemos caer un poco más. Y revertir, para mal, el privilegio que nos fue dado. El despedicio de los talentos.

¿Qué habría pasado si Jesús no hubiera hecho caso a su llamado? Un Jesús indolente, todo poderoso, por su mitad sagrada, asumiendose al 99% como humano. Y en esa decisión, deja de lado la responsabilidad que le fue otorgada por la voluntad omnipresente de Dios Padre de reconstituir su reino. Jesús, como hasta entonces, sigue con sus parábolas mentales, y en cambio, no las externaliza. Todavía no es momento. Barrabás sigue en la cárcel. Poncio Pilato tiene cede el poder al siguiente regente romano, y la vida en Judea sigue judía y sin mutar. No hay católicos a los que perseguir. ¿Qué es un católico? Los pescadores Pedro, Judas, blablabla,… siguen con su vida de pecadores. Sus redes siguen trayendo sardinas para las fiestas de San Juan. ¿Quién es Juan? Pablo, sin que Jesús haya mencionado ninguno de los hechos de los apóstoles, comienza a hablar con Dios Padre, directamente, y Dios Padre le cuenta la insubordinación de su hijo, que no ha hecho nada. La impaciencia de Dios Padre es tal que le ofrece el trabajito a Pablo. Y este, actúa en consecuencia. Pablo se convierte, por así decirlo, en el siguiente profeta, pero está vez, es reconocido por San Juan Bautista, que le valida ante las multitudes, para empezar a crear el reino de Dios en la tierra. Se activa el plan B.

Pablo no recluta a los mismos discipulos. De hecho los que estaban a ser llamados por Jesús no tienen el más mínimo interés en las palabras de Pablo. Las escrituras se escribirán sobre otro montaje. Otras parábolas distintas son dictadas por la gracia divina a las redes neuronales de Pablo, que esta vez decide escribirlas él mismo, en unas cartas que envía a otros pueblos. En sus charlas con la muchedumbre saca sus manuscritos y les interpela directamente. Son discursos políticos y fundacionales. Nace la iglesia de Pablo.

La vagancia de Jesús le pasa factura. La revolución que debía provocar, de pronto, está en curso, pero no gracias a él. Su depresión es mayúscula. Su padre, José, no tiene manera de ayudarlo. Y María… pobre. Segura de que le habían anunciado otra cosa, no acaba de ver claro qué será de la vida de su único Hijo. Jesús escribe libretas en las que interpreta los sueños, o más bien pesadillas, que sufre cada noche. Durante cuarenta noches es masacrado por el demonio para pincharlo por su incapacidad para hacerle frente. Lucifer ha ganado la batalla, y tan es así, que ahora se retira a lidiar la batalla que verdaderamente importa: en frente de San Pablo. El apoyo de Dios Padre a Pablo acabó de doblegar la confianza de Jesús en sí mismo.

Una noche en el monte más cercano de se casa, triste y sólo, el viejo Jesús suspiró por última vez: ¿por qué me has abandonado?