Se abre paso durante la pandemia un pensamiento de ilusión en el futuro reconquistado. Se abre una puerta nueva que nos lleva al paraiso. Por fin hemos llegado a la Arcadia. Le Bon Savage. Otor mundo. El mundo NEW.
No se por qué todavía no había leído a Cortazar. Estoy leyendo Rayuela, de aquella manera particular. Y también, al mismo tiempo, estoy leyendo 1984 de Orwell. Y por primera vez me atrevo a incarle el diente a Thomas Pynchon. La lectura que uno necesita para crear lo que las lecturas provocan. Más letras. Más discursos. Más poesías. Otras narrativas.
Me encuentro en el capítulo 71 de Rayuela en el que Cortazar, o el narrador, no lo se, quizá Morelli, se pregunta desde su sitio en el mundo, en París, con su argentinidad que se arrastra a otra centralidad, para desde ahí reconocerse, y poner lo más alto de su pensamiento en ese aliento de creación que nace al escribir. De pronto, yo, lector, conecto con la búsqueda personal atemporal con la que llevo años lidiando, como una quimera que se empeña en aniquilarme, por su obsesión maldita por crear un mundo nuevo.
Ya lo cree alguna vez. Al menos sus fronteras. Su esqueleto. Es ese mundo NEW. NEW como bandera de algo nuevo, que se suma a lo que antes era, y que de pronto nos damos cuenta, de poder asumir esta nueva concepción de las cosas. Con un simple gesto de sumisión nominal: otro nombre. La concatenación de NEW con lo anterior.
Podría pensarse que es una especie de Newspeak. Y eso no es del todo bueno ni malo. Cuando leemos 1984 corremos el riesgo de pretender entender lo contrario a lo que el autor hacía referencia en su distopia. Igual pretendemos ser parte del problema, y no de la solución. El lado oscuro se apodera de nosotros y entendemos todo al revés. No nos olvidemos que hay personas que lo entienden así. Sin tapujos. Los fascistas que no se avergüenzan de su postura, porque creen, a ciencia cierta, que esa es su Arcadia deseada. Y nadie los saca de su error. Adoran las armas, y mantienen el control. Se juntan entre ellos. Al sonoro rugir del cañón.
Más de una épica nacional está diseñada en el ideal de cortar las cabezas del adversario. El planteamiento histórico de España como conquistadora de un nuevo mundo, que acercó a la modernidad a uno que ya estaba ahí, y que vio truncada su progresión. Esa cultura quedó sepultada bajo la arquitectura de los nuevos dioses. Y los antiguos, estóicos, se quedaron en el submundo asumiendo los mismos roles que ya existían en esos planos existenciales en esas tierras sagradas. Y se mutó el mito. Se utilizó el arte para asimilar la creencia de un mismo Dios que ahora tenía otra historia que narrar. Pero que se hermanaba con el pasado. Con la montaña sagrada. Ese mismo cuento alrevés es el que propongo ahora asumir de vuelta a otro sitio que no sea este. Por movernos de esta postura particular en el espacio. Este status quo cansado y enfermo, que se va poco a poco por el vacio existencial de quién en nombre de todos se asume como la única verdad: el único camino.
Todo tiene riesgo. También lo tiene no hacer nada. Seguir navegando por la vida como si esta fuera a llevarnos a buen puerto, fuere este el que fuere. Y quizás sería suficiente. Lo fue para Colón y su tripulación. No importa que España, su corona, o sus coronas, hayan apostado por un ideal estratégico inexistente. Su osadía, en aquél momento, fue creerle a un loco con la convicción de que podría llegar a una puerta nueva. La búsqueda de esta puerta nueva es el camino, aunque no sepamos lo que hay detrás. Cómo se actúa tras abrir la puerta, ya es harina de otro costal. Mientras tanto, alerta.
La puerta NEW.
«Hay quizá una salida, pero esa salida debería ser una entrada. Hay quizá un reino milenario, pero no es escapando de una carga enemiga que se toma por asalto una fortaleza. Hasta ahora este siglo se escapa de montones de cosas, busca las puertas y a veces las desfonda. Lo que ocurre después no se sabe, algunos habrán alcanzado a ver y han perecido, borrados instantáneamente por el gran olvido negro, otros se han conformado con el escape chico, la casita en las afueras, la especialización literaria o científica, el turismo. Se planifican los escapes, se los tecnologiza, se los arma con el Modulor o con la Regla de Nylon. Hay imbéciles que siguen creyendo que la borrachera puede ser un método, o la mescalina o la homosexualidad, cualquier cosa magnífica o inane en sí pero estúpidamente exaltada a sistema, a llave de reino. Puede ser que haya otro mundo dentro de éste, pero no lo encontraremos recortando su silueta en el tumulto fabuloso de los días y las vidas, no lo encontraremos ni en la atrofia ni en la hipertrofia. Ese mundo no existe, hay que crearlo como el fénix.»
Julio Cortazar, Rayuela.