Day uno

Golman

To begin again

Life is cycle. We all know that as long as we wake up in a new day.

Early morning. I get to work with my words. It’s the first process of this new era. A creative piece to spur the ignition of a new enterprise. Like a new day.

I’ve experience this before. Every year, when you are a child, you get to go back to school after the summer holiday has transformed your life forever. It’s always the same. It’s always a little different.

The struggle is continuos. And goes on from whenever you have conscience of yourself within the realm of vastness. Now we have a new telescope to bring us into a new dimension of ourselves. Turns out time traveling is happening as we take a look at the past that’s it’s sending their signals, light, and other kinds of waves, through space. And time. At the mean time what we see is not what we get. What there is has moved in the opposite direction from ourselves and has evolved somehow from the picture we’ve just seen.

Continuos learning is what life is. We are not taught this in school, but somehow, we are expected to keep applying what we were taugh as little kids: be curious; it never ends. And the exploring begins right away. You think you are going to come up with answers, and a new abiss opens up at your feet. You go down the hole.

The fall is a great metaphor. We all fall. All the time. And learn to get back up. And keep the movement. Keep the self-respect. Act as if it’s what’s been meant to happen. No one else fell at the time, but we all fall all the time. Be empathic. Especially with yourself. But don’t stop there. Share you empathy. It’s the humbling exercise of unrewarded care: love.

I once tried to force languages into mearging. Like a literary clash of two galaxies. Something innevitable, but that has no real consequences on the life you or I live. It’s a game of words, like the space between the planets of the merging galaxies. Some trajectories will be shifted. Some adaptation will go on. Life is spinning in different dimentions. We are only able to graps a few of them. Yet the other ones are there. Right here. But we can’t fully grasp them.

It doesn’t matter. We’ll go on. Life will. And we too. As this pace we’ve managed to create art to keep ourselves at our finnest hour. The tension from the activity that holds our societies together, as if they were part of linage of just one history. Our own. And somehow intertwinning with the secondary histories. As diversity clashes into the neural galaxies of any given state of nature. That one outcome pefectly fitting that time-space singularity. And the sum of all other possibilities, in a multiverse of circumstances that align with the quantum delivery of our complexity.

Is it literature or science? Should it be one or the other? It’s just words. Unos and zeros.

Uno.

La cabeza olmeca de Golman vuelve a ver al cero. Son ojitos.

ALLS

Diego recordando New Barcino

Yo conocí a Diego en el 86 en mi club de fútbol: América.

Yo jugué en el América. Era uno más con un sueño: jugar al fútbol. Es el juego en sí. Es jugar y ganar. Y esforzarse por ganar. Competir cada momento. Lo que da tener esa sensación. El poder de ganar. Vencer. La noción colectiva de superar la contienda CONTRA un rival. Un rival deportivo. Y entender la metáfora de la plenitud y de la decepción. Absolutas. Lo que el deporte provee es una experiencia de juego aumentada. Pero jugar es una cosa. Verlo, otra.

Seguir deportes es un producto de consumo. Es entretenimiento para sentir la noción de pertenencia a una comunidad. Sentir lo mismo por unos «colores». Los valores de un club. Lo que sea que esa comunidad es en sí misma. Como representantes de algo: un barrio. Como la Unió Atlètica d’Horta: el club de mi barrio que hoy comienza festejar su primer domingo en centenario. Una institución de una manera de entendernos comunidad.

El futbol en un momento dado superó a la religión. No se sabe muy bien en qué momento. Pero fue durante nuestra vida. De la que algunos de nosotros tenemos consciencia. Cada vez menos. Nuestra generación se irá yendo poco a poco. Nuestra manera de pensar quedará superada por las nuevas maneras de pensar. Todo va pasando así. Y debemos asumir que un día nos iremos. Desapareceremos. Por eso la sensación de que todos nos fuimos es la mejor virtud de «Don’t look up!», porque todos nos vamos a ir. ¿Cierto?

No es que lo dude. Quiero hacer de mi literatura un lugar común que todos podamos entender. Algo facilito. Digerible. Que lo lean bien todas las generaciones de lectores. Y los no lectores que les den por culo.

