Mañana culmino una vuelta más al sol… es hora de comenzar
La vida es sueño y vigilia. Entre estos dos está el equilibrio. Y de alguna manera también el tránsito.
El cuerpo tiene memoria de aquellos eventos traumáticos que vivimos. Y de alguna manera, esta vuelta al sol nos lleva a ese momento maternal que me trajo aquí. Y a todo lo que ello significa. Más allá del óvulo que se hizo grande. Más allá del insignificante espermatozoide que ganó la carrera. Quizás a la vida hay que aprender a darle la vuelta.
La narrativa que me explica está más cercana a lo que tengo a mi alrededor, pero tanto así como lo que ese día, aquellos momentos, aquellos años, entre 1975 y 1976, que acontencieron en la vida de mi familia. La frontera entre existir y comenzar a existir. Una dimensión distinta, ajena a la existencia de los ya presentes, excepto por el sensible medium de una madre. La mía.
Hace tiempo que tengo la percepción de que mis cumpleaños me incomodan. No tanto por cumplirlos, por cerrar ciclos, sino por la centralización en un día de una atención que se abre a la felicitación colectiva de aquellos que me recuerdan, aquellos se presentan de una u otra manera para verbalizar algo tan sencillo como: feliz seas en «tú» día.
La verdad es que me gusta, como a todos, cumplir años. Será por la fiesta. Por la sensación con la crecemos desde pequeños que cuando llega ese día cosas especiales suceden. Y esa atención, ese cariño, nos abraza y hace sentir bien. Y luego se difumina. Y seguimos viviendo.
Pero quizás en el contexto de un mundo interconectado llegará un momento que nuestra pertenencia a una comunidad irá más allá de ese momento en el conectamos. La omnipresencia en las redes me puede llevar a ese punto de inmovilismo. Como los suricatas esperando al león petrificados ante la inminencia de la cacería. Cuando uno es el plato fuerte el festín pierde su brillo.
No es el caso de los cumpleaños. La vibra ahí se produce en una sintonía que admite estar ahí, en esa primera fila de la atención. No hay leones dispuestos a aguarte esa fiesta. Eres simplemente uno más que cumple años. Lo vemos cada día en facebook. Siempre, hoy, es cumpleaños de alguien. Es esta obligación de festejar el día de alguien con una frase que no suene a disco rayado, o a la copia burda de la última felicitación que leíste que te pareció auténtica. Todos somos un copycats.
La identidad pues se ha transformado. Lo que pensábamos que éramos ahora es algo más. Y me angustia tener que serlo… todos los días. Pero cada día cuenta. Y cada día es un regalo. Estar vivo hoy es lo más sutil y magnífico que pueda celebrar a título personal. Tener las personas a las que quiero aquí «cerquita» es también un regalo inmenso. Y los siento cerca. Y a veces me siento ausente. Y a veces me siento solo. Como todos. Como todas.
Si tuviera que elegir un día a partir del cuál renacer, esta vez de una vez por todas, ese día sería mañana. Mañana ya está aquí. No es un truco para tirar el balón hacia delante y ver qué pasa. Es la inevitable confirmación de que estamos frente al marco ante el gol de nuestra vida, y estoy preparado para meterlo.
El futbolarte es así. Ya no tengo apuro de decirlo. Mi camino es el inverso al de Joaquín. Yo voy a regresar al futbol añadiéndole arte, en un momento en el que edadismo prematuro de esta práctica profesional y de este entretenimiento de masas no lo consideraría posible.
A no ser que tú me catapultes.
Hoy es el día previo a la emergencia. Mañana (re)nazco, por fin, Golman.