No soy español, español, español.
No soy español, español, español.
No tengo nada contra ser español. Simplemente no lo soy. Y no pasa nada. Llevo aquí 18 años. Tengo algún derecho. No los mismos. Pero he visto lo que aquí se ha movido. Y el movimiento de los que se volvieron políticos. Lo que aquí pasó. En mi país también sucedió algo similar. Y la cosa se puso seria. Y nosotros tuvimos que romper el bipartidismo. Y lo hicimos. Y gobernamos. Y ahí estamos. Mi país me representa. Y creo que debo decirlo así de claro. Costa Rica es un país pequeño en las antípodas de España. Y no pasa nada. No pasa nada por decirlo. Lo que a Iniesta le parece bien, a mí también. Somos de la misma clase. La clase de los que vienen de afuera. Y los que se hacen de aquí: Ticataluña.
Y yo no pude demostrar con mi futbolarte lo que podía aportar al club. Por eso me fui directo a la gente. A que me votaran. Porque después vedría Valls dirá que era culé. O que París no se cuántos. Y yo no sabré decir qué vine aquí a proponer. O si me iba a quedar callado en la esquina. Viendo lo que pasaba. Como un testigo mudo. Y sin siquera la capacidad de escribir un libro. Ni plantar un árbol. Ni iniciar una empresa.
Pues todo esto se acabó. Ya no más. El pasado quedó ahí. Y yo lo viví. Y fui feliz. También quizás me flipé. Puede ser. Lo admito. Pero lo llevé hasta el límite. Y en límite me deleité. Y ahí esperé el momento. Porque el límite ya había sobrepasado. Y lo dejé caer 99 veces. Y quién me vio en una desas noches tambén lo supo. Y la ciudad me abrió sus brazos. Clandestinos. Somos una sociedad insolente. Es lo único que nos salva de esta otra panda de subnormales. Los serios. El mundo que nos plantearon con su juego. Y hasta aquí llegamos. Otra vez. Cara a cara. Un duelo de western. ¿Dónde iba estar yo? Aquí en medio. Estoy listo. Suena una flauta de Morricone. Disparon antes yo. Mi arma no es una simple pistora. Es un pincel. Disque soy pintor. Y nunca nadie lo ha visto. No obstante, algunos creen. Con eso es suficiente. Otro templo se construye sobre el que aquí nos hemos encontrado. ¿Qué hay más romano que eso? ¿Qué hay más apostólico que eso? ¿Qué hay más ciego que no verlo? Yo fui Jesús en Chimalistac. Ya no me quedan referentes. Mi tata fue a Cuba de trabajo. Conoció a muchos cubanos. Ingenieros de puertos. Chavalos del proyecto. Y con ellos hizo cosas. Como los catalanes. Y su respeto me fue presentado a mí también. Por ser su hijo. Y siempre le agradecí. Quizás no lo suficiente. Pero quizás hoy sea un buen día para recordárselo. Explícitamente. En público. Así. Aquí.
Uno de esos colegas que trabajó con mi tata para el bien de su gobierno local. Por un bien general. Por la creación de las infraestructuras para la mejora estratégica de sus puertos. Y lo contrario: el diseño de las infraestructuras que resultaron estratégicas para nuestro futuro. El melón es este. Este es nuestro momento. Los Elizondo se convitieron en un agente político dentro de nuestra nación de naciones. Por lo que Elizondo le dió a la ONU, y lo que los Elizondo tomamos de las naciones unidas. Una. Mi tata trabajó en las Naciones Unidas. El simbolismo de dicha metáfora no puede ser desperdiciada así como así. Por lo tanto, como hijo de funcionario de las Naciones Unidas, y durantes años poseedor de un pasarpote Laissez Passer, o como se escriba esa chingadera, la referencia de un apátrida en movimiento ya es parte de mi fractura social. Luego me quedó ser de dónde era. Pero también me tocó salir de ahí. Irme a ver qué más había en el viejo continente. Porque de Asia ya tenía mi lección. Y sólo me quedaba África. Y Oceanía, pues… pero seamos serios. Volvamos al punto. Europa está a punto de recibirme como uno de los suyos. Entiéndanme esto por favor. Un insolente no se puede plantar ante la oportunidad de cagarse en la puta madre de los anfitriones que tan amablemente le han ofrecido la nacionalidad que ahora está disputo a jurar: la española.
¿Y la europea?
La cuarta película en Cannes: la española.
La quinta: la europea.
La sexta: ¡Cómeme los huevos, Maldini!
La séptima: En siete días nunca se creó nada.
La octava: Los feedbackloopers toman Berlin.
La novena: Golman ficha por Guardiola.
Otro amigo en nómina. El valor de la amistad. ¿Quién me paga? ¿A quién le pago?
Hace tiempo que no cobraba nada. Mi cruz fue caer del sistema y no conseguir volver a montarme al tren rápido que no paraba en ninguna estación. Mi llanto es una poesía que un poeta alarga. Y la transforma en una vergüenza para los suyos, que la ningunean: prosa es, dicen. Y no contentos salen a la calla a manisfestarse contra ella. Malditos. Inhundan las redes sociales con mensajes con injurias. Me dicen nueve maneras nuevas de morir. Y se quedan tan anchos. Como si el mundo así fuera mejor.
Mientras el mundo no sea mejor, no descansaré. Tampoco me parece que debamos ceder ante la trampa. Nos hacen creer que no hay elección. Que el miedo a que nos hundamos más nos hace votar idiotas como Bolsonaro y Trump. ¡Cómeme los huevos, Maldini!
Esto aquí se va a desmembrar. Quizás España no sea ni grande ni única. Quizás tantas Españas son la evidencia de ello. Y quizás entonces yo pueda tener un sitio en esa nación, ya transformada. Me remito a encontrar al menos un rincón minúsculo en la periferia. Un entendimiento en una de las lenguas menores ninguneadas. Una película entera en otra lengua que no concuerde con la megalengua que dominamos. Por el hecho de hacer ver que nos importa lo que viene de la marginalidad de las fronteras. Como si un discurso de un recién llegado pueda trasncender y de la nada encontrar el punto de la emergencia colectiva. Como si fuera un mesías en un botón que basta con apretar. Apriete entonces.