No es violencia contra la clase obrera. No se equivoquen. Es simplemente asumir las antípodas de quienes son gilopollas. Si no lees te quedas gilipollas. Si no lees suficiente. Más allá de la prensa. Te voy a revelar un secreto: no basta. Lee más. Si puede ser más de un libro. Y también si puede ser de estas nueve editoriales:

  1. Sexto Piso.
  2. Anagrama.
  3. Adelphi.
  4. Gallimard.
  5. Tusquets.
  6. Acantilado.
  7. Traficantes de sueños.
  8. Seix Barral.
  9. Siruela.

Un statement como lector mamón. A la verga. Como si te hubieras leido 99 libros de cada uno. O al menos los hubieras adquirido. Para leerlos. En un futuro. Y hacer de esa lectura tu patrimonio cultural familiar. Y también colectivo. Toda lectura suma exponencialmente una bondad sobre la creación compleja de un antídoto social a la incertidumbre de todo lo que nos aqueja. Vernos reflejados en las vidas de esas historias que se desvelan ante nuestra experiencia lectora. El espejo de los demás. Ahí: no estamos solos.

No es una apariencia. La conexión que mantenemos con las personas que amamos nos hacen estar activos. Y dar respuesta a lo que nos acontece. Sin el miedo a errar. Por la situación que sostiene nuestro prestigio social. Saber que formamos parte de la sociedad que se sana a sí misma. Con un acto colectivo de renacer. Como quién empieza a ser un cambio en su vida. To be or not to be. Ser o estar o no se ser ni estar. No estar es una opción que no hay que descartar: considerarla no implica un acto de debilidad. Es un razonamiento común que todos debemos tener. No seguir viviendo por nuestra propia acción contra nuestra vida. Sobre nuestro palpitar. Un acto consciente de finalización. La desesperación de querer dormir más. Dormir todo lo cura. Y nos lleva otra vez al nido de nuestro incosciente: el control.

Dormir es la prioridad. Alimentar el organismo para saborear el día y vivir en paz con la comunidad inmediata y local en la que vivimos, y en sosiego existencial con la comunión que congregamos en la red plena de gloria: ALLS.


Yo en realidad vine aquí a hablar de Diego.

Ya no de mi historia con Diego, que no tiene la más mínima importancia frente a lo que luego vivimos con Diego en el campo. La noción mundial completa de lo que somos como una especie unida a un concepto glorioso compartido nos lo regaló Diego Armando Maradona en el partido de Argentina contra Inglaterra. Por todas sus aristas. De ahí venimos a parar al resto de la historia. No se equivoquen. No es más importante la caída del muro de Berlin que el gol de Maradona con la mano. Por decir el menor de los momentos. Por no hacer de esto un acribillar al contrincante. El ensañamiento nunca puede ser una bondad generosa y pura.

No nos confundamos con los elementos belicistas de aquello que se malinterpreta del futbol con tanta facilidad: la violencia en sí. La apropiación de la extrema derecha de la violencia contra el rival social: los aficionados de equipos «rivales». Llevar a la calle la competencia deportiva es perder la razón y chocar de frente con lo que nos corroe como sociedad. La voluntad de una lucha contra alguien. La personificación del enemigo como una circunstancia misma de lo que vemos en las ficciones y las historias que nos meten en los sitios en los que nos las ponen en el aparador. Como consumidores queremos saber historias que nos transformen. Aquellas que nos acompañen en nuestro ciclo vital. Y vivir esta experiencia con los colegas. Las personas con las que reímos. Aquellas con las que compartimos la biografía de ser amigas. Amigues. Como queramos expresarnos a partir de nuevos consensos de cómo nos vamos a entender. Lo bueno y lo malo de las pelis más el resultado de las competiciones profesionales, o los torneos de poker en la tele, forrarse con lucir los placeres de la vida idílica de una niña blanca guapa. O de un rico, sin importar el género. Pero la cosa está ahí. Y cualquiera, ellas primero, tienen acceso a ese juego. Y lo juegan. Y el sistema se convierte en voyeur. Y construimos un esquema social que se expresa en las redes sociales. A las que optamos entrar libremente. Y pasar un tiempo ahí. Haciendo cosas. Como los catalanes.

Esta historia va de algo más que catalanes. Ser un poco más que lo que se espera de uno mismo, a nivel individual y colectivo, es algo que aprendí en Barcelona. Por eso mismo no creo que se lo tome a mal que la altere una vez más. Como ya lo han hecho antes tantos otros. Latinoamericanos sobre todo. Pero no exclusivamente. También Bruce Springteen, sin siquiera entender sus canciones. Por puro feeling. Como Carlinhos Brown.

Yo soy un Bolaño más menos leído. Y con peor prosa. Con menos esmero por esforzarme de gustarle a la clase editorial local. 99 personajes irrepetibles con los que te topas en todos los rincones de la ciudad. Los maestros que nos nutren de lecturas con el oficio más célebre del planeta: llevar historias al papel, y nosotros respondiendo al llamado con la práctica de la lectura recreativa. Lo que complementa nuestra vida. Cualquiera que haya sido nuestra elección. Vivir es hacer lo que se puede.

Yo no vine aquí a hablar de mi libro. No tengo. He querido escribir otras cosas. Nuevos formatos. Otras historias. En claves distintas a la que se plantean en lo que normalmente llega a las editoriales. Manuscritos de gente que nadie conoce y que no va a leer nadie. Hay que llegar por otras vías. Con otras referencias. Si no tienes ni agente, chiquito. Así no vas a ningún lado. Es el tipo de frase que no he querido escuchar. Y por eso he evitado llegar ahí con mis miserables historias mal escritas. Repletas de errores gramaticales que desnudan la impostura de todo aquello escrito con mala leche. Mi literatura no existe. Ni puede existir en la mesa de un editor que no me resuelve la existencia. Alguien que me acompañe para facilitar mi relación con mis lectores y lectoras. Alguien que me lleve por el mundo para promocionar las traducciones de mis piezas. Algo más que tan sólo libros. Eso que tienen las 99 versiones de formatos posibles, o listas útiles, de capítulos en el libro, o de cifras en la factura, o de segundos hasta el final, o estados de la naturaleza, o personas a las que escuchar, o placeres que satisfacer, o países a los que asistir.

La gira de un autor que lo leen en muchos sitios nos lleva a un éxodo voluntario de personajes que escriben y gente que les lee. Una noción de comunidad que se transforma en pequeños actos de convivencia en cada presentación de un libro. La tarea más noble del planeta es traer a estas personas con opiniones propias a las ciudades y pueblos en los que vivimos. La cultura está en la mezcla de sectores a los que entregamos la cultura y la atención del plan común al que podríamos jugar.

El juego y la lectura se dan la mano cuando también podemos agregar la acción del trabajo colaborativo al que podríamos destinar una parte de nuestro tiempo. ¿A qué cosa común cedemos parte de nuestro ingenio? Le damos tiempo a crear cosas que cambien la sociedad más allá de leer y escribir historias para mantener a la gente entretenida con una trama bien pensada. Quizás podríamos asumir esas lecciones de múltiples interacciones y circunstancias válidas a las que prestamos nuestras construcciones mentales. Pero si además de ir a esas historias comunes hacemos un último salte de fe hacia un camino común de lo que nos podríamos plantear en un plano colaborativo mejor estructurado. O mejor aún, que no requiriera nada. Nada de quién no quiera dar nada más. Pero que permitiera que lo que podemos y queremos dar unos cuántos sea suficiente para propiciar un deseo común innegable: el bienestar general de todas las personas convivientes de esta humanidad. 24/7. Menos los que se van. Que nos acompañan en la parte espiritual por siempre. Y a dónde iremos a parar nosotras también.

El tiempo tiene dos direcciones. Del pasado podemos rescatar la historia. Pero si rescatamos además la literatura, tenemos algo mucho más poderoso: el testimonio de lo que se creo para dar algo más que un plan. Una perpetuidad de forma que haga transcender una palabras al tiempo. No importa cuando sean leídas. Estar ahí como un maldición de Job. Una sensación de persistir en el tiempo por las historias que compartimos de lo que vivimos. De cómo nos dimos a la tarea de crear multiversos ejemplares. Como si pudiéramos recuperar a Cervantes, no por su ficción, sino por su obsesión de producirlos atemporales. Ligados a una experiencia de nuestra humanidad compartida, que nos pone frente al espejo de lo que debían leer, en aquél entonces, los que se iban lejos a forjar su historia con el porvenir. Esas historias caballerescas como reflejo de cómo se relató la conquista para que se viera en los puebos de España en las películas que reflejan nuestra historia oficial. No cuestionar la historia oficial es todavía un acto de inmadurez de la que no se salvan ni los ticos. Podríamos darnos a la labor de bajar del pedestal en el que tenemos el relato que nos hemos contado del éxito de nuestro espíritu nacional. Cualquiera que este sea.

Nótese que no pretendo dejar títere con cabeza. Quizás sea la única decapitación que me parecería normal hacer uso. Conjugar es verbo decapitar en primera persona es pecado. Seguro: me dijo tatica Dios.

Los ticos tenemos relación directa con tatica Dios.

Tatica Diosa no existe. Pero aquí le damos bola.

Por creer podríamos creer en una cosa nueva. Algo que retroalimente la tradición de nuestras creencias. Por buscar acarrear todas las buenas costumbres locales. Y no asumir una especie de naturaleza superior al resto de las narrativas religiosas presentes. Por qué una nueva manera de pensar en el bien común no podría tomar inclusive unos tintes de un palpitar sagrado resignificado. Una creencia nueva, quizás utilizando un fenómeno con el que la gente pueda asociar un ser no asociable a nada anterior, pero igualmente predicible para la increíble historia que se cuenta de ahora en adelante. Dicha historia es la que nos vamos a contar ahora cada 25 de diciembre. A partir de un enlace generacional hacia una narrativa colectiva superior. Algo que venga contrastado por el entender colectivo en el directo. La interacción de la masa social en la transformación espontánea del momento tiempo-espacial actual. Algo que se relata y se eleva a la noción máxima del palpitar unísono de un espíritu humano que se abre y se cierra a un flujo infinito de aspirar y expulsar aire a nuestro sistema conectado biosocial.


El texto se entrometió y se fue por un curso de pensamiento ajeno a la voluntad inicial del capítulo presente. Este tipo de comportamiento errático puede llevara la literatura a cualquier sitio inexplorado del multiverso. Y no pasa nada. Se trata de la ilusión compartida de un ser libre. No de una versión mediante la cual nuestro datos puedan coexistir con los datos del resto de la sociedad. Esta es la parte más profunda de la red social a la que os quiero invitar a co-crear. Yo estoy en ello. Lo he estado de hace tiempo. Pero no es una tarea fácil cuando lo que quieres es crear una sociedad alternativa disruptiva.

La única innovación que me interesa es la disruptiva. Y con ello pretendo decir que me interesa el movimiento por el cuál nos hacemos útiles a una nueva prescripción social del programa a seguir. Una especie de juego que demuestre que nuestra acción coordinada a partir de una armonía básica delimitada, nos puede dejar las suficientes pistas para que los resultados de la transformación del sistema se más holístico. Esto puede sonar a una pollardada, y es porque lo es. Pero uno mismo puede permitirse el lujo de decir pollardadas si con ellas se puede ampliar el margen de oportunidad que se genera cuando emergen nuevos estados de la naturaleza como las nuevas islas Riley en Inside Out. Son esos mismos temas, y cómo los ligamos a una crónica más gentil de lo que se la propia historia americana blanca define más allá del sur del Río Grande.


Más allá de México hay otra nación por venir. Ya está aquí. Es testigo de una violencia incapaz de ofrecer lo que podríamos aspirar. La vida a la que tenemos la oportunidad de recalibrar las claves de nuestra sociedad. Por lo que México podría ser siendo otra cosa. Por dejarlo todo detrás. Renunciar a lo que nos hace ser quiénes somos. Por más que nos hayamos acomodado a lo que tenemos. Por el placer de revertir en un sitio más acomodado a lo que nos compensa. Por cómo somos aquí. Qué es otra cosa. Otra cosa viva que nos representa como expresión propia de una manera de ser. En continua contradicción por la transversalidad de las violencias con las que hemos persistido, a pesar del estímulo heteropatriarcal que se hizo pendejo con los varoncitos desbocados del ejercicio de poder. En eso somos igual que los gringos. Le aprendimos de ellos. Nos comimos sus historias. Las nuestras tenían otra cosmogonía. Y no sólo era la guerra y la sabiduría popular. Los pueblos resentidos con los mexicas. Más allá de la supervivencia. O entendernos como un mismo pueblo. La irrupción de una manera de pensar que arrasa con todo como la superposición de visión española de lo que debíamos ser en ese valle central entre el Popocateptl, El Iztaccihuatl y el Ajusco.

Esta historia va de montes, montañas y valles. De playas, mares y olas. De vegetación virgen por la que nos abrimos paso por una jungla. La tentación de haber llegado a un sitio que nunca en vuestras putas vidas habías visto. La sensación de estar llegando a un nuevo mundo. Eso es lo que os encontrastéis cuando vuestros antepasados visitaron por primera vez las tierras en las que años después mis antepasados reconquistaron su libertad, independizándose. Una afiliación de construcción nacional previo a la construcción histórica de lo que somos nosotros como ticos.



Ese año yo le conocí en persona. Y el cambió la historia. Mi conjura fue, como la de todo pibe, hacer lo mismo que Él. Toparme con la Inglanterra de cuartos y meter las dos oportunidades que tenés. Por hacerte presente en un partido. Un mundial requiere de momentos de sus seleccionados. Hay que jugar siete partidos. Diego los jugó. Enormemente. Y esa preparación fue distinta esa vez. El proceso colectivo se hizo más profesionalmente. Más mentalizados. Y con una sede inmejorable: Coapa. Mi club de fútbol. El América.

Hoy día, en mi posición, Diego habría vuelto a la selección. Por ofrecerse. Por llevar a nuestra sele a la cima de un sueño imposibe: que Costa Rica gane un mundial. Si lo dijera Steve Jobs estaría medio país orgasmado. Un deap fake. Es lo único que necesito. Y tras eso, una resolución de año nuevo que presento como futbolartista ante mi propio país: conciudadanos de un nuevo país tropical que se funda sobre la base sólida del pequeño país más autosuficiente y resiliente del planeta: Costa Rica. ¿Estaríamos dispuestos a abandonar lo que somos por asumir colectivamente el liderazgo de una visión colectiva más amplia que llevara el nombre de un movimiento social de transformación Tico Commons? Esa es la propuesta que como un candidato extemporáneo pone sobre la mesa. Ya no sólo para mis compatriotas, que como yo, tienen derecho a voto. Sino al resto de los compas de otros sitios. Los que no tienen derecho a voto. Por abrir la comunión de nuestra propuesta disruptiva para un procomún nuevo: Ticataluña.

Costa Rica representado por la manera en la que se nos conoce: ticos. Tica. Costarricense; mujer. Hacemos la transformación hacia ellas. Y afirmamos nuestra feminidad. Como feministas en el tránsito hacia una igualdad de facto. En el contexto en el que reformulamos la manera en la que somos parte de la violencia que ejercemos sin darnos cuenta. Cataluña se ve dentro de Ticataluña. Esa noción de fundirse con otra cultura de manera respetuosa y diversa. ¿Estamos los ticatalanes dispuestos a asumirnos al menos momentáneamente con las tesis de las antípodas de nuestras posturas? ¿Seríamos capaces de sobrevivir a un estado de la naturaleza iterando entre nuestro bienestar pleno y la mierda de asunción del sistema actual en el que subsistimos sin resolver el problema general de compartido como sociedad?