La montaña

Hoy volveremos a la montaña. Ahí vivimos. En las cuestas del Carmelo. Pero más arriba siempre hay algo. Algo más sagrado. Algo más puro. Algo más silvestre. Es ahí a dónde volveremos hoy, con el paso firme de quién asciende sin temor a los límites accesibles. La cima de uno mismo. El pico de la montaña.

El parque natural. La expresión de un espacio público que pertenece al porvenir. No a nosotros, que tenemos acceso a él. Sino a cualquiera. Hoy y mañana. Con la responsabilidad de quién cuida de lo que es de aquí, de la tierra viva que yace sobre nuestros pasos; esa frágil relación simbiótica que damos con cada paso. Caminar cuesta arriba toma una cierta determinación. Un día, quizás ya no nos den las piernas. Pero mientras tanto debemos saber cómo tirarnos al monte. Al pie de la revolución. Una vez más, ante una lucha social que parece no tener fin.

La ciudad, el mar y la montaña. Parece que este valle coexiste toda la creación. Aquí, reunidas todas, nos embarcamos a una propuesta de futuro que ya no incluye todo lo que pretendíamos ser. Hemos de cambiar, nos dicen. Pero ahora, sin miedos, nos lo decimos a nosotras mismas: tengo que cambiar. Y este cambio reside la madurez de un pueblo que se define, una vez más, a partir del porvenir. No hace falta nada más, porque quizás todo lo que anhelamos lo tengas aquí, o bien, en la ciudad, o bien en el mar, o bien en la montaña. Espacios simbólicos y mutables, así como eternos e infinitos. Por más que queramos no podemos reducir su valor, ni tampoco exagerar su dinastía.

Somos un espíritu libre y completo a falta de una última excursión. No queda más que asumir este nuevo día de la manera en la que Sísifo encara su digna rutina, sabedores de que él éxito nos lo encontraremos en el camino. Si alguna vez llegamos a la cima y vemos el porvenir a la cara recordarle que estamos pendientes de, un día más, asumir el porvenir de la consciencia colectiva de un pueblo nuevo pleno.

Y repetimos: ALLS.

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