Un nueve es zen: persiste tenaz a rematar la próxima oportunidad.
La cabeza es el principal herramienta de nuestra estrategia en cualquier juego en el que nos dispongamos a jugar. Si tienes cabeza, el juego se vuelve más interesante. El que sea. Pero el interés está en delimitar los límites de la acción; las reglas del juego. Desde esta posición se interpreta el juego con las premisas que nuestra cabeza nos permite clarificar en función de tres o cuatro ejes principales. A partir de ahí se trata de calibrar los atributos de las cabezas de nuestros aliados y de nuestros contrincantes. La vida es juego, y nosotros vamos a ganarlo.
La mentalidad competitiva del juego no es fruto del capitalismo. La mutación en retórica de guerra lo es. Así como la transformación industrial de un juego hasta convertirse en el mercado aspiracional más potente de nuestra ilusión colectiva: llegar a ser deportista profesional.
La élite nos obsesiona. Queremos hacer ver que somos parte de ella. Sin alcanzamos la cima, entonces veremos todo desde otra perspectiva. Habremos ganado la vida. Y nos sentiremos, por fin, realizados.
Esto no es una trampa. Es así. No obstante, no es una ilusión que perdure por sí misma. Es la sensación puntual de felicidad. Pero con toda su intensidad. Sin que esta garantice la vida eterna en ese estado en particular.
Nadie pertenece a la cima de la pirámide. Pero la pirámide permite un tránsito transformacional que requiere un esfuerzo significativo: subir 99 escaleras. A cada escalón, nuestra existencia se acerca a la posibilidad de visualizar el valle desde otra perspectiva. Desde ahí, el control sobre la situación de nuestro entorno, de nuestra comunidad, se percibe como una singularidad incomparable que activa todos nuestros sentidos.
La escala de nuestro perspectiva se desplaza al horizonte. Y más allá del mar. O detrás de la montaña; tierra adentro. Los límites físicos: frontera. Desde aquí nos acatamos del territorio, así como del despliegue de fuerzas necesarios para alcanzar la próxima cima, de camino al límite del caos.
Mutamos en cada paso que damos. Recuperamos la perspectiva al alcanzar otro máximo local. Y desde ahí, abastecemos nuestro cuerpo con la ilusión certera de plenitud, y la subjetividad que contempla un horizonte ligeramente desplazado.
El ímpetu en movimiento. La conexión con un nivel más desde la naturaleza misma del juego. La posición relativa. La oportunidad. Enfoque. Calibre. Acción: gol.
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