Dos de tres partidos

Primera fase del mundial

El arranque de un mundial es la parte más inclusiva del evento global. Se trata de lo que las aficiones tienen garantizado: tres partidos de su selección. Y mantener la esperanza de que se podrán quedar para la segunda parte del show: octavos de final.

El juego es un embudo. Se va haciendo más pequeño. Primero están todos. Y eso le da color. Un barniz de culturas que se pintan de los colores y las canciones que cada país ha construido con el paso de los años. Y con las costumbres futbolartísticas de su pueblo.

La poesía de la barra argentina tiene una manera singular de mantener la energía de un concierto de Bersuit Vergarabat. Se trata de un posesión. De un sentimiento religioso. De ahí que es el único país cuyo D10S está más allá del futbolarte y lo divino. La fragilidad de la fe. La tragicomedia que se revuelve entre el sentimiento, bancarse al equipo, y la máxima decepción: un tango del eterno retorno.

La afición qatarí que se acopla a llenar los estadios con los colores de los equipos que juegan. Es un espectáculo que les está pareciendo una experiencia única e irrepetible que hasta ahora no habían vivido. Arabian dreams. Como si se tratara de una apropiación cultural más, los lugareños de funden en lo que las aficiones viajeras representan en un juego de máscaras y de expectativas que en cualquier momento se puede convertir en frustración, y hasta cierto punto, violencia. Es la propia naturaleza del juego. Y eso, también, es un reflejo bastante fiel de la vida misma.

Costa Rica tocó el fondo del abismo. No llegó al final. Un hoyo negro en el cual seguiremos cayendo por la eternidad. Ante nosotros un coloso al que le salió todo. Y nosotros nos vimos indefensos ante la capacidad creadora de una generación que movió el balón al ritmo de una medular impecable: Busi, Pedri y Gavi. Tres diminutivos gigantes.

Los de Luis Enrique dejaron en el terreno una estampa que queda grabada para la posteridad. El último siete que recuerdo de un mundial es el de Alemania a Brasil, en aquella semifinal. Y cómo puede afectar esto a un equipo, sólo el tiempo lo puede determinar. De alguna manera los Alemanes no hace leña del árbol caído, excepto en aquella celebración en la que se acordaron de los españoles. Pero nada se ha escuchado de una alemán mofándose de un brasileño por aquél suceso del pasado. Tampoco ningún español lo hará frente a un costarricence…

¿Seguros?

No. Nada es seguro. Y con la crispación de las dos Españas, siempre puede haber una manera de arreglar las diferencias: virar la atención hacia un tercer receptor de nuestro canallismo. En este caso el pobre tico.

Se puede ficcionar una reacción en positivo; se puede ficcionar una en negativo.

¿Cuál tiene más impacto?

La que nos revela aquella parte de nosotros mismos, nosotras mismas, que no queremos ver. No porque no lo aceptemos, sino por nuestro propio sesgo cognitivo.

No podemos hacer nada al respecto.

Excepto observar.

Y pensar.

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