Estar listo para salir

Hoy soñe todo lo que tenía que soñar. Lo vi claramente. Sentí la necesidad de levantarme para trazar los designios mágicos de mi sueño, que resultaban ser todo lo realistas que uno requiere para ordenar aquellas ideas que desde el subconsciente propagamos para el performance más sublime al que asistimos cada noche. Si los sueños sueños son, este en particular me mostraba una serie de personajes lógicamente constituidos en los discursos que nos pertenecen de cara al despertar definitivo de la humanidad.

Suena demasiado pomposo. Quizás de una ambición que una realidad social no se puede permitir. Por tener demasiadas intencionalidades superiores. Y por no ser lo concretas que deben ser para un público incrédulo en que podremos superar la situación en la que nos encontramos. Visto lo visto. El pesimismo gana al optimismo onírico. Las palabras no sirven para dibujar las imágenes que me proporcionaban tal certeza al momento de dormir. De ahí que los sueños se escapen sin remedio.

Para salir a la luz pública y desvelar un discurso emergente que de aliento al personal hay que tener una serie de herramientas básicas. Eso era parte del mensaje de las personas que estábamos presentes. Roger estaba ahí. Y su discurso era este. Había feministas que establecían sus límites ante la parte heteropatriarcal de nuestro discurso, que no obstante, defendíamos en pro de los objetivos globales en los que se sustenta el feminismo. La igualdad en un nuevo contexto en el que todo es diferente a lo anterior. Esto, sin duda, es un buen punto por el que empezar.

El feminismo como piedra angular de cualquier cambio resulta un buen lugar desde dónde partir. Como lo podría ser el colonialismo. Y si unes los dos, quizás entonces el punto desde el cual haya que partir sería la estatua de Colón en Barcelona. No por nada. Por estar ahí. Por el simbolismo de su construcción, hace unos cien años, y lo que hoy implican, y lo que en su día fue, el navegante, el innovador, el soñador, el súbdito. El reino no era grande y uno en aquél entonces. Eran dos reinos. Y dos coronas. La dualidad que finalmente unificó, en el futuro, la integridad en un TODO, que será determinante en la mente de muchos españoles generaciones por venir. Pero no tanto en otros españoles. De ahí que no importe el punto en el que nos paremos hoy día, la discrepancia sobre los símbolos y las circunstancias de los corridos de nuestras historias, es tan sólo un espejo sobre el cual reflejar nuestra perspectiva actual, en un contexto de cambio continuo, en el que tras es suspiro del sabio (o la sabia) nos vemos reflejados en la imagen distorcinada del agua. De pronto, no sabamos si somos Zimba, Mufasa o Narciso.

Lo cierto es que nos enamoramos de nosotros mismos. Las palabras que nos contamos intentan darnos la seguridad de que estamos en lo correcto. Formamos parte del equipo ganador. Del equipo que sostiene la razón histórica como estandarte. El blasón de nuestros pueblos. La unión de las luchar por nuestras libertades. La sangre de los nuestros. La conquista ante los némesis del pasado. Toda la retórica de las naciones se contruye en parte de las leyendas oficiales que ensanchan, por instantes, lo ancho de nuestro pecho. Como aquellos pechos al aire frente a la estatua de Colón. Senos varoniles henchidos, pezones firmes y glorisos, las manos en posición perfectamente recta, con ligeros roces con los machos alfas de al lado, en esa expresión tan nuestra de nuestra voluntad de gustar al macho ibérico. Al más fuerte. Al más galán. Al más viril. Oh, hombre español. Eso suspiró Dios Padre al crear al primer hombre español de la historia. Porque Dios y la historia de España están escritas con la misma pluma. El acento español de Dios Padre es incontestable. No hay debate alguno frente a cualqueir otro pseudocatálico que ose sospechar que dicha verdad sea sagrada, única e irrevocable. Hasta el Papa Francisco podría corroborar que Dios Padre habla español, pero no cualquiera, el del centro de España, en donde lo español se convierte en águila patria, en un vuelo sagrado sobre la tierra que tus subditos poblamos, oh Dios Español.

España sobre los hombros de Buñuel. España en el exilio. El exilio de un rey. El exilio de un republicano. El exilio de un navengante. El exilio de la mitad del pueblo. El exilio de los ancianos. El exilio de los dementes. Exilio de los iguales. El exilio de los distintos.

No hay salida. La dualidad nos aboca al campo de batalla. Hay algo iniciático en el encuentro de dos culturas que nos pone en una situación de ventaja/desventaja. La competición prevalece en el sentimiento de que el más fuerte sobrevivirá. Y ganará. Frente al cadaver del enemigo. Por la propia superviviencia: muerte. Esta metáfora nos es, de alguna manera, natural. Pensamos que las cosas son así. Porque en algún punto de nuestra historia nos creimos esta historia. Nos la vendieron bien, y la asumimos en todas sus dimensiones. Socialmente estamos condicionados a pensar de esta manera, para temer al rival, y estar preparados para la defensa. El ataque es inminente. Espera, mejor ataquemos nosotros. El léxico lo indica. Somos bélicos por la naturaleza que asumimos como imperativa. Por una orden.

Atención: firmes ya.

Descansen: ya.

Reinicien: ya.

